Opinion

Curupaytí: Cuando la Patria tenía valientes

Por Eduardo Álvarez

Los batallones forman con sus mejores galas. Las bandas de música baten tambores, redoblantes, pífanos y clarines. Todos identifican los acordes que están interpretando. Están tocando “El Tala”.

Encolumnados, marchan a ocupar sus posiciones. Parecieran que están desfilando, en lugar de estar preparándose para la batalla.

Es el sábado 22 de setiembre de 1866, en un lugar del Paraguay llamado “Curupayti”.
Ya en sus posiciones, se oye el agudo llamar al ataque de un clarín, que se repite en docenas de otros clarines que retransmiten la orden. Nueve mil argentinos y ocho mil brasileños se preparan para asaltar la inexpugnable fortaleza paraguaya.
Se escuchan las últimas detonaciones de la armada brasileña, que debía atacar y destruir la artillería guaraní desde el río.
Con marcialidad y valor, los soldados argentinos comienzan el avance. Saben que van hacia una muerte segura, pero aún así avanzan cumpliendo con el sagrado deber de seguir a su bandera, aunque les cueste la vida.

Pronto el avance se hace dificultoso. Varios días ha llovido en la zona, y ha convertido aquel campo de batalla en un lodazal. Pero aún así, aquella gloriosa juventud argentina continua el avance al son de las marchas militares.

Las primeras granadas empiezan a estallar entre las formaciones argentinas. Más de cincuenta oscuras bocas de cañones paraguayos, empiezan a vomitar fuego y metralla. Las explosiones destrozan cuerpos, haciendo volar los pedazos por los aires.

La lluvia de balas paraguayas, ya se ha transformado en una granizada de muerte. Poco a poco el fangal se va tiñendo de rojo, de tanta sangre vertida generosamente por tanto valiente.
Allá va Juan Bautista Charlone, ese tano cojudo que adoptó la celeste y blanca como su bandera. Allá va, al frente de sus hombres, al grito de “¡Vamos, avancen!”, y aquellos hombres que lo idolatran, lo seguirán, hasta la mismísima muerte. Una descarga de fusilería le abrirá el pecho al pobre Juan Bautista. Sus hombres rescataran del barro colorado su cuerpo moribundo, lo llevarán a sus líneas, para que el tano muriese entre los suyos, al día siguiente.

Es la flor y nata de la juventud argentina que avanza y avanza hacia ese destino de muerte y honor.
El Capitán Domingo Fidel Sarmiento, del Regimiento 12, el hijo del sanjuanino, marcha al frente de su compañía. Podía haber estado en cualquier otro lugar de la línea, con sólo invocar su apellido. Pero no, ha preferido guiar a sus soldados hacia la victoria. Cuando de repente un proyectil paraguayo le destroza el talón de Aquiles, provocándole una hemorragia imparable, que en minutos se llevará su vida. Su cuerpo seco de sangre será rescatado del barrial, y llevado a las líneas argentinas. Tenía 21 años.

Francisco Paz, es otro más de los que caen en batalla. Era el hijo del Vicepresidente de la Nación, el Dr. Marcos Paz. Tiempos en los que el nepotismo, no existía.

Avanza enarbolando su bandera, un joven rosarino. Es el abanderado de un Regimiento de Guardias Nacionales. Saltando charcos, atorado en el barro, frenado por los cercos de espinas, sigue marcando el camino. A su espalda, los santafesinos sólo ven el flamear de la celeste y blanca avanzando y avanzando, llevada en alto por el muchacho de apenas diecisiete años. Algunos dicen que alcanzó a llegar al pie de la muralla paraguaya, cuando una descarga lo abate, cayendo sobre esa bandera, que ya son jirones, bendiciéndola con su sangre generosa. Catorce balazos cruzaron ese género celeste, blanco y ahora rojo, antes que cayera de las manos del glorioso Cleto Mariano Grandoli. Hoy ese manto sagrado, manchado con la sangre del soldado, reposa, como uno de los símbolos más sagrados de nuestra argentinidad, en una vitrina del museo “Julio Marc” de Rosario.
Cerca de donde cayó Cleto, está Manuel Rosseti, al frente de su unidad, el Glorioso Regimiento de Infantería Nro 1 “Patricios”. Las balas vuelan a su alrededor. Sabía que iba a morir. Tanto es así, que incluso ya la noche anterior había arreglado todos sus papeles. Marcha al frente de sus hombres con su Uniforme de Gala, mientras su sable señala el destino de muerte, aquella muralla tan lejana. Un disparo paraguayo lo alcanza en el vientre. Rapidamente es llevado a las líneas patriotas. Morirá al día siguiente. Tenía 33 años.

El Teniente Coronel Alejandro Díaz, Jefe del Regimiento Nro 3, cae abatido mientras arengaba a sus hombres: “¡Adelante muchachos, que el 3 no sea el último en escalar la trinchera!” . Murió de cuatro heridas en la cabeza, ocho balazos, y un feroz lanzazo en el pecho.

Manuel Fraga se llamaba. Era Coronel. Había estado presente en Cepeda y Pavón, cuando por fin la muerte lo encuentra en Curupaytí al frente de sus hombres.

Cuando Mitre se da cuenta que el ataque fracasaría, más de cuatro mil argentinos yacían heridos o muertos en el campo de batalla. Cerca de las 17:00 hs, se dio la orden de tocar “Retirada”.

Fue el momento en el que los paraguayos se hicieron dueños de terreno. Les robaron las armas y vestimentas a los caídos, los cuales quedaron desnudos en el lodazal. Los heridos que podían caminar, fueron tomados prisioneros, y los que no, eran degollados al instante.

Nunca jamás en toda la Historia Argentina murieron tantos argentinos juntos en batalla. Las cifras exactas no las sabremos nunca, pero rondan entre los cuatro o cinco mil los caídos.

Hoy se cumplen 154 años de aquel fatídico 22 de setiembre de 1866. Debemos recordar con sentimiento patriótico la memoria de aquellos Mártires de Curupayti, cuya única culpa fue seguir constantemente a su bandera, hasta perder la vida, tal como lo habían jurado. Y eso los redime de todo.

Mi recuerdo, gratitud y homenaje, a los Combatientes de Curupayti.

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