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Mons. Domínguez: “La Cruz es un parto, porque desde la Cruz se gesta nueva vida.”

Mons. Domínguez reflexionó sobre dos claves de interpretación de la Cruz de Cristo: la Cruz es el Crucificado y es fuente de transformación.

Mons. Fray Carlos María Domínguez, OAR, obispo diocesano destacó dos claves de interpretación de la cruz de Cristo en la celebración de la Pasión del Señor. Compartimos con ustedes la homilía completa de la celebración que fue transmitida en vivo y en directo por Productora San Gabriel y Canal 21 San Rafael desde Catedral San Rafael Arcángel.

Homilía de Mons. Domínguez – Celebración de la Pasión del Señor

Queridos hermanos, a veces la costumbre nos hace perder el sentido para sorprendernos. Estamos acostumbrados al entrar a una iglesia, ver la cruz y contemplar allí al crucificado, y esto no nos sorprende porque nos acostumbramos. Pero dejémonos sorprender hoy por la cruz de Jesús. Si Jesús hubiese muerto de otra manera, ¿qué reacción nos causaría si entrásemos a un lugar sagrado y ver como centro de atracción y de contemplación, por ejemplo, una silla eléctrica o una piedra o tener un símbolo de una inyección letal? Nos sorprendería, sin duda, y hasta nos causaría esa sorpresa un cierto rechazo. Pero sin embargo cada vez que entramos en una iglesia vemos una cruz con un crucificado y lamentablemente hemos perdido el asombro porque no nos causa nada. 

La hermosura de la Cruz

El haber leído y haber sido testigos de la pasión de Jesús tiene también que causarnos hoy un asombro que nos haga cambiar. No nos olvidemos que la cruz tiene dos ingredientes inseparables que es el amor y la redención. A través de la cruz Dios nos ha demostrado su amor que es una locura y esto no es una falta de respeto, lo dice la palabra de Dios y también a través de la cruz el Señor nos ha redimido. Por eso me animaría a invitarlos a que en este Viernes Santo podamos descubrir sorprendente y admirablemente la hermosura de la cruz porque no nos podemos olvidar que una de las características de ser discípulo de Jesús, nos lo dice el mismo Jesús, es tomar la cruz y seguirlo. 

La cruz es la identidad más profunda del discipulado y es por eso que entonces tenemos que aprender que nuestro discipulado ha nacido de la cruz de Jesús, pero cuando les digo la hermosura de la cruz o la belleza de la cruz eso nos causa cierto estupor porque de hecho el espectáculo histórico de la crucifixión de Jesús no era nada atractivo, era una de las formas más ignominiosas y dolorosas de ser condenado a muerte. Por eso la cruz desde el dolor causa rechazo, pero desde el amor, y ahí está la clave, tiene que causar atracción. Por eso movidos por la palabra de Dios que escuchamos en la segunda lectura de la carta a los hebreos que nos decía, “vayamos entonces confiadamente al trono de gracia a fin de obtener misericordia y alcanzar la gracia del auxilio oportuno.” El trono de la gracia es la cruz de Jesús y para no equivocarnos y para no confundirnos me gustaría compartir con ustedes dos claves de interpretación de la belleza de la cruz, porque de lo contrario, lógicamente, como digo, no vamos a descubrir ni a sorprendernos cómo Dios a través de la cruz ha mostrado su hermosura. 

La Cruz es el Crucificado

La primera clave de interpretación es que la cruz no es la cruz, sino que es el crucificado. Lo más importante de la cruz es quien está clavado en ella, porque la cruz más allá del designio de Dios ha sido el tormento accidental en el que murió Jesús. Jesús siempre había predicho su muerte y en el antiguo testamento también estaba profetizada la muerte del Mesías, pero nunca decía cómo. La cruz era el castigo de los romanos, porque el castigo de los judíos era la lapidación, o el castigo de aquel que estaba condenado a muerte, porque fíjense que, como los judíos no tenían poder de condenar a muerte, la autoridad civil, los romanos, ellos sí podían aplicar el castigo y aplicaban el que le correspondía a un subversivo, a un sedicioso. Claro, Jesús ante Pilato se proclama rey sin ningún tipo de tapujos. En cambio, el castigo a muerte desde la religión o desde la ley de Moisés era la lapidación. Jesús en el Sanedrín es proclamado blasfemo. Miren si hubieran “triunfado”, entre comillas, el castigo de los hebreos. Hoy en día el centro de una iglesia sería una piedra, porque sería el instrumento por el cual Jesús nos habría salvado, y en vez de tener colgados en nuestro pecho una cruz, tendríamos una piedrita. Pero providencialmente ha sido la cruz, de cualquier manera el Señor muriendo por nosotros nos habría salvado. Por eso, un discípulo de Jesús es aquel que enfrenta las cruces de todos los días con la misma actitud con que la afrontó Jesús, el crucificado.

