Nuestra Iglesia

“Dios no tiene miedo de nuestra alma herida por tantas maldades, porque nos ama”

La meditación del pontífice, giró entorno al relato de la parábola del banquete nupcial, del pasaje evangélico del día (cf. Mt 22, 1-14). Con él, Jesús “perfila el proyecto que Dios ha pensado para la humanidad”.

“La imagen que Dios Padre ha preparado para la familia humana es una maravillosa fiesta de amor y comunión en torno a su Hijo unigénito”, afirmó el Papa. En la parábola, esto es representado por el rey que celebró el banquete de bodas para su hijo, “haciendo llamar a invitados que rechazan la invitación porque tienen otras cosas que hacer. Como el generoso rey no quiere que la sala esté vacía, puesto que desea regalar los tesoros de su reino, envía entonces a los siervos a ir a los cruces de los caminos, y a invitar a la boda a cuantas personas encuentren”, explicó el Papa.

“Así se comporta Dios: cuando es rechazado, en lugar de rendirse, relanza y manda llamar a todos los que están en los cruces de los caminos, sin excluir a nadie”.

“Verdaderamente, el amo, el rey, dice a los mensajeros: “Llamen a todos, buenos y malos. ¡Todos!” Dios también llama a los malos. “No, soy malo, he hecho tantas…”. Te llama: “¡Ven, ven, ven!”. Jesús iba a almorzar con los publicanos, que eran los pecadores públicos, allí, eran los malos… Jesús, Dios, no tiene miedo de nuestra alma herida por tantas maldades, porque nos ama, nos invita”, afirmó Francisco.

La Iglesia está llamada a llegar “a las encrucijadas de hoy, a esos lugares marginales, esas situaciones en las que se encuentran acampados y viven fragmentos de humanidad sin esperanza”, indicó el Papa . Se trata “de no apoltronarse en las formas cómodas y habituales de evangelización y testimonio de la caridad, sino de abrir las puertas de nuestro corazón y de nuestras comunidades a todos, porque el Evangelio no está reservado a unos pocos elegidos”.

“También los que viven al margen, incluso los rechazados y despreciados por la sociedad, son considerados por Dios dignos de su amor. Él prepara su banquete para todos: justos y pecadores, buenos y malos, inteligentes e incultos”.

Revestirse de la misericordia de Dios, gracia que salva

El rey, que representa a Dios Padre en la parábola, pone, sin embargo, “una condición”, señaló Francisco. La condición es la de “llevar el traje de boda”. El traje de boda simboliza “la misericordia que Dios nos da gratuitamente, es la gracia, y, sin ella, no se puede dar un paso en la vida cristiana”, dijo el Santo Padre. Por ese motivo, “no basta con aceptar la invitación a seguir al Señor, hay que abrirse a un camino de conversión que cambie el corazón. El hábito de la misericordia, que Dios nos ofrece sin cesar, es un don gratuito de su amor, es gracia. Y requiere ser acogido con asombro y alegría”: “gracias, Señor, por haberme dado este don”.

Tal como enseñó Francisco, en la parábola, el comensal que rechazó el regalo, “se excluyó a sí mismo”, y, por lo tanto, el rey “no puede hacer nada más que echarlo”: “¿por qué?”, preguntó el Papa. Y explicó: “Porque no quiso aceptar el regalo. Porque la llamada de Jesús, la llamada de Dios es un regalo. Es un don. Es gracia”.

Al concluir su reflexión, Francisco elevó su oración para que “María Santísima nos ayude a imitar a los siervos de la parábola evangélica y salir de nuestros esquemas y estrechez de miras, anunciando a todos que el Señor nos invita a su banquete, para ofrecernos la gracia que salva, para darnos el don”.

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