Opinion

El lenguaje inclusivo como el camino a la distopía de George Orwell

Tras el anuncio del gobierno de prohibir el lenguaje inclusivo en la administración pública y “todo lo referido a la perspectiva de género”, el doctor en educación, Cristian Expósito, nos brinda su opinión sobre el tema

El gran novelista inglés George Orwell, en su famosa obra distópica titulada “1984”, nos introduce en una sociedad totalitaria y opresiva donde el partido gobernante emplea una herramienta de sometimiento social sistematizada en forma de lenguaje: la “Neolengua”. En esta novela, la neolengua, (Newspeak en inglés), es utilizada como un instrumento para anular la libertad de los ciudadanos y prevenir la formación de cualquier ideología contraria a la impuesta por el régimen. Es decir, la Neolengua se convierte en un mecanismo fundamental para el control del pensamiento y la supresión de cualquier forma de disidencia.

Este novedoso modelo de control social se caracteriza por una reducción del vocabulario mediante la eliminación de palabras que puedan expresar ideas de rebelión, libertad o pensamiento crítico. Se eliminan palabras consideradas superfluas o peligrosas para el régimen, que puedan servir a los ciudadanos para pensar de una manera que no conviene al partido. Es decir, los hablantes no podrán pensar en nada para lo que no exista una palabra en la neolengua. Como pueden ver, esto lleva a la completa destrucción de la libertad de pensamiento del individuo.

También se implementa una simplificación gramatical con el propósito de facilitar el control del lenguaje. Se eliminan las  conjugaciones verbales y se simplifican las formas de expresión, lo que resulta en una reducción de la capacidad para comunicar ideas complejas y sutiles. Además, se lleva a cabo la eliminación de antónimos, sustituyéndolos por términos que no expresan una oposición directa (por ejemplo, libertad vs. esclavitud; en la neolengua se emplea la palabra servitud, la cual no conlleva el mismo peso semántico que esclavitud), y se reemplazan palabras por términos que desvían o distorsionan su significado original (por
ejemplo, verdad por realidad, injusticia por desequilibrio y amor por afecto). Todo esto se realiza con el fin de manipular la percepción de la realidad y limitar la capacidad de expresar ideas que no estén en consonancia con la ideología del partido.

En términos generales, el propósito de este lenguaje es la propaganda política y el control del pensamiento al restringir las formas de expresión y limitar el lenguaje. De esta manera, el partido puede dictar cómo se piensa y se habla sobre el mundo, lo cual constituye un aspecto crucial del mundo distópico que Orwell retrata en “1984”. La neolengua sirve como una advertencia a los lectores sobre los peligros de permitir que el gobierno o cualquier otra entidad (como el Inadi) ejerza un control total sobre el lenguaje y la información. En “1984”, la neolengua no solo coarta la capacidad de las personas para expresar sus ideas y emociones, sino que también distorsiona la realidad y facilita la manipulación por parte del gobierno.

Sin embargo, parece que una gran parte de la sociedad más progresista ignora estos peligros y, una vez que alcanzan posiciones de poder, promueven una agenda política o ideológica woke. En este contexto, se dedican a acuñar términos nuevos, promoviendo la noción de que el idioma español está impregnado de un sesgo patriarcal machista. Razón por la cual, ellos -con todo el aparato del Estado atrás- creen que tienen la obligación de cambiar el idioma para erradicar todo tipo de discriminación, acoso o violencia contra la mujer y todo lo que siendo humano no es hombre (entendido desde una perspectiva biologicista).

Este planteo funciona muy bien dentro de la lógica dialéctica marxista que identifica a la mujer como un ser oprimido por el hombre, al pobre oprimido por el rico, el proletario por el empresario, el negro por el blanco y así podemos seguir indefinidamente. Sin embargo, este tipo de confrontaciones solo generan odio y violencia; es, en última instancia, una forma de totalitarismo que intenta controlar nuestra manera de hablar y pensar. Ya que pensamos con palabras, cualquier modificación en el lenguaje puede alterar nuestra relación con la realidad.

Como señaló Platón en el “Crátilo”, las palabras definen la realidad tal como es, y si estas cambian, el sentido de la realidad también cambia. Existe un debate milenario en la filosofía entre objetivistas y subjetivistas, el cual se refleja en todas las ciencias dependientes como son la sociología, la psicología, la psicología social, la política, entre otras. La ciencia se ha caracterizado por su adhesión al positivismo y la demostración empírica (objetivismo), y esto ha sido fundamental para el avance tecnológico.

