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Familia, gratitud y esperanza: el corazón del cierre del año jubilar

En la Solemnidad de la Sagrada Familia, el Administrador Apostólico de la Diócesis invitó a seguir peregrinando como Iglesia en la esperanza que no defrauda, agradeciendo las gracias recibidas y renovando el compromiso con la familia.

Este domingo 28 de diciembre, la ciudad de San Rafael fue escenario del Solemne Cierre del Jubileo de la Esperanza, una celebración que marcó el final del Año Santo vivido por la Iglesia bajo el lema “Peregrinos de esperanza”.
Las actividades comenzaron a las 10 horas con la peregrinación final del Jubileo, que tuvo lugar en la Plaza San Martín, desde donde los fieles caminaron juntos hacia la Catedral San Rafael Arcángel, expresando con sus pasos el camino recorrido durante este tiempo de gracia.
Posteriormente, se celebró la Solemne Misa de cierre del Año Santo en la Catedral San Rafael Arcángel, en el día que celebramos la Solemnidad de la Sagrada Familia de Jesús, María y José.

Monseñor Marcelo Mazzitelli presidió la Eucaristía de cierre del Año Jubilar diocesano, un tiempo marcado por la gratitud, la esperanza y la invitación a continuar el camino como comunidad peregrina.

En su homilía, el Administrador Apostólico recordó que el inicio del Año Jubilar fue vivido como un acontecimiento de profunda comunión: “El comienzo del año jubilar que celebramos como comunidad diocesana fue ocasión de una alegría compartida que en comunión con toda la Iglesia proclamamos nuestra esperanza siendo peregrinos y testigos de su Misericordia”.

Al hacer memoria del camino recorrido, Monseñor Mazzitelli subrayó que este tiempo estuvo atravesado tanto por gracias como por dificultades: “Hoy con el gozo sostenido en este día de cierre del año jubilar damos gracias al Señor por todos los beneficios recibidos, año que supo también de pruebas en el desconcierto y dolor, pero todo vivido en la certeza que nos da la fe de que el Espíritu guía nuestros pasos”. Y agregó con claridad: “Cerramos este año santo, pero seguimos peregrinando como comunidad diocesana, como Iglesia en la esperanza que no defrauda”.

 

La Sagrada Familia, fidelidad en lo cotidiano

Al centrar la reflexión en la fiesta litúrgica del día, el obispo invitó a contemplar a la Sagrada Familia como modelo de vida familiar y comunitaria: “Ante el misterio del Dios con nosotros, hoy la liturgia nos invita a contemplar a la Sagrada Familia”. Destacó que la Palabra de Dios propone un camino concreto de vínculos y sentimientos: “La Palabra proclamada nos señala el camino de sentimientos que expresan los vínculos que conforman una familia y una comunidad”.

En ese sentido, afirmó que solo dejando actuar a Cristo es posible construir familias según el corazón de Dios:

“Dejando que la paz de Cristo reine en nuestro corazón, podremos encontrarnos entre nosotros en los sentimientos de Cristo Jesús, haciendo de nuestras familias un sueño de Dios en cumplimiento”.

Monseñor Mazzitelli también hizo una lectura profunda de la realidad actual, marcada por fuertes tensiones culturales: “Peregrinando en estos sentimientos podemos pensar que hay un sentir común al nombrar la familia, pero en nuestro tiempo ya no es así”. Enumeró luego algunas de las heridas de nuestro tiempo: “Las dolorosas rupturas, la despersonalización de los vínculos, la confusión en la cultura, el atentado contra la vida naciente, la militancia ideológica que busca destruir la institución de la familia”, y llamó a volver la mirada a la Sagrada Familia “como portadora de luz y sentido”.

Confiar aun en medio del dolor

En un tono cercano y pastoral, el Administrador Apostólico reconoció las dificultades que atraviesan muchas familias: “Como familias vivimos momentos difíciles, situaciones que llevan a un abismo de dolor, donde brotan preguntas sin respuesta”. Sin embargo, alentó a no perder la confianza: “Allí mismo, en medio del no ver, como María y José, tenemos el desafío de elegir confiar porque Dios está, no abandona”.

Profundizando en la figura de María y José, destacó el valor del cuidado mutuo: “María y José cuidan la vida. Los brazos de María portan a Jesús, el Salvador que nació en la fragilidad de un niño”, y subrayó el rol de San José como custodio: “José cuida de María, revelándonos que los miembros de una familia están llamados a cuidarse siendo los unos para los otros ofrendas de amor”.

