
“No puede tener a Dios como Padre quien no tiene a la Iglesia como Madre”
Según los escritos de San Jerónimo, se dice que Cipriano nació en África, al comienzo del siglo lll. Llamado Tascio de nacimiento, recibió una maravillosa formación literaria gracias a sus padres, unos ricos paganos.
Hasta alrededor de sus 40 años vivió una vida entregada a los vicios paganos que le consumían hasta que fueron sorprendidos con la llegada de Cecilio, un presbítero que hizo convertirlo, posteriormente su catecumenado y bautismo.
En su madurez cristiana persistieron 3 virtudes austeridad, continencia y caridad, tanto así que al ser ordenado sacerdote se desprendió de todos sus bienes materiales y los dono a la Iglesia.
Al ser ordenado obispo alrededor del año 248 y 249 consiguió una rivalidad con un par de personas que no lo creían digno de ser obispo habiendo sido hasta hace no mucho un modelo del desorden. Estos además eran los que buscaban expulsar al papa Cornelio de la sede romana.
Cipriano con su personalidad fuerte y arrolladora lucho contra herejías tales como las que aceptaba el papa Esteban, que era la validez del bautismo realizado por herejes, producto de esto se formo una gran distancia, haciendo considerar a algunos historiadores a esto como cismático.
Durante la persecución de Decio, por el año 250, apoyo enormemente a la Iglesia desde el ocultamiento debido a que fue exiliado.
Al regresar a su diócesis, en el centro de la persecución de Valeriano, en el año 257, allí fue enviado a ser decapitado por el procónsul Galerio Máximo y muere el mismo día que Cornelio, pero 5 años después, el día 14 de septiembre del año 257.
Su vida nos deja un excelente ejemplo del correcto amor que se le debe tener a la Iglesia y como esta se debe gobernar sabiamente, una de sus frases tan hermosas que nos deja es “No puede tener a Dios como Padre quien no tiene a la Iglesia como Madre”.
¡San Cipriano, ruega por nosotros!