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Monseñor Domínguez: “Quiero ser un hombre de esperanza y ser motivo de esperanza para ustedes”

En la homilía durante la Santa Misa de Toma de posesión, el nuevo obispo de la Diócesis de San Rafael pidió permiso a los feligreses para entrar en sus vidas y “compartir con ustedes lo más valioso que se me ha dado: a Jesucristo. Vengo a darles toda mi vida”, afirmó.

“Soy consciente de la gran responsabilidad que la Iglesia hoy pone en mis manos al mismo tiempo que me estremece mi fragilidad. En esto consiste la maravillosa y extraordinaria pedagogía de Dios: la obra es suya y se vale de instrumentos imperfectos para que se vea que el poder es de Él”, expresó al comienzo de su homilía Mons. Fray Carlos María Domínguez, el nuevo obispo diocesano.

“Hoy quiero tocar con humildad, respeto y suavidad el corazón de cada sanrafaelino, alvearense y malargüino. Pido permiso para entrar en sus vidas y compartir con ustedes lo más valioso que se me ha dado: a Jesucristo. Vengo a darles toda mi vida”.

“Quiero anunciarles a Jesús y anunciarlo con ustedes. Quiero servir a Jesús con ustedes en aquellos que más lo necesitan, en los pobres, en los que están alejados, en los que sufren”, agregó.

Homilía completa

 

Queridos hermanos:

El Apóstol San Pablo, hablando de sí mismo a los Corintios, dice: “Investidos misericordiosamente del ministerio apostólico, no somos más que servidores de ustedes por amor a Jesús. Llevamos este tesoro en recipientes de barro para que se vea bien que este poder viene de Dios” (2Cor 4, 1. 5. 7). Hoy también yo vengo al corazón de Mendoza y, aunque ya nos conocemos, quiero hacer mías estas palabras de San Pablo y presentarme como “servidor de ustedes por amor a Jesús”. Es el amor a Jesús el que me lleva a entregarme a Él en ustedes y el que me convierte en servidor de ustedes. Vengo a San Rafael –o mejor dicho, me quedo ya en San Rafael, porque amo a Jesús y ese amor es el que me convierte en servidor. Como obispo tengo la obligación de configurarme con Jesús; con ese Jesús que nos amó y se entregó por nosotros. Ese fue y es el modo de Jesús. Ese quiere ser mi modo. Mi padre San Agustín decía que “es oficio de amor pastorear la grey del Señor” (In Io. Ev. 123, 5).

 

Soy consciente de la gran responsabilidad que la Iglesia hoy pone en mis manos al mismo tiempo que me estremece mi fragilidad. Este inestimable tesoro del ministerio episcopal conlleva la responsabilidad de mostrarles a ustedes el rostro bondadoso y misericordioso del Padre, como lo hizo Jesús; ser presencia viva, entre ustedes de Jesús, Buen Pastor; ser testigo permanente del acontecimiento de Pentecostés y manifestar que es Él el que guía a la Iglesia, la forma, la unge y la envía; ser principio visible y fundamento de unidad y comunión de la Iglesia particular a través del Evangelio y de la Eucaristía; gritar con la vida la inconmovible seguridad que con comunica la promesa y la Pascua de Jesús: ¡Él está vivo en medio de nosotros!

 

Consciente, también, de mi fragilidad, reconozco serenamente mis propios límites, aceptando gozosamente la ayuda de los demás. No lo sé todo ni lo puedo todo. Por eso confío, rezo y me entrego a Aquel para quien “nada es imposible”.

 

En esto consiste la maravillosa y extraordinaria pedagogía de Dios: la obra es suya y se vale de instrumentos imperfectos para que se vea que el poder es de Él.

 

¿En qué consiste este servicio de diaconía episcopal? Es poner la totalidad de los dones y carismas; la totalidad de la vida y de la función, en plena disponibilidad para los demás. En definitiva, servir es dar cotidianamente la vida por los otros; vivir permanentemente en actitud de donación y estar siempre dispuesto a morir “para dar vida”. Este servicio episcopal pasa siempre por el corazón de la cruz y se consuma en el misterio de la Pascua.

