Marguerite-Marie Alacoque -nombre de pila de la santa- nació en Verosvres (Francia) en 1647. Cuando tenía ocho años, en 1655, su padre murió y ella ingresó al internado de las hermanas clarisas, donde empezó a sentirse atraída por la vida en común que llevaban las religiosas.
Margarita María recibió la Primera Comunión a los nueve años. A los once empezó a desarrollar una dolorosa enfermedad reumática que la obligó a guardar cama, por lo que tuvo que dejar el internado y regresar a la casa familiar. En esas circunstancias, Margarita buscaría consuelo en la Virgen María, a quien prometió que si le devolvía la salud, se haría una de sus hijas.
Después de casi cuatro años postrada, la niña recuperó milagrosamente la salud -la santa le atribuiría esta curación a la Madre de Dios por el resto de su vida-.
«Soy lo mejor que en esta vida puedes elegir”
La infancia de Margarita también estaría marcada por las tensiones familiares. La muerte de su padre precipitó que su abuela paterna y dos de sus tías se mudaran con ella. Estas mujeres se apoderaron de la casa y comenzaron a maltratar a su madre. A Margarita no la dejaban salir a la iglesia con libertad, a no ser para la misa del domingo, lo que se convirtió para ella en fuente de profunda tristeza, porque gustaba de ir al templo todos los días.
La madre de Margarita, ella y sus cinco hermanos quedaron entonces a expensas de las intrusas, en condición de semiesclavitud. Aquejada por los constantes maltratos, a Margarita le pareció que nuestro Señor le estaba pidiendo algo especial. Pensó que debía imitarlo lo mejor posible para sobrellevar las penas y dolores, como los que Él sufrió en su Pasión.
Por eso, en adelante, Margarita empezaría a aceptar las dificultades con más paciencia, con el deseo de asemejarse a Cristo sufriente. Descubrió cuánto le atraía la idea de estar frente al Sagrario, donde está Jesús Sacramentado. Ella relata cómo el Señor se le manifestaba en aquellos momentos de oración: «Soy lo mejor que en esta vida puedes elegir. Si te decides a dedicarte a mi servicio tendrás paz y alegría. Si te quedas en el mundo tendrás tristeza y amargura».
Un corazón traspasado
Margarita, entonces, decidió hacerse religiosa, aun cuando no contó con el apoyo de sus familiares. Así, en 1671 fue admitida en la comunidad de La Visitación, fundada por San Francisco de Sales. Entró al convento de Paray-le-Monial. Allí, no todo fue color de rosa para la jovencita, sino que pasó por momentos difíciles, algunos de ellos causados por la dureza de trato de sus superioras o por las personalidades conflictivas de algunas de sus hermanas.
Con todo, se produciría un giro impredecible. El 27 de diciembre de 1673 a Margarita se le apareció por primera vez el Sagrado Corazón de Jesús. Ella había pedido permiso para ir los jueves de 9 a 12 de la noche a rezar ante el Santísimo Sacramento. Se trataba de un gesto de piedad en memoria de las tres horas que Jesús pasó orando y sufriendo en el Huerto de Getsemaní; cuando de pronto, se abrió el sagrario y se descubrió en la presencia del Señor Jesús, en su humanidad y divinidad.
Nuestro Señor tenía expuesto, sobre el pecho, su Sagrado Corazón: este aparecía llagado, rodeado de flamas ardientes y con una corona de espinas encima. Entonces, Jesús, señalando su propio corazón con el dedo, dijo: «He aquí el corazón que tanto ha amado a la gente y en cambio recibe ingratitud y olvido. Tú debes procurar desagraviarme».
Ese fue el pedido inicial de Dios para que Margarita, su vidente, se dedicara a propagar la devoción al Corazón de Jesús como forma de desagravio.
Las promesas
El Corazón de Jesús se le apareció a la vidente durante 18 meses más. En estos encuentros, el Señor le pidió en repetidas oportunidades que se celebre una fiesta dedicada a su Sagrado Corazón. Dicha celebración debería realizarse el viernes de la semana siguiente a la fiesta del Cuerpo y la Sangre de Cristo (Corpus Christi).
Además, Jesús le comunicó a Margarita un conjunto de promesas para quienes se hiciesen devotos de su Corazón. Ella lo relata así: «Bendecirá las casas donde sea expuesta y honrada la imagen de mi Sagrado Corazón. Dará paz a las familias. A los pecadores los volverá buenos y a los que ya son buenos los volverá santos. Asistirá en la hora de la muerte a los que me ofrezcan la comunión de los primeros viernes (del mes) para pedirme perdón por tantos pecados que se cometen».
Con la mejor Compañía
Por esas cosas de Dios, el sacerdote jesuita San Claudio de la Colombiere (1641-1682) fue nombrado capellán del convento donde vivía Margarita.
Entre ambos santos nacería un vínculo espiritual de inmediato, el que después tomaría una dimensión mayor: a la larga, la Compañía de Jesús se convertiría en la mayor propagadora de la devoción al Corazón de Jesús en el mundo.
“Jesús, en vos confío”
En la última etapa de su vida, Margarita fue nombrada maestra de novicias. El Corazón de Jesús le dijo: «Si quieres agradarme confía en Mí. Si quieres agradarme más, confía más. Si quieres agradarme inmensamente, confía inmensamente en Mí».
El 17 de octubre de 1690, en Paray-le-Monial, Margarita fue llamada a la Casa del Padre. Su muerte se produjo en paz, pues llegó a ver cómo su comunidad había crecido en frutos de santidad gracias al Sagrado Corazón, y cómo mucho del rechazo que inicialmente hubo contra la devoción que impulsó a lo largo de años había desaparecido.
“Cuando uno ama, todo habla de amor”
Santa Margarita María murió confiada en que estaría para siempre al lado de su amadísimo Señor, cuyo corazón había enseñado ella a amar a muchos otros.
Desde los monasterios de las Visitandinas se siguió propagando la devoción al Corazón de Jesús y así, en 1765, el Papa Clemente XIII introdujo la fiesta del Sagrado Corazón para la ciudad de Roma. Hacia 1856, el Beato Pío IX la extendió a toda la Iglesia y finalmente, en 1920, Margarita fue proclamada santa por el Papa Benedicto XV.
“Cuando uno ama, todo habla de amor, hasta los trabajos que requieren nuestra total atención pueden ser un testimonio de nuestro amor” (Santa María Margarita Alacoque).