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Mons. Domínguez: “Como diáconos, a imitación de Jesús, nunca, nunca se quiten la toalla.”

En la homilía de la celebración, Mons. Domínguez, obispo diocesano les remarcó a los nuevos diaconos que el ministerio diaconal se funda en el misterio de la imitación y del servicio. Destacó la importancia de la imitación de Jesús y el servicio en sus tres dimensions: en la palabra, la caridad y la liturgia. También enfatizó la importancia de ser fieles y nunca dar motivo de escándalo y de “nunca quitarse la toalla”.

A continuación la homilía completa de Mons. Domínguez

Imitación de Cristo

A mí me parece que buscando y rezando y meditando en este ministerio que ustedes van a recibir para toda la vida, nunca van a dejar de ser diáconos. Creo que hay dos palabras que definen lo que es el ministerio que hoy la Iglesia les da. Una, la imitación. Ustedes van a tener que imitar en el servicio a Jesús. De hecho, recién lo escuchamos en el Evangelio, como después de lavar los pies, ese ícono tan profundo del servicio, Jesús termina diciéndoles, den ejemplo, hagan ustedes lo mismo. Por eso en el ministerio diaconal de ustedes tienen que hacer lo que nos invita la carta a los hebreos, los ojos siempre puestos en Jesús, el autor y la consumación de la fe, de nuestra fe.

 No van a poder ejercer el ministerio diaconal con el espíritu con el que se los regala la Iglesia, si no ponen la mirada en Jesús para ser igual que Él. Porque Él va a seguir sirviendo a su pueblo a través de ustedes. A través de ustedes, a través de estos instrumentos imperfectos, que somos todos los que Dios nos ha llamado, pero que ahí la maravillosa obra de Dios, porque a pesar de nosotros, Él sigue haciendo su obra. 

El diaconado y el servicio en tres dimensiones

Y la segunda palabra es lógico, es lo que significa la palabra diácono, que es el servicio. La imitación y el servicio. Y el servicio en tres dimensiones. El servicio de la palabra, el servicio de la caridad y el servicio de la liturgia. Dentro de unos instantes yo les voy a entregar el Evangelio, la palabra de Dios. Y les voy a decir que se acerquen a la palabra de Dios siempre con actitud de discípulo. Con actitud creyente. Cree lo que lees. La palabra de Dios es viva y eficaz. Y tiene que penetrar a todos, y primero a ustedes, hasta el fondo y a lo más íntimo de su corazón. Porque la palabra de Dios discierne, escruta, divide. Y a ella van a tener que servir. Por eso pídanle, Dios, cada día cuando se levantan, aquella afirmación del siervo de Yahvé, el Señor me dio oído de discípulo. Que siempre el Señor les dé oído de discípulo para escuchar su palabra. No en la funcionalidad de porque tienen que preparar una homilía, sino porque la palabra de Dios tiene que configurar fuertemente su vida. Y después tendrán que transmitir esa palabra. Cree lo que lees. Enseña lo que crees. Y hacer la vida es y vive lo que enseñas. Que la palabra de Dios sea en el ministerio de ustedes como aquella pasión que los impulse a no guardar el mensaje de Jesús para nadie. 

Fíjense que la primera lectura es la elección de los siete diáconos. Y curiosamente el libro de los hechos de los apóstoles nos pone como ejemplo la vida o el ministerio de los dos primeros, de Esteban y de Felipe. Y curiosamente el ministerio para que lo habían elegido, que era el servir las mesas y atender a las viudas, no se nota demasiado en la vida de Esteban y de Felipe. Lo que más resalta es el servicio a la palabra. Son diáconos de la palabra y deben transmitir el mensaje de la palabra. Nunca el de ustedes, porque van a estar opacando el brillo de la palabra de Dios. El servicio de la caridad, como les decía el icono del evangelio del lavatorio de los pies, tiene que ser aquello que los motive permanentemente a entregarse en el servicio al pueblo.