 

La primera forma de servicio es el Evangelio. El obispo es maestro, testigo y profeta. Entre los principales oficios se destaca la predicación del Evangelio en todas sus formas. El día de mi ordenación episcopal se puso el Evangelio sobre mi cabeza durante la plegaria de ordenación y luego se me entregó para que lo proclame y enseñe con paciencia y deseo de enseñar. Por eso debo ser fiel oyente y servidor de la Palabra penetrándola sabrosamente en mi interioridad y proclamarla valientemente en su integridad. No puedo disminuirla por comodidad, desfigurarla por pereza, ocultarla por cobardía. Debo ser testigo de esa Palabra

 

La segunda forma de servicio es la Eucaristía. El obispo servidor es el administrador del supremo sacerdocio. Ello me impulsa a dejarme transformar por aquello que celebro y convertirme cotidianamente en “pan vivo” para la vida del mundo. La Eucaristía es signo de unidad; engendra unidad. Por eso, una de mis primeras obligaciones es ser signo de esa unidad y propiciar la comunión de la comunidad diocesana. Ahí se pone en juego la misteriosa presencia del Señor entre nosotros. Y a través de este ministerio de santificación, hacer crecer en santidad y maduración en la fe a todo el Pueblo de Dios.

 

La tercera forma de servicio es el gobierno. El obispo servidor, con corazón de buen Pastor, preside y guía, en nombre de Cristo, a la Iglesia particular que le ha sido confiada. Este servicio de autoridad se inscribe en el corazón de la caridad pastoral. Velar por ustedes supone en mí mucho amor, generosa abnegación y luminoso testimonio.

 

Mi padre San Agustín decía: “Soy obispo para ustedes. Soy cristiano con ustedes. La condición de obispo connota una obligación; la de cristiano, un don. La primera comporta un peligro; la segunda, una salvación” (Sermón 340, 1). Aún así, gracias a la caridad pastoral, la obligación se transforma en servicio y el peligro en oportunidad de progreso y maduración.

 

El lema de mi ministerio episcopal es “Alegres en la esperanza” (Rm 12, 12). Quiero ser profeta, testigo y servidor alegre de la esperanza que viene de Dios y que no defrauda (cfr Rm 5, 5). Quiero ser un hombre de esperanza y ser motivo de esperanza para ustedes. El mundo necesita de esa esperanza. Y sabemos que esa esperanza es Cristo. Lo sabemos, y por eso predicamos la esperanza que brota de la cruz. Quiero servir al Evangelio para la esperanza del mundo.

 

Hoy quiero tocar con humildad, respeto y suavidad el corazón de cada sanrafaelino, alvearense y malargüino. Pido permiso para entrar en sus vidas y compartir con ustedes lo más valioso que se me ha dado: a Jesucristo. Vengo a darles toda mi vida. Quiero caminar con ustedes y posar mis pies sobres las huellas del Maestro, Camino, Verdad y Vida. Quiero anunciarles a Jesús y anunciarlo con ustedes. Quiero servir a Jesús con ustedes en aquellos que más lo necesitan, en los pobres, en los que están alejados, en los que sufren.

 

Quiero dirigirme a mis hermanos sacerdotes que son mis colaboradores, mi ayuda y mis consejeros. Quiero darles un “gracias” muy grande por el trabajo y la entrega con la que viven su ministerio todos los días. Sé del cariño que ponen en su servicio al Pueblo de Dios y también de sus preocupaciones y dificultades. Juntos compartimos el único sacerdocio de Cristo. Precisamente por eso es que debemos caminar juntos, compartir las mismas alegrías y correr los mismos riesgos. Desde mi carisma agustino recoleto quiero servirlos con la comunión y la amistad, no sólo entre nosotros, sino también entre ustedes. Quiero acompañarlos como Padre, Pastor, Hermano y Amigo. Son mis prójimos más próximos. Les pido que me ayuden en esto.

 

A mis queridos seminaristas, saben bien cuánto los quiero. Sepan que acá tienen un padre que los quiere animar y ayudar a responder generosamente al llamado que Jesús les hace. El futuro de la Diócesis está en que ustedes se entreguen sin reservas a Dios y a su Pueblo con corazón de pastores. Prepárense bien para eso.

