
Contra todo pronóstico, en sus últimas horas de vida y con una serenidad conmovedora, María Goretti perdonó al joven que la atacó. Su gesto, imitando a Jesús en la cruz, sigue siendo un testimonio luminoso de misericordia y fidelidad al Evangelio.
Una mártir que conmovió a la Iglesia
El sacrificio de María Goretti y su inquebrantable defensa de la virtud cristiana conmovieron profundamente al Papa Pío XII, quien la canonizó en 1950. Durante la ceremonia, el Pontífice la llamó “pequeña y dulce mártir de la pureza”.
María, conocida familiarmente como Marietta, nació en 1890 en Corinaldo, una localidad de la provincia de Ancona, Italia. Era la tercera de siete hermanos, hija de Luigi Goretti y Assunta Carlini. Fue bautizada al día siguiente de su nacimiento y, según la tradición, consagrada a la Virgen María.
La familia vivía en la pobreza, pero se sostenía en la fe. Rezaban juntos cada día, especialmente el Rosario, y asistían con devoción a la Santa Misa cada domingo.
El día que cambió todo
Un día, mientras su madre trabajaba en el campo y ella realizaba tareas domésticas, un joven de 18 años llamado Alessandro Serenelli –hijo de un conocido de su padre– ingresó furtivamente a la casa. Dominado por sus deseos desordenados, intentó abusar de María. Al encontrar una firme resistencia, la apuñaló brutalmente. El parte médico registró catorce heridas.
María fue llevada al hospital, donde recibió la Comunión y la Unción de los enfermos. Horas antes de morir, pronunció palabras inolvidables: perdonó de corazón al joven que la había atacado. Fue el 6 de julio de 1902. Su testamento espiritual quedó grabado como un mensaje de misericordia para el mundo entero.
La conversión de Alessandro
Alessandro Serenelli fue condenado a 30 años de prisión. Durante largo tiempo no mostró arrepentimiento, hasta que una noche tuvo un sueño en el que vio a María recogiendo flores en un prado. Ella se le acercó y se las entregó. Ese momento marcó un antes y un después.
A partir de entonces, comenzó a cambiar su conducta. Tras cumplir 27 años de condena, fue liberado por buena conducta. Su primera acción en libertad fue buscar a la madre de María y pedirle perdón. Asombrosamente, Assunta también lo perdonó.
Un mensaje para los jóvenes del tercer milenio
En 2003, el Papa San Juan Pablo II recordó a María Goretti con palabras que aún resuenan: “Marietta, como era llamada familiarmente, recuerda a la juventud del tercer milenio que la auténtica felicidad exige valentía y espíritu de sacrificio, rechazo de todo compromiso con el mal y disponibilidad para pagar con el propio sacrificio, incluso con la muerte, la fidelidad a Dios y a sus mandamientos”.
El Santo Padre alertó sobre los falsos ideales de libertad y felicidad que exaltan el placer o el egoísmo, y afirmó con claridad: “La pureza del corazón y del cuerpo debe ser defendida, pues la castidad custodia el amor auténtico”.
El testimonio de María Goretti, como el de tantos mártires a lo largo de la historia de la Iglesia, es una proclamación viva del amor a Cristo. Su sacrificio, especialmente por la virtud de la castidad —tan desvalorizada y hasta ridiculizada en nuestros días—, nos recuerda que sin pureza no es posible comprender ni vivir el verdadero amor cristiano.