La Cruz tiene sabor a redención

No se trata de sufrir por sufrir, sino que se trata de ver cómo asumimos y abrazamos el dolor, y la respuesta es clara, aunque a veces nos resulte misteriosa y difícil hacerla vida. La respuesta es cómo lo hizo Jesús, porque desde que Jesús se subió a la cruz, más allá del dolor y del sufrimiento, la cruz tiene sabor a redención. Llevar la cruz cada día como discípulos de Jesús, sabiendo que de ella nace nuestro discipulado, será ponerle el hombro a los problemas de nuestra vida, hacerle frente, tomar nuestras vidas con responsabilidad y no pedir mágicamente que las preocupaciones desaparezcan, sino asumirlas con la actitud con la cual Jesús se abrazó a la cruz.

La actitud fundamental con la cual se abrazó Jesús a la cruz fue doble, iguales, pero con facetas que se pueden diferenciar. Una es hacer la voluntad del Padre, que era, digamos, así como la obsesión de Jesús, y la otra lo hizo desde su entera libertad. Aparentemente, todo lo que leímos en la pasión daría la sensación que la violencia de los hombres fue llevando a Jesús a la muerte. Sin embargo, era Jesús, desde su libertad más profunda, el que iba dirigiendo los acontecimientos. Por eso, la cruz no es la cruz, sino que es el crucificado, porque sabemos, porque gracias a Dios conocemos el final de la historia, sabemos que la cruz produce un dolor, pero que engendra algo nuevo. El mismo Jesús en la última cena le dijo a los discípulos, le puso la comparación de la madre. Una mujer, cuando está a punto de dar a luz, siente angustia, siente dolores. Las que están aquí y son madres me entienden porque yo estoy hablando de memoria o de palabra, pero el dolor de traer un hijo al mundo no se compara con la felicidad después de tener a ese hijo, aunque ese hijo para nacer haya tenido que pasar por el dolor. Por eso la cruz es un parto, porque desde la cruz se gesta nueva vida. Esa es la primera clave entonces para entender la cruz. La cruz no es la cruz, sino que es el crucificado. 

La Cruz es fuente de transformación

Y la cruz, segunda clave, es fuente de transformación. Porque como decía recién, nosotros sabemos cuál es el final de la historia, y el final de la historia es la resurrección de Jesús, pero no se entiende la resurrección sin la cruz. La resurrección no es un añadido estético a la cruz, sino que precisamente desde la cruz, desde lo más profundo de la cruz es de donde nace la resurrección. Por eso siempre una cruz está llamada a transformar la vida. Por eso, como decía antes, todo depende de cómo vivimos el momento de cruz. Y una cruz que no está llamada a transformar la vida, o una cruz, mejor dicho, que no transforma la vida, no es una cruz cristiana. Será una cruz llevada con estoicismo, llevada con fortaleza o a veces con desesperación, pero de esa manera no es cristiana. Por eso la cruz implica una transformación interior. 

Nuestras cruces tienen sentido porque Cristo murió en la Cruz

Sabemos que la vida que vivimos y que nos contagia Jesús, nace de la cruz. Paradójicamente el tormento mortal es el que nos da nueva vida. Y este es el signo más grande que tiene de demostrarnos Dios que nos ama, habiendo entregado a su Hijo. Por eso hoy, tener esta celebración de la pasión en la que recordamos la muerte de Jesús en la cruz, tiene que tener para cada uno de nosotros un sentido transformador. Si Jesús murió en la cruz, tu cruz tiene sentido, porque Jesús murió en la cruz. Tu cruz, sabélo, conlleva Pascua en su interior más profundo. Y esto solamente nos lo da la fe. Bendita cruz, por la cual Dios nos ha demostrado cuánto nos ama. Bendita es la cruz, porque la ha transformado en vida nueva para cada uno de nosotros y porque allí, con Él, han quedado clavados nuestras rebeldías, nuestros pecados, nuestras culpas y nuestra sentencia. En la cruz, Jesús ha dado sentencia mortal a la muerte. Adoremos entonces, con esta actitud de fe, la cruz, el signo más grande de su amor, el grito más fuerte y más loco del amor de Dios. Y adoremos la cruz porque ella es signo de salvación que transforma la vida que tendría que transformar la vida de cada uno de nosotros. Vayamos confiadamente al trono de gracia a fin de obtener misericordia y alcanzar esa gracia. Que así sea.

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