Eusebio Hierónimo (Jerónimo) nació en Estridón (Dalmacia) hacia el año 340. Estudió en Roma y allí fue bautizado. Luego se trasladó a Oriente, donde sería ordenado presbítero. Después de retornar a Roma, se convirtió en secretario del Papa Dámaso.
En esa época, por encargo del Sumo Pontífice, Jerónimo empezó a trabajar en una traducción de la Biblia al latín -su lengua materna-. El santo destacaba también en el manejo de las lenguas más importantes de aquellos tiempos y en vista a que los libros de las Sagradas Escrituras estaban originalmente escritos en hebreo, arameo y griego, el Papa vio en Jerónimo la persona más adecuada para realizar esa tarea.
San Jerónimo corrigió la versión latina del Nuevo Testamento (Vetus Latina) y después comenzó a traducir el Antiguo Testamento directamente del hebreo. Se sabe que empleó la Septuaginta, es decir, la versión de la biblia en griego, conocida como la Biblia Griega o de los Setenta, proveniente de Alejandría.
En medio del proceso de traducción, el santo se trasladó a Belén (Tierra Santa) con el propósito de conocer mejor la cultura y perfeccionar su hebreo -eso lo convirtió técnicamente en una suerte de padre de la filología como disciplina-. Vivió allí por varios años (aproximadamente una década) dedicándose a la par a escribir comentarios e interpretaciones de la Sagrada Escritura. De esta etapa surgieron la mayoría de sus grandes comentarios sobre una variedad de pasajes bíblicos.
A la traducción de la Biblia hecha por San Jerónimo se le conoce como “Vulgata” (“Vulgata Editio”, es decir, “edición para el pueblo”), concluida hacia el año 405 y que fue considerada por siglos como la versión oficial de la Biblia por la Iglesia Católica. De hecho, más de un milenio después, en 1546, los Padres Conciliares de Trento (Concilio de Trento, 1545-1563) reconocieron que la Vulgata latina gozaba de dicha condición.
La historia de la gruta de Belén
De acuerdo a la tradición, una noche de Navidad, después de que los fieles cristianos se retiraron de la gruta de Belén, el santo se quedó rezando solo en el lugar.
De pronto, escuchó en su interior que el Niño Jesús le decía: «Jerónimo ¿qué me vas a regalar en mi cumpleaños?». Él respondió: «Señor te regalo mi salud, mi fama, mi honor, para que dispongas de todo como mejor te parezca». El Niño Jesús añadió: «¿Y ya no me regalas nada más?». “¡Oh mi amado Salvador! -exclamó Jerónimo- por ti repartí ya mis bienes entre los pobres. Por ti he dedicado mi tiempo a estudiar las Sagradas Escrituras… ¿Qué más te puedo regalar? Si quisieras, te daría mi cuerpo para que lo quemaras en una hoguera y así poder desgastarme todo por Ti».
El Divino Niño entonces le dijo: «Jerónimo: regálame tus pecados para perdonártelos». El santo al oír esto se echó a llorar de emoción y exclamó: «¡Loco tienes que estar de amor, cuando me pides esto!».
Septiembre, mes de la Biblia
San Jerónimo murió el 30 de septiembre del año 420. Por eso, cada mes de septiembre -en el que se celebra su fiesta litúrgica- la Iglesia promueve entre los fieles el conocimiento y amor a la Biblia. Decía el santo: “Ignorar la Escritura es ignorar a Cristo”.
El Papa Benedicto XVI, en la audiencia general del 7 de noviembre de 2007, recordó las palabras que San Jerónimo dirigió a San Paulino de Nola (354-431): “En la palabra de Dios recibimos la eternidad, la vida eterna. Dice San Jerónimo: ‘Tratemos de aprender en la tierra las verdades cuya consistencia permanecerá también en el cielo’”.