Con esta expresión se suele saludar la llegada de un nuevo año calendario, pero podemos aplicarla al comienzo de un nuevo Año Litúrgico, que comienza con este primer Domingo de Adviento.
Iniciamos, como su nombre lo indica, un tiempo de “espera”.
Esperamos celebrar la próxima Navidad, el cumpleaños de nuestro Salvador, promesa cumplida hace más de dos mil años. Pero sobre todo esperamos el cumplimiento de la promesa aún pendiente de consumación: la segunda y definitiva Venida del Señor, en gloria y majestad.
Cuando lo que se espera es la felicidad, y la promesa de alcanzarla la ha hecho Aquel que no engaña y que ya cumplió todas las demás promesas, se espera de una manera muy especial. Se espera con confianza, pero también con la urgencia de una renovación plena de la vida.
Hay que atender al vestido de fiesta, vivir en gracia o recuperarla pronto por una sincera conversión y confesión sacramental. También hay que preparar los regalos de cumpleaños. El Señor nos pide con urgencia, que estos sean “obras de caridad” concreta y perseverante.