 

A los consagrados y consagradas de la Diócesis quiero darles las gracias por vivir entre nosotros el espíritu de las Bienaventuranzas y enriquecer a nuestra Iglesia particular con sus carismas y con la generosa entrega en las obras apostólicas. Como religioso que soy, sepan que los entiendo y que quiero ayudarlos a ser fieles a su carisma específico en la Iglesia y vivir radicalmente el espíritu genuino de sus familias religiosas.

 

A los laicos también quiero darles las gracias por el testimonio que dan en sus ambientes y por colaborar en la extensión del Reino y en la construcción de la comunidad diocesana. Ustedes constituyen la inmensa mayoría del Pueblo de Dios. Quiero ser y estar cercano a ustedes; escucharlos, acompañarlos, animarlos y alentarlos en el compromiso de cada uno a vivir su fe en las realidades temporales. Ustedes llegan donde el obispo y los sacerdotes no llegamos. Ayúdennos para que no haya rincón de la Diócesis en que no sea anunciado el nombre de Jesús.

 

Un día, a orillas del mar de Tiberíades, antes de darle el pastoreo de sus ovejas, Jesús preguntó a Pedro por su amor. Hoy, al asumir la Diócesis de San Rafael, también yo escucho en mi corazón la misma pregunta que el Señor dirigió a Pedro, antes de darme el pastoreo de todos ustedes. Y delante de todos ustedes, con el corazón en la mano y latiendo fuerte, le quiero declarar a Jesús: “Señor, vos lo sabes todo. Vos sabés que te quiero”.

 

He querido elegir este día de la Anunciación del Ángel a María para que su SÍ preceda al mío; sea ejemplo y modelo; lo configure y haga que el SÍ que hoy me pide el Señor y la Iglesia sea cada vez más parecido al suyo. El Sí de María cambia la historia; engendra en su corazón y en su carne la Palabra salvadora. Abraza con su obediencia de fe la salvación y coopera en ella.

 

Por eso, si me preguntaran si tengo un plan de gobierno o un plan pastoral para la Diócesis, les digo que será el que Dios nos vaya marcando. Los invito a que las palabras del Ángel a María resuenen en nuestro corazón y sean como dirigidas a nosotros.

 

  • «Alégrate»: es la invitación a la alegría de la salvación. Tú eres «la llena de gracia», la «predilecta», la particularmente amada por el Señor. «El Señor está contigo»;

 

  • «No tengas miedo, María»: es la invitación a la serenidad, a la tranquilidad interior. «Has hallado gracia delante de Dios». Tu misión será esta: recibir la Palabra del Señor, engendrarla en tu interior, comunicar a los hombres a Jesús, el que quita el pecado del mundo;

 

  • «Para Dios nada hay imposible»: es la invitación a la confianza. María dice que Sí porque Dios es amor. Dios se lo pide, y para él todo es posible. Nos hace bien pensar que el Dios amor, que nos elige y nos envía, es el Dios que nos acompaña siempre y es el Dios todopoderoso.

 

Yo quisiera que estas tres frases del ángel -» Alégrate», «No tengas miedo», «Para Dios nada es imposible» – fueran el broche de mis primeras palabras como Obispo de San Rafael: alégrense de vivir en este momento de la Iglesia y del mundo; alégrense de haber sido elegidos y ser parte de la Iglesia de San Rafael; alégrense de haber sido llamados a anunciar a Jesús. «El Señor está con ustedes». «No tengan miedo»: en los momentos de oscuridad, de sufrimiento, de cruz, seamos hombres y mujeres de esperanza; proclamen la resurrección con las palabras y con el testimonio de la vida. «Para Dios nada es imposible»; no importa la oscuridad, la experiencia de los límites, la sensación de la impotencia. ¡Dios es fiel!

 

Pongo mi ministerio pastoral y a toda la Diócesis, a los pies de nuestra Madre de Lourdes. Que San Rafael no nos abandone y nos acompañe en nuestro camino; que sea medicina de Dios para nuestro pueblo. Que aprendamos de San José la fidelidad creativa y silenciosa a los designios de Dios. Que el báculo de la Diócesis de San Rafael lo lleve Jesús.

 

Que así sea.

 

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