 

Por ejemplo, en el desarrollo de vacunas para combatir el SARS-CoV-2 (COVID-19), se lleva a cabo un proceso altamente empírico basado en datos observacionales y experimentales. Ningún científico inmunólogo afirmaría tener una vacuna contra el cáncer basándose únicamente en lo que siente en su corazón (subjetivismo). Aclarado este punto filosófico, avancemos. Con el transcurrir de las décadas, ha ocurrido un cambio en la percepción de la realidad: las personas han pasado de identificarse con un sexo a

identificarse con un género. El género solía ser considerado una propiedad de las palabras y no de las personas. Mientras que el sexo biológico es objetivo y científicamente demostrable, el género se ha vuelto una autopercepción subjetiva, cuya validez científica es indemostrable. Y como todo lo subjetivo, tiende a ser infinito.

 

Esta es la razón por la cual encontramos el símbolo “+” en la sigla LGTB+, ya que es imposible categorizar lo subjetivo, dado que tiende a ser relativo, y todo lo relativo es inestable. La ciencia empírica busca encontrar patrones estables y observables en la realidad, los cuales son replicables en realidades similares para poder sistematizarlas intelectualmente. Sin embargo, lo relativo carece de esta posibilidad de sistematización y traslación mediante una teoría.

 

Ahora bien, en castellano, las palabras tienen género masculino, femenino y neutro; esta característica no necesariamente guarda relación directa con el sexo biológico de las personas u objetos a los que se refieren las palabras, sino que es una convención gramatical que ha evolucionado a lo largo del tiempo en el desarrollo del idioma. Sin embargo, dado que existe una autopercepción del género por parte del individuo y este género es una construcción ilimitada, las palabras resultan insuficientes e incluso pobres para comunicar esta autopercepción. Por lo tanto, modificar el idioma para reflejar esta autopercepción subjetiva podría parecer una buena idea. Bueno, lamentablemente, llevar a cabo tal práctica solo generaría caos gramatical, incomunicación y desvirtuación del idioma. Se destruirían las estructuras sintácticas, ortográficas y etimológicas, creando una especie de nueva Torre de Babel. Existe una relación profunda entre lenguaje e idioma; mientras que el lenguaje es una forma de comunicación, el idioma es la sistematización de ese lenguaje.

El lenguaje surge de manera espontánea en una comunidad, es decir, que “emerge”, se eleva de abajo hacia arriba y no es
impuesto desde arriba por una ideología. Un ejemplo clásico de este tema es el “esperanto”, un idioma creado artificialmente sin una base natural en una sociedad o comunidad que lo hable de manera espontánea. A pesar de que se intentó implementar en diferentes regiones del planeta, como en Uzupiz de Lituania o La Rioja de España, fracasó con todo éxito debido a la falta de raíces culturales. Es decir que, al ser un idioma impostado, forzado e impuesto desde arriba, no tiene una conexión genuina con las personas que intentan utilizarlo.

El lenguaje, mal denominado inclusivo, recorre el mismo camino que el esperanto. Se intenta bajar por la fuerza una forma de hablar que no se condice con la forma de pensar. Sin embargo, los modelos subjetivistas y posestructuralistas surgidos a partir de mediados del siglo XX sostienen que el lenguaje no es simplemente un medio de comunicación neutral para expresar la realidad (objetividad), sino que juega un papel activo en la construcción y la mediación de la realidad misma (subjetividad). Desde esta perspectiva, la modificación del lenguaje puede influir en la forma en que percibimos y entendemos el mundo que nos rodea, y
puede tener efectos en cómo se estructuran las relaciones de poder y las identidades sociales.

Esto significa que la imposición de un lenguaje tiene efectos en la reestructuración de las relaciones sociales porque influye en la estructura axiológica y en la forma de pensar de los sujetos que lo hablan. El lenguaje es la forma más eficiente de control mental, es el camino preferido de todo buen dictador. En estos últimos días, el presidente Milei, ha prohibido el uso d lenguaje inclusivo en todas las reparticiones del Estado nacional y en toda documentación oficial. Se prohíbe por dos razones, primero y principal porque el idioma constitucional de Argentina es el español y, en segundo lugar, porque en algunas reparticiones su uso era obligado por normativas.

Obviamente, sin la presión de una norma, la mayoría de los empleados públicos, burócratas de oficio, nunca usaría una forma de comunicación falible. Además, en el marco de la tan mentada “batalla cultural” este tipo de contrarreformas son el paso obligado para avanzar en la estructuración de nuevos modelos de valores sociales. De este modo, se reivindica la riqueza y la vitalidad del español como idioma, sea bienvenida la lengua del Cid Campeador, de la ceguera de Saramago, del Quijote de Cervantes, del Funes que nunca olvida de Borges, las obras del gran Bioy Casares, Cortázar, Sábato, Silvina Ocampo, Manuel Puig, mi querido Castellani y tantos grandes que pensaron y escribieron en español. Ya sea que estuvieran de un lado o del otro, nunca osaron destruir su herramienta de trabajo fundamental: la palabra.

 

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