Testimonios

El obispo que dejó todo para ser ermitaño: «La crisis espiritual actual exige vidas más radicales»

Atendía a miles de católicos al sur de la India: «Me levanto a las dos y media y rezo ocho horas»

¿Un obispo que deja todo para irse de ermitaño? Jacob Muricken es de origen indio y supone un caso raro en la Iglesia Católica. El anterior titular de la diócesis siro-malabar de Palai (sur de la India) tiene 59 años y siempre ha tenido un comportamiento ascético llamativo. Incluso cuando era obispo auxiliar solía caminar descalzo y comer una comida al día. También donó un riñón a un hombre hindú que se vio obligado a vender su casa para cubrir los gastos del tratamiento.

El obispo Muricken dejó sus responsabilidades diocesanas el 25 de agosto de 2020. Desde entonces ha estado viviendo en una pequeña ermita en Nallathanni, un lugar montañoso a unos 30 kilómetros de la residencia oficial del obispo de Palai. En lugar de la característica sotana blanca que llevan los obispos en las zonas tropicales, el ermitaño viste un traje sencillo anaranjado conocido localmente como “kashaya” y asociado con los ascetas.

Un fuerte impulso

Para el Catecismo de la Iglesia Católica, los ermitaños “dedican su vida a la alabanza de Dios y la salvación del mundo a través de una separación más estricta del mundo, en el silencio de la soledad, la oración asidua y la penitencia”. Estas personas “manifiestan a todos el aspecto interior del misterio de la Iglesia, es decir, la intimidad personal con Cristo“.

A pesar de su vida retirada, el obispo Muricken concedió una entrevista a The Pillar donde cuenta cómo es su día a día y la convicción de que la Iglesia está atravesando una crisis espiritual, por lo que hay que “volver a las fuentes”.

“El silencio no es una ausencia. Es la manifestación de una presencia, la más intensa de todas las presencias. Miremos cómo nuestra sangre fluye por las venas sin hacer ningún ruido, o escuchemos los latidos de nuestro corazón en silencio”.

“Fue una inspiración divina por medio de la oración. En 2012,me eligieron obispo auxiliar de la diócesis de Palai y, después de cinco años, en 2017, tuve un fuerte impulso de abrazar la vida ascética. No tenía tal aspiración hasta ese momento por lo que consideré que el mensaje venía de Dios. Eran sus planes. Comuniqué este llamado a mi obispo y al arzobispo y ambos me dijeron que permaneciera en oración y meditación”, explica.

La diócesis de Palai, de la que fue pastor Muricken, tiene 334.600 católicos, en un territorio de 781.600 habitantes, lo que suponga un 42%. En 2019 había 542 sacerdotes, 243 religiosos y 3197 religiosas.

El obispo está convencido de que Dios le reveló cuál era su voluntad. “Dios me pidió que tomara un nuevo camino que exigía algo más de mi. No fue fácil comprender el significado de tal inspiración, pero, poco a poco, la fui conociendo. La primera llamada fue en 2017, me di cuenta de que no podía ignorarla, así que escribí a las autoridades y obtuve permiso para elegir la vida de ermitaño”, relata.

Silencio y soledad

Sobre cómo es un día a día en la vida de un obispo asceta, Muricken confiesa que la columna vertebral es la oración. “Mi día comienza a las dos y media de la madrugada, y la primera oración que hago es a las tres. Sigo el modelo de la Liturgia de las Horas de la Iglesia siro-malabar. Normalmente estoy ocho horas diarias en oración, tanto litúrgica como personal. El tiempo restante es para el estudio, trabajo, escritura, etc. Me acuesto a las nueve y media de la noche”, comenta.

Para el obispo, la vida de ermitaño es algo que siempre ha estado presente en la historia de la Iglesia. “El Concilio Vaticano II nos anima a ‘volver a las fuentes’. La presencia de Dios sólo se puede experimentar en absoluto silencio y soledad. Vivimos en una sociedad donde cada momento debe estar relleno de proyectos, actividades y ruido. No hay tiempo para escuchar y conversar. Es un tiempo de continuo movimiento, siempre con el riesgo de ‘hacer por hacer’. Debemos ‘ser’, antes que intentar ‘hacer'”, explica.

Pero, para el obispo ermitaño, el mismo silencio lleva a Dios. “El silencio no es una ausencia. Es la manifestación de una presencia, la más intensa de todas las presencias. Miremos cómo nuestra sangre fluye por las venas sin hacer ningún ruido, o escuchemos los latidos de nuestro corazón en silencio. Veamos cómo la naturaleza crece en silencio. Las estrellas, la luna y el sol… cómo se mueven en silencio. La vida de un ermitaño no es inactiva, gira siempre con la del creador del universo. Un ermitaño no está solo, está siempre junto a todos los seres creados”, comenta.

Vivir como ermitaño le ha dado al obispo una nueva perspectiva sobre la Iglesia. “La pregunta es si los valores religiosos sobrevivirán al ataque de la cultura emergente. En medio de las comodidades materiales, el hombre experimenta un vacío espiritual. Esta ausencia hace que nuestra vida sea miserable. Las prácticas espirituales necesitan satisfacer el empuje interno para alcanzar la realidad última. El espíritu del mundo ha ganado más espacio en los corazones”, comenta.

El obispo cree que la vida ermitaña puede ser una respuesta. “La Iglesia no tiene armas adecuadas para contrarrestar las corrientes mundanas. Por lo tanto, es inevitable una forma de vida radical que plantee algo diferente. Debemos enseñar a los fieles a protegerse de los placeres de la carne, del dinero y del prestigio. Todo terminará cuando el cristianismo comience una poderosa batalla con el mundo, es decir, entre Cristo y Baal”, relata.

Muricken, en este sentido, propone volver a la tradición de la Iglesia como salida de la crisis. “Un antídoto para las enfermedades espirituales es seguir el ejemplo de los santos. Según Santa Teresa de Ávila, la oración silenciosa conduce a la contemplación, que es esencial para la unión con Dios en medio de nuestras tareas. La Iglesia atraviesa una crisis espiritual y debemos dar importancia a las tradiciones, especialmente la eremita y el monacato”, expresa.

Aquí puedes ver la ordenación episcopal del obispo Muricken.

El obispo concluye confesando cuál es la fuerza que le sostiene en su ermita. “La oración es el alimento para la mente y el alma. Un hombre de oración es una bendición para la humanidad. ¿Qué es la santidad? La santidad es una relación, una relación genuina con Dios. La oración no es simplemente pedir algunos favores. Es una verdadera unión con Dios, y el diálogo se da entre Dios y el hombre. Tal unión es esencial para una vida creativa y relaciones positivas con los demás”, afirma.

Para el prelado, los objetivos de su vida de ermitaño son: glorificar a Dios, santificar la Iglesia, salvar las almas, proteger la naturaleza, y testimoniar los valores del Evangelio. Para cumplirlo cuenta con un puñado de armas espirituales: oración, adoración, meditación, ayuno, vigilia, soledad, silencio y abnegación.

Fuente
https://www.religionenlibertad.com/
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