 En la oración colecta pedimos para los diáconos paciencia y disponibilidad. Van a tener que estar disponibles para que el pueblo de Dios, y particularmente los más necesitados, a los que ustedes deben entregarse sin condición, les tienen que marcar el día y la agenda. Esa es la disponibilidad de no reservarse nada para ustedes y de entregarlo todo a Dios en el pueblo de Dios. Y la mansedumbre tiene que ser ejercida con ciertas actitudes que se las pone Jesús también, que las vive Jesús y que se ponen como ejemplo. Ustedes no van a organizar simplemente una asistencia momentánea a alguien que está pasando necesidad. Ustedes tienen que ponerse al lado y compadecerse de esa persona, no tenerle lástima sino sufrir con ellos. Eso los va a hacer humildes. Que cada persona que entre en contacto con ustedes en su ministerio diaconal siempre pónganselo como una obsesión. 

Siempre tienen que sentir en ustedes la ternura de Dios. Siempre tienen que sentirse que son bien recibidos. Siempre tienen que irse, después de haber entrado en contacto con ustedes, mejor de lo que llegaron. Y hay que tener paciencia, porque hacer el bien a veces cansa y ayudar a otros a veces desgasta. Pero la pasión por la palabra les va a hacer que se desgasten por el servicio de la caridad.

Servidores litúrgicos, no floreros

El último servicio es el servicio litúrgico. Y no porque ustedes, no quiero que lo sean nunca, que sean los floreros litúrgicos que estén ahí parados molestando al que preside la misa. La preocupación de ustedes no tiene que ser a ver cuál cinta tengo que mover, si puse la palia bien puesta arriba del cáliz, etcétera, etcétera. Sino que desde la liturgia ustedes tienen que aprender e interpelarse todos los días sobre la entrega de Jesús. Que cuando estén en la Eucaristía, se ven que Jesús les está diciendo ¿Ves cómo yo me estoy entregando? Así te tenés que entregar vos. De esta misma manera. Yo me bajo de la cruz y me hago alimento para el pueblo. Así, esa entrega de Jesús tiene que animar el ministerio de ustedes.

Por eso el contacto íntimo con Jesús tiene que ser diario. De lo contrario, serán floreros litúrgicos y no servidores del altar. Y a través de este servicio, ustedes van a tener que engendrar hijos para la Iglesia, para Dios, van a poder bendecir y ser testigos cualificados del amor entre dos esposos, van a tener que acompañar en los momentos de partida, en los responsos y en los funerales. Pero ustedes no se olviden nunca que son ministros de la Iglesia. No se olviden nunca lo que vive y siente la Iglesia cuando celebra esos sacramentos. Cada vez que bauticen vivan la alegría inmensa e intransferible de lo que siente la Iglesia como madre al engendrar nuevos hijos. Ahí es donde van a vivir y ejercer la paternidad. Cuando sean testigos cualificados del amor entre dos novios que se entregan a sí mismos el sacramento del matrimonio, también sientan lo que vive la Iglesia. Eso es signo de la entrega de Jesús por la Iglesia. 

Entrega de amor esponsal

Por tanto, cada vez que casen van a tener que otra vez sentirse interpelados por hacer como Jesús, entregarse del todo a la Iglesia en un amor esponsal. Y cuando acompañan en los momentos de dolor a las familias que les parte un ser querido, sean consuelo, sean compasión, sean misericordia y sean esperanza. Que es lo que vive la Iglesia y eso les pide a ustedes. Hoy la Iglesia les regala este ministerio. Lo más importante de todo lo que yo les acabo de decir no es nada de lo que les dije. Sino que lo más importante de todo es que sean fieles. Que nunca den motivo, como dice Pablo, de escándalo en el ejercicio de su ministerio. Sean fieles. Y ese querer vivir la fidelidad que sea el motor que los anime a entregarse a la palabra, al servicio de la caridad y la celebración litúrgica. Puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de nuestra fe. Y les digo lo que siempre digo cuando ordeno de diáconos y que lo voy a seguir diciendo en todas las ordenaciones diaconales. Porque a mí esto me impacta. 

Escuchamos en el Evangelio que Jesús se quita el manto, se despoja de su dignidad. Jesús no tiene reparo. Se pone una toalla y lo seca con la toalla. Pero después dice Juan que vuelve a la mesa y se pone el manto. Pero nunca dice que se quitó la toalla. Como diáconos, para toda la vida, a imitación de Jesús, nunca, nunca se quiten la toalla. Que así sea.

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