Santoral

Hoy celebramos a San Juan de Dios, patrono de los hospitales y los trabajadores de salud

Cada 8 de marzo, la Iglesia Católica celebra la fiesta de San Juan de Dios, fundador de la Orden de los Hermanos Hospitalarios, la que posteriormente se denominaría, en honor al santo, “Orden Hospitalaria de San Juan de Dios”.

San Juan de Dios O. H. nació en Montemor-o-Novo (“Montemayor”), Portugal, el 8 de marzo de 1495 y, coincidentemente, fue llamado a la Casa del Padre también un 8 de marzo, pero de 1550, en Granada, España. Su nombre de pila fue João Cidade Duarte, aunque el mundo lo ha conocido siempre como Juan, “Juan de los enfermos”.

João, con tan solo 12 años, tomó rumbo hacia Toledo (España). Allí empezaría su curioso itinerario laboral que lo haría pasar de pastor -su primer empleo- a mercenario a los 27 años, cuando se enlista en la milicia del Emperador Carlos I. Poco le faltó para morir ahorcado allí a causa de un descuido que comprometió a su compañía militar.

Después de la milicia, a la que regresó nuevamente para ponerse bajo el mando de Carlos V y combatir a los turcos, empezó a trabajar como librero en Gibraltar, llegando a abrir una pequeña librería propia. Gracias a este oficio tuvo contacto con la literatura religiosa de la época, que dejó una huella profunda en su corazón.

Por épocas trabajó como sirviente, momentos en los que pudo ejercer los dones que Dios plenificaría más tarde en el servicio a los sufrientes.

Finalmente, Juan se hizo enfermero por vocación y convicción, descubriendo que el amor a los que padecen enfermedad era lo que le movía y llenaba el corazón. Juan se asentó allí donde al abrir los ojos veía en cada enfermo a Cristo sufriente, vulnerable, esperando ser atendido y consolado.

El hospital

El santo fundó un hospital en Granada y, posteriormente, junto con su grupo de compañeros, constituyó la base de lo que sería la Orden Hospitalaria, dedicada a la pastoral de la salud. Los miembros de la orden estaban dedicados por entero a atender a los pobres y necesitados.

En aquel hospital, el Hermano Juan trabajaría casi sin descanso durante diez años. Fueron años duros, con muchas tribulaciones y dolores, que se hicieron más llevaderos -cuando no hermosos- gracias a la oración. Sin Cristo, nada hubiese sido posible: “Son tantos los pobres que aquí llegan, que yo mismo, muchas veces estoy espantado cómo se pueden sustentar, mas Jesucristo lo provee todo y les da de comer”, escribió el santo.

Es Cristo quien cura

Juan, cada vez que podía, se ponía en presencia de Dios o renunciaba a alguna cosa que le agradaba para mantener contento al Señor y seguir exhibiendo la sonrisa que animaba a sus enfermos. Ellos, desorientados por el dolor, pensaban muchas veces que Dios los había abandonado, hasta que de pronto la sonrisa serena del santo y ademanes cuidadosos les aliviaba el alma. Juan había interiorizado hasta el tuétano que amar al que sufre es razón suficiente para desvelos y sacrificios.

Ni cuando su propia salud lo traicionaba -solía resfriarse constantemente-, no buscó ni su seguridad ni su comodidad, sino el bienestar del que tenía enfrente.

En una ocasión, se produjo un terrible incendio en el hospital y él, poniendo en riesgo su vida, se encargó personalmente de rescatar a los pacientes. Fue auténticamente milagrosa la manera como San Juan atravesó el lugar en llamas, una y otra vez, sin sufrir quemadura alguna. Aquel día ni uno solo de sus pacientes sufrió algún daño.

Tras la pandemia

San Juan de Dios además de ser patrono de hospitales y centros de salud, lo es de quienes trabajan en ellos, médicos, enfermeros, administrativos u obreros; es decir, de todos los involucrados en dar salud y preservar el valor de la vida humana.

Asimismo -y no es poca cosa- es patrón de los que difunden libros en los que hay verdad, como los libros religiosos o de provecho espiritual. La salud es siempre cosa del cuerpo y del alma.

Hoy su vida y ejemplo de entrega a los sufrientes cobran un sentido especial. Pidamos su intercesión por todos aquellos que se arriesgan en los hospitales y servicios de salud alrededor del mundo para servir a otros. Pidamos también por quienes padecen el dolor del deterioro corporal y la soledad que a veces acarrea la enfermedad.

Actualmente los religiosos hospitalarios de San Juan de Dios, sus hijos espirituales, continúan sirviendo en cientos de centros de salud en los cinco continentes. Ellos son testigos del valor único de la vida humana, que ha de respetarse de manera incondicional.

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