
Ante un silencio reflexivo, propio del Viernes Santo, el Administrador Apostólico de la diócesis, Mons. Marcelo Mazzitelli dirigió su homilía hacia los presentes en la catedral San Rafael Arcángel, y a quienes, desde sus hogares siguieron la transmisión en vivo y en directo.
“Hoy, en el despliegue del misterio Pascual de estos días santos nos detenemos a contemplar el misterio de la cruz donde se concentra el mal, el pecado, y el sufrimiento del mundo”, inició explicando. “En ella se libró la batalla que terminó con el triunfo del Señor sobre la muerte y el pecado para llevarnos al corazón del Padre. El dolor es suyo, el pecado es nuestro. La cruz se convierte así en camino para la vida y revelación del amor de Dios que nos amó hasta el fin”, agregó.
“El Señor que miró a las multitudes, tuvo compasión de ellas porque estaban como ovejas sin pastor, y por eso se entrega, por fidelidad al Padre y por amor a nosotros. La belleza de ese rostro desfigurado está en su compasión”, expresó.
Homilía completa
Hoy, en el despliegue del misterio Pascual de estos días santos nos detenemos a contemplar el misterio de la cruz donde se concentra el mal, el pecado, y el sufrimiento del mundo. En ella se libró la batalla que terminó con el triunfo del Señor sobre la muerte y el pecado para llevarnos al corazón del Padre. El dolor es suyo, el pecado es nuestro. La cruz se convierte así en camino para la vida y revelación del amor de Dios que nos amó hasta el fin.
Lo iniciado en las tentaciones del desierto se hace definitivo en los maderos de la cruz, allí Jesús recibe la última tentación, aquella que no dejó de hostigarlo durante su misión, la de bajarse de la cruz, la de usar su poder, en definitiva la de dejar de ser Hijo no confiando en el Padre. Siendo inocente conoce los abismos del pecado y la hondura del sufrimiento de los hombres, padece el ensañamiento que quiere callar la proclamación del Reino. Soportó nuestros sufrimientos y cargó con nuestra dolencias.
El profeta Isaías en el cántico del Siervo nos anuncia la figura de quien en silencio asume el sufrimiento para dejar paso a un triunfo siendo exaltado y elevado. Desfigurado a tal punto que su aspecto no era ya el de un hombre.
Se le atribuye a uno de los personajes del Príncipe idiota de Dostoievski, el príncipe Mischkin, la frase de que “solo la belleza salvará el mundo”, pero ¿qué belleza podemos encontrar en el rostro desfigurado del Cristo que casi no parecía humano, en su cuerpo flagelado y sangrante, en su persona escarnecida. No es la belleza que busca el mundo, sino la que brota del corazón compasivo del que ama. El Señor que miró a las multitudes, tuvo compasión de ellas porque estaban como ovejas sin pastor, y por eso se entrega, por fidelidad al Padre y por amor a nosotros. La belleza de ese rostro desfigurado está en su compasión.
Como dijo Benedicto XVI, cuando nos traspasa el dardo de la belleza paradójica de Cristo, entonces empezamos a conocerlo de verdad, y no solo de oídas. Dejémonos hoy atravesar por una mirada que desde la cruz no condena sino que invita a la conversión, al seguimiento y a la solidaridad.
Desde la cruz se escucha “tengo sed”, el Señor tiene sed de tu fe hermano, hermana, de nuestra respuesta a la invitación al seguimiento, resuena en la cruz ese dame de beber dicho a la samaritana junto al pozo, Él nos pide de beber para que descubramos nuestra propia sed ofreciéndonos la fuente de vida que brota de su costado herido.
El Señor triunfa en la cruz, pero la batalla sigue en la historia desafiando nuestra libertad para elegir ser testigos de ese triunfo amando como somos amados, perdonando como hemos sido perdonados.
Vemos en nuestro tiempo esta lucha en nuestra Iglesia con su pecado; en la indiferencia ante el clamor de los olvidados de siempre, los más pobres que nunca alcanzan lo que merecen por dignidad; en los corruptos que roban y matan con sus acciones buscando obscenamente la impunidad; en la sentencia de muerte a la vida humana en gestación; en los mercaderes de la muerte que negocian con la vida humana en la trata de personas y narcotráfico; en las guerras que desagarran a los pueblos en el dolor; en la tristeza por el enfrentamiento y los odios en nuestro País rechazando la amistad social.
Está también el mundo del dolor que toca la vida de quienes llevan el sufrimiento en su cuerpo, en la enfermedad, en sus historias marcadas por las injusticias padecidas. Debemos agradecer el testimonio de tantos que uniendo su sufrimiento al del crucificado se convierten en instrumentos fecundos de vida nueva, aquellos que comprendieron que Jesús no vino a explicarnos el dolor, sino que lo habitó con su presencia. Junto a ellos todos, unidos a la entrega del Señor, somos llamados a luchar contra la violencia siendo los bienaventurados que trabajan por la paz, a enfrentar el mal haciendo el bien, a convertir el dolor en fuente de vida para los demás.
Hoy frente a la cruz, dejémonos abrazar por su silencio amante, en él somos interpelados a dejarnos amar y perdonar, a descubrirnos unidos como hermanos compartiendo el amor del Señor quien murió por nosotros y que nos amó hasta el fin. Encontrados en su mirada, sigamos peregrinando en este año jubilar en la esperanza que no defrauda.