Gracias a un antiguo manuscrito del siglo IV -hoy conservado en el Museo Británico (Londres, Inglaterra)- podemos conocer datos importantes sobre la vida y la muerte de San Pantaleón.
El médico nació alrededor del año 275 en Nicomedia. Fue hijo de madre cristiana, pero no se sintió particularmente tocado por la fe. Apenas alcanzó la edad suficiente, empezó a vivir como un pagano más y rechazó el cristianismo. Sin embargo, su hambre de conocimiento y el deseo de ayudar a otros lo motivaron a hacerse médico, igual que su padre.
Como tal, gozó de gran reputación y fama, llegando a atender al emperador Galerio Maximiano (305 – 311). Su vida parecía transcurrir sin mayores preocupaciones, hasta que conoció a Hermolao, un sacerdote cristiano. Este lo animó a conocer otro tipo de “medicina”.
Fue así como Pantaleón entró en contacto nuevamente con algunos miembros de la Iglesia. Poco a poco, el prestigioso médico fue descubriendo que su saber en torno a la naturaleza humana podía cobrar un sentido más elevado y pleno, muy por encima de sus cálculos iniciales: quien sufre de una enfermedad padece también en el alma, no solo en el cuerpo. En ese sentido, Cristo amplió su comprensión del dolor, la enfermedad y la muerte. Esa experiencia impulsó a Pantaleón a vivir más de cerca el dolor de enfermos y moribundos y, así, por primera vez, abrirse a la esperanza en una vida que no conoce el final, la vida eterna.
Pantaleón llegó a entender de esta manera que la enfermedad y el sufrimiento no lo destruyen todo. La muerte no tiene la última palabra: “¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón?” (1 Cor 15, 55).Cristo está en el que sufre
En el proceso de conversión de Pantaleón, Hermolao fue determinante. La amistad entre ambos abrió una puerta por la que Cristo entró: “Mira que estoy a la puerta y llamo. Si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré, y cenaré con él, y él conmigo” (Apoc 3, 20).
Como consecuencia de ese “encuentro” personal con Jesús, Pantaleón empezó a servirlo en el sufriente, en los postrados y vulnerables. En ellos está el mismo Cristo.
Cuando la persecución de Diocleciano Augusto (284-305) se extendió a Nicomedia, Pantaleón regaló todo lo que tenía a los necesitados e inició una vida en la clandestinidad como muchos otros cristianos. Desafortunadamente algunos médicos que le guardaban envidia lo delataron a las autoridades. Después sería arrestado junto a un grupo de cristianos entre los que estaba Hermolao.
Cuando la noticia de su captura llegó a oídos del emperador, este quiso salvarlo en secreto. Le mandó decir que le concedía la oportunidad de vivir, siempre y cuando renunciara a su religión. Pantaleón se negó a aceptar tal condición. Luego, como para que no quedara duda del poder de su fe, curó milagrosamente a un paralítico enfrente de sus enemigos.
Ese proceder fue considerado de inmediato una afrenta más contra el emperador, por lo que el santo fue condenado a ser torturado hasta morir. Sus verdugos lo sometieron de diferentes maneras, pero Pantaleón continuó vivo. Así que se ordenó su decapitación, al igual que la de sus compañeros.
La tradición registra los intentos fallidos por quitarle la vida: primero, lo arrojaron al fuego; luego, le echaron plomo fundido sobre el tórax; tras eso, intentaron ahogarlo, le arrojaron piedras y lo ataron a la “rueda” (torno). Finalmente, quisieron atravesar su cuerpo con una espada. Como a esto logró sobrevivir, según la costumbre romana, se procedió a que le cortaran el cuello.
La misma tradición recoge, además, un hecho extraordinario en torno al suplicio de San Pantaleón. Para torturarlo, su cuerpo había sido atado por sus verdugos a un árbol seco. Este, al quedar manchado con su sangre, revivió a los pocos días.