Santoral

Hoy celebramos a San Gil, conocido también como San Egidio, abad y eremita

Sus biógrafos suelen destacar en él la delicadeza y sabiduría con la que trataba a todo aquel que acudía a su presencia, así como su ánimo constante para llamar a todos a la conversión.

Egidio nació en Atenas (Grecia, en ese momento parte del Imperio Bizantino) en el seno de una familia noble y rica. La fecha exacta de su nacimiento es incierta, pero se cree que fue alrededor del año 640.

Después de descubrir que Dios lo llamaba por el camino de la renuncia al mundo, Gil repartió el patrimonio que le correspondía entre los pobres. Luego marchó hacia Provenzal, al sur de Francia, tierra en la que se estableció y donde se consagró a la ascesis y la oración.

De acuerdo a una antigua tradición, el santo realizó allí muchos milagros: sanó enfermos de parálisis, curó a gente con mordeduras de serpientes, o a enfermos de fiebres; convirtió tierras estériles en fértiles y -según la leyenda- hasta resucitó muertos. Como esto le acarreó fama y veneración pública, decidió retirarse al bosque cercano a la desembocadura del río Ródano. Una vez establecido allí, vivió como eremita.

Dios perdona todos los pecados, todos

Un día en que el rey Childeberto I andaba de cacería –algunos señalan que en realidad se trató de Carlos Martel– vio a Egidio (San Gil) cerca de la ermita en la que vivía, alimentándose de la leche de una cierva que él pretendía cazar.

Entonces se produjo un encuentro entre los dos: un diálogo que devino en el inicio de la conversión del rey. Este le confesó un pecado gravísimo -se cree que incesto-, pero llegó a encontrar consuelo en las palabras de Egidio.

El monarca decidió reparar en la medida de lo posible el mal cometido y, como consecuencia de verse amado por Dios a pesar de su iniquidad, decidió brindar su ayuda al eremita. El rey mandó construir un monasterio en ese mismo paraje -conocido después como el “Bosque de San Egidio”-, en el que el santo sería nombrado primer abad. La regla que acogió el monasterio fue la benedictina.

Llevando la misericordia de Dios

Pronto el lugar empezó a llenarse de peregrinos que buscaban al santo para que los cure de sus males, sean del cuerpo o del alma. San Gil permaneció en aquel monasterio por muchos años, acogiendo a quien lo necesitaba y, cada vez que podía, volviendo al silencio y la soledad en las que encontraba a Dios.

Ya anciano, se dirigió al Pirineo catalán donde, a los 84 años de edad, murió santamente (c. 720-725).

Veneración

San Egidio es llamado “abogado de los pecadores”; “protector de pobres, tullidos y arqueros” (según un relato medieval él mismo fue herido por una flecha alguna vez, se dice, porque unos cazadores quisieron matar a la cierva que le servía de compañía); “defensor contra las enfermedades”, especialmente contra el cáncer y la epilepsia -llamada por algunos el “mal de San Gil”-. Muchos lo consideran, también, patrono de los leprosos.

Este santo goza de gran devoción en Europa. Iglesias, hospitales, altares e imágenes hechas en su honor pueden encontrarse en países como Francia, España, Inglaterra, Polonia, Italia y Alemania. Hermosos lugares del Viejo Continente y de América llevan su nombre.

Ecos en nuestro tiempo

Hoy se ha hecho conocida la Comunidad de San Egidio, institución fundada por el historiador italiano Andrea Riccardi en la ciudad de Roma en 1968.

Sus miembros, laicos todos, se organizan para llevar a cabo obras de gran impacto social: han luchado por la abolición de la pena de muerte, por el trato justo y adecuado a los enfermos de HIV/sida, o por la protección de la ancianidad abandonada. Su labor ha sido reconocida por los Papas San Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco.

Fuente
Aciprensa
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