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«Renovemos nuestra pasión por la misión y nuestro compromiso en la caridad»

En la Santa Misa de Vigilia Pascual, Mons. Marcelo Mazzitelli exhortó a confiar en el Espíritu Santo “quien nos conduce por los senderos de la vida nueva surgida de la Pascua, Él abre las puertas cerradas por miedos que impiden crecer en la novedad del Evangelio”.

“La celebración de esta solemne Vigilia Pascual nos convoca para proclamar con alegría la resurrección de nuestro Señor Jesucristo, emoción contenida en el peregrinar cuaresmal que se hace canto en los aleluyas. Las palabras y los gestos de la liturgia no alcanzan para expresar la belleza de un misterio que nos desborda y nos abraza, estamos frente a lo inefable”, expresó el Administrador Apostólico de la diócesis, Mons. Marcelo Mazzitelli.

“Que la vida nueva inaugurada por Jesucristo sea vida nueva en nuestra comunidad diocesana renovando nuestra pasión por la misión y nuestro compromiso en la caridad”, pidió monseñor y agregó: “Confiemos que es el Espíritu quien nos conduce por los senderos de la vida nueva surgida de la Pascua, Él abre las puertas cerradas por miedos que impiden crecer en la novedad del Evangelio”.

Homilía completa Solemne Vigilia Pascual

Queridos hermanos y hermanas, noche en un silencio expectante nuestros corazones se dispusieron a dejarse tocar por un misterio que desborda nuestra comprensión y hasta nuestros más grandes deseos. En medio de la oscuridad irrumpió la Luz nueva e inédita, signo de la presencia del Resucitado que no solo llena de sentido a toda la historia de la humanidad y a la nuestra personal, sino que la transforma.

La celebración de esta Solemne Vigilia Pascual nos convoca para proclamar con alegría la resurrección de nuestro Señor Jesucristo, emoción contenida en el peregrinar cuaresmal que se hace canto en los aleluyas. Las palabras y los gestos de la liturgia no alcanzan para expresar la belleza de un misterio que nos desborda y nos abraza, estamos frente a lo inefable.

El Pregón pascual es una invitación a la alegría proclamando la obra de Dios, así, el cielo, la creación, la Iglesia, nosotros queridos hermanos nos unimos con el corazón su canto por esta noche tan dichosa!  Sólo ella conoció el momento en que Cristo resucitó del abismo.

Ésta es la noche de la que estaba escrito:  «Será la noche clara como el día, la noche iluminada por mi gozo».

La Palabra que nos acerca al misterio de la Pascua del Señor, nos hace tomar conciencia de que peregrinamos en senderos de una historia de salvación, en la que Dios establece un diálogo con los hombres, dejando huellas de belleza en la creación y de esperanza con los profetas hasta el momento que nos habló por medio de su Hijo amado, a quien entregó para que nosotros comprendiéramos la hondura abismal de su amor.

El relato del Evangelio nos presenta a unas mujeres, discípulas del Maestro que acuden a realizar un gesto de piedad, a ungir el cuerpo yaciente del Crucificado. ¿Qué sentimientos llevarían en el corazón? No podían ir más allá de una memoria en el afecto, recordando sus palabras que resonarían en ese tierno y esperanzador Bienaventurados…, sus gestos, lo compartido con sencillez y alegría, su abrazadora y compasiva mirada, los milagros, todo era recuerdo, gratitud por lo compartido y dolor por la ausencia.

En la tumba el silencio de la muerte que inundaba a toda la creación, los discípulos permanecían en el no entender, faltaba la clave de interpretación que diera sentido a todo lo anunciado que se truncó en el desconcierto en la cruz, allí donde parecía que todo había acabado.

Sin embargo en ese silencio latía algo nuevo, inaudito, la vida nueva que sólo Dios podía realizar, allí el Señor estaba en vigilia, porque Él duerme pero su corazón vela (San Cromacio de Aquileya), como medita el padre Cantalamesa Cristo podía padecer la muerte como hombre y dar la vida como Dios.

Una piedra corrida, una tumba vacía y un anuncio: “¿Por qué buscan entre los muertos al que está vivo? No está aquí, ha resucitado”. Anuncio que no fue creído por los discípulos. Pedro confirma lo visto por las mujeres y su corazón admirado se convierte en tierra fecunda para ser encontrado por el Viviente.

Nadie es testigo del momento ni del cómo fue la resurrección, pero sí contamos con el testimonio de los mensajeros de Dios, y luego de aquellos a los que se les apareció el Viviente. El encuentro con Jesús Resucitado les permitió entender con la luz de la resurrección todo lo que les había anunciado mientras estuvo con ellos. Todo brota como obra de su amor, Él murió para librarnos del pecado por que nos amó, Él vino a nosotros porque el Padre nos ama, su Espíritu nos es dado para que vivamos en ese amor.

Jesús resucitado abre la puerta de la vida nueva, su Pascua es para que sea Pascua nuestra ofreciendo nuestras vidas para que las transforme llevándonos a la plenitud de lo que estamos llamados a ser. Dejemos hermanos y hermanas que lo que haya de silencio de muerte en nuestro corazón, que lo que nos atrapa en la oscuridad que roba esperanza sea habitado por la Luz que no tiene ocaso, hoy celebramos la Pascua del Señor y en Él y con Él la nuestra.

En esta noche de vigilia de alegría y esperanza recreada en el que cantamos la victoria de nuestro Señor sobre el pecado y la muerte, el drama de la cruz se sigue haciendo carne en vidas heridas por el sufrimiento, nuestra alegría no pone paréntesis a la realidad, están las guerras, los niños y jóvenes de nuestros barrios quemados por la droga, la vida no cuidada y amenazada, la indignidad de la indiferencia ante la pobreza, y tantas realidades que son gritos ahogados, sepulcros existenciales que gimen. Todo esto no silencia nuestra alegría, sino que nos invita a ser testigos de vida nueva, a ser profetas de esperanza, a que alimentados por la Eucaristía en esta Noche Santa, nuestra vida transformada por ella se haga vida para los demás.

Que la vida nueva inaugurada por Jesucristo sea vida nueva en nuestra comunidad diocesana renovando nuestra pasión por la misión y nuestro compromiso en la caridad. Confiemos que es el Espíritu quien nos conduce por los senderos de la vida nueva surgida de la Pascua, Él abre las puertas cerradas por miedos que impiden crecer en la novedad del Evangelio.

Queridos hermanos y hermanas, en la secuencia pascual hay una pregunta dirigida a una de las discípulas del Señor: “Dinos, María Magdalena ¿Qué viste en el camino?” a la que responde con corazón emocionado y exultante “He visto el sepulcro del Cristo viviente y la gloria del Señor resucitado. He visto el sudario y las vestiduras”. Nosotros no vemos ni sepulcro, ni sudario ni vestiduras, pero si hemos experimentado la presencia del Señor Resucitado, miremos nuestra vida en donde nos descubrimos buscados, encontrados y amados. Contemplemos la belleza de Dios que destella en esta asamblea, en nuestra Iglesia diocesana que canta la victoria de un amor tan grande; maravillémonos ante la Eucaristía, presencia del misterio pascual que alimenta en nuestro peregrinar y nos congrega en la unidad.

María, nuestra madre que estuvo doliente junto a la cruz de su Hijo, canta hoy con toda la Iglesia las maravillas del Señor, que como ella seamos discípulos fieles en el amor.

Con alegría y emoción proclamamos que ¡ha resucitado Cristo, nuestra esperanza!

 

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