
Roma se transforma estos días en un vibrante mosaico de cantos y voces juveniles. El Jubileo congrega a jóvenes de todas partes, contagiando su entusiasmo no solo en las inmediaciones de la Basílica de San Pedro, sino también en la explanada de Tor Vergata, donde una multitud unida por la fe se prepara para un encuentro trascendental. Grupos provenientes de diferentes culturas y lenguas recorren la ciudad, mostrando una alegría contagiosa que se respira en cada rincón. Es un gozo presenciar cómo emergen de la vida cotidiana para formar parte de esta Iglesia en movimiento.
Un bálsamo para el mundo
Los rostros alegres de esta multitud juvenil son el reflejo de una fe profunda. Desde las calles romanas, jóvenes de más de 140 países elevan plegarias, unidas en un clamor común: el anhelo de paz. Las banderas de Latinoamérica, África y otros continentes ondean juntas, simbolizando una unidad global. La alegría juvenil es contagiosa; el júbilo de la «Juventud del Papa» no es solo una bendición para Roma, sino un bálsamo para el mundo entero, una fusión de banderas, idiomas y esperanzas unidos por un nombre: Jesús.
“Hasta ahora no han pedido nada en mi nombre. Pidan y recibirán, para que su alegría sea completa”. (Del Evangelio según San Juan)
Compartir la alegría
La alegría auténtica es una felicidad plena, el aliento del cristiano. Numerosos Pontífices han reflexionado sobre este tema. El Papa León XIV, al recibir a jóvenes de Perú, expresó su deseo de que el Jubileo no sea solo un recuerdo efímero, sino un impulso para llevar la fuerza del Evangelio a sus países. El anhelo del Pontífice es que la alegría y la fe inunden sus tierras.
“En estos alegres días del Jubileo de la Juventud, todos tendrán la hermosa experiencia de sentirse parte del pueblo de Dios, parte de la Iglesia universal, que abarca y abraza a toda la tierra, sin distinción de raza, lengua o nación; extendiéndose como el arbusto de mostaza y fermentando como la levadura. Queridos jóvenes, quisiera que valoraran todo lo que experimenten estos días, pero no que lo guardaran solo para ustedes”.
El secreto de la alegría
Existen muchas atracciones superficiales, incluso en la sociedad tecnológica, que prometen felicidad efímera. Pero el secreto de la verdadera alegría, como señaló el Papa Juan XXIII en su mensaje Urbi et Orbi de 1959, reside en un único nombre.
“Ha nacido un Salvador, que es Cristo el Señor. Aquí reside el secreto de la verdadera alegría, la alegría que no se encuentra en el ruido de la exaltación mundana: la alegría que nada, ni siquiera la tribulación, puede extinguir: es decir, la alegría de sabernos redimidos, de tener en Jesús a nuestro hermano amable y bueno, de haber sido hechos partícipes de la naturaleza divina en Él, elevados a una íntima comunión de vida con Dios. El Espíritu Santo es la fuente de la verdadera alegría”.
El Espíritu Santo, fuente de la verdadera alegría
Muchos buscan la felicidad en placeres mundanos, pero la alegría verdadera es profunda y fruto del Espíritu Santo. El Papa Juan Pablo II, en 1991, destacó que el Evangelio es una invitación a la alegría profunda.
“Si el cristiano «entristece» al Espíritu Santo, que habita en el alma, ciertamente no puede aspirar a poseer la verdadera alegría que proviene de Él: «El fruto del Espíritu es amor, alegría, paz…» (Gal 5,22). Solo el Espíritu Santo da la alegría profunda, plena y duradera a la que aspira todo corazón humano. El hombre está hecho para la alegría, no para la tristeza. Pablo VI lo recordó a los cristianos y a todos los hombres de nuestro tiempo en la exhortación apostólica «Gaudete in Domino». Y la verdadera alegría es un don del Espíritu Santo”.
La invitación a la alegría es una profecía de salvación
El don de la alegría no está limitado a unos pocos; es un mensaje para toda la humanidad. Benedicto XVI recordó que muchos son «huérfanos de la auténtica alegría», pero que pueden encontrar la redención a través de la renovación interior.
“Pensemos también en aquellos —especialmente los jóvenes— que han perdido el sentido de la verdadera alegría y la buscan en vano donde es imposible encontrarla: en la búsqueda incesante de la autoafirmación y el éxito, en el falso entretenimiento, en el consumismo, en los momentos de intoxicación, en los paraísos artificiales de las drogas y en toda forma de alienación. …Como en tiempos del profeta Sofonías, es precisamente a quienes atraviesan pruebas, a los «heridos por la vida y huérfanos de alegría», a quienes se dirige de manera privilegiada la Palabra del Señor. La invitación a la alegría no es un mensaje alienante ni un paliativo estéril, sino, por el contrario, una profecía de salvación, una llamada a la redención que comienza con la renovación interior”.
Anunciar la alegría
El mensaje cristiano es una proclamación de alegría, no ligada a lo pasajero, sino a una Persona: Jesús. El Papa Francisco nos recuerda que la alegría debe ser distintiva del cristiano.
“Jesús es alegría. ¡Es el Dios hecho hombre que vino a nosotros! La cuestión, queridos hermanos y hermanas, no es, por tanto, si anunciarlo, sino cómo anunciarlo, y este «cómo» es la alegría. O proclamamos a Jesús con alegría, o no lo proclamamos, porque cualquier otra forma de anunciarlo es incapaz de transmitir la verdadera realidad de Jesús. Por eso, un cristiano descontento, triste, insatisfecho o, peor aún, resentido y amargado, no es creíble”.
El Jubileo es un abrazo de Roma al mundo. El entusiasmo juvenil inspira a todas las generaciones a llevar al mundo la alegría nacida del encuentro con Jesús. En este Año Santo, la oportunidad es volver a las fuentes de la alegría, una alegría cristiana, inmutable, capaz de llenar el corazón humano.
Fuente: www.vaticannews.va