En este marco, afirmó que la vida encuentra su sentido cuando se vive como don: “La vida cobra sentido cuando es para los demás”, y recordó que cada integrante de la familia es un regalo que debe ser protegido: “Los padres, los hijos, los hermanos, los abuelos son un don los unos para los otros que debe ser cuidado, sobre todo en su vulnerabilidad”.

Gratitud, perdón y esperanza

Hacia el final de su homilía, Monseñor Mazzitelli invitó a que la celebración de la Sagrada Familia sea un verdadero gesto espiritual y comunitario: “Que celebrar a la Sagrada Familia sea ocasión para agradecer al Señor por el don de cada familia”, alentando también a la gratitud mutua, al perdón que sana las heridas y a una esperanza renovada que impulse la misión familiar.

Finalmente, al cerrar el Año Jubilar, convocó a la comunidad diocesana a continuar el camino iniciado: “Demos gracias al Señor por todas las gracias recibidas en este año jubilar, demos gracias a Dios por el don de la familia que anuncia la ternura de Dios”, y concluyó con un fuerte envío misionero: “Sigamos peregrinando como Iglesia diocesana misionera y samaritana en la esperanza que no defrauda”.

Texto de la homilía completa

Queridos hermanos, “Dios es el Emanuel, el “Dios con nosotros”. El infinitamente grande se hizo pequeño; la luz divina brilló entre las tinieblas del mundo, la gloria del cielo se asomó a la tierra. ¿Cómo? En la pequeñez de un Niño. Y si Dios viene, aun cuando nuestro corazón se asemeja a un pobre pesebre, entonces podemos decir: la esperanza no ha muerto, la esperanza está viva, y envuelve nuestra vida para siempre. La esperanza no defrauda” (Homilía apertura de la puerta santa y misa de nochebuena 2024)

Con estas palabras el Papa Francisco abría la puerta santa de la Basílica de San Pedro en la nochebuena de 2024, inaugurando así un tiempo de acción de gracias y conversión. El comienzo del año jubilar que celebramos como comunidad diocesana fue ocasión de una alegría compartida que en comunión con toda la Iglesia proclamamos nuestra esperanza siendo peregrinos y testigos de su Misericordia.

Hoy con el gozo sostenido en este día de cierre del año jubilar damos gracias al Señor por todos los beneficios recibidos, año que supo también de pruebas en el desconcierto y dolor, pero todo vivido en la certeza que nos da la fe de que el Espíritu guía nuestros pasos. Cerramos este año santo, pero seguimos peregrinando como comunidad diocesana, como iglesia en la esperanza que no defrauda.

Nos decía el Papa Francisco, “la esperanza cristiana no es un final feliz que hay que esperar pasivamente, no es el final feliz de una película; es la promesa del Señor que hemos de acoger aquí y ahora, en esta tierra que sufre y que gime … nos pide que nos hagamos peregrinos en busca de la verdad, soñadores incansables, mujeres y hombres que se dejan inquietar por el sueño de Dios; que es el sueño de un mundo nuevo, donde reinan la paz y la justicia”.

Ante el misterio del Dios con nosotros, hoy la liturgia nos invita a contemplar a la Sagrada Familia. Aquella escena de María y José junto a Jesús nacido para nuestra salvación, se prolonga en lo cotidiano de la vida desplegada en Nazaret iluminando el ser y misión de la familia que expresa también el sueño de Dios.

La Palabra proclamada nos señala el camino de sentimientos que expresan los vínculos que conforman una familia y una comunidad. El sabio Ben Sira exhorta a los hijos a cuidar y honrar a los padres, acciones que nacen de una compasión que sana, y el apóstol haciéndonos tomar conciencia que somos los elegidos de Dios, santos y amados, nos llama a vivir en el amor que es el vínculo de la caridad perfecta. Dejando que la paz de Cristo reine en nuestro corazón, podremos encontrarnos entre nosotros en los sentimientos de Cristo Jesús, haciendo de nuestras familias un sueño de Dios en cumplimiento.

Peregrinando en estos sentimientos podemos pensar que hay un sentir común al nombrar la familia, pero en nuestro tiempo ya no es así; las dolorosas rupturas, la despersonalización de los vínculos, la confusión en la cultura, el atentado contra la vida naciente, la dolorosa constatación de la militancia ideológica que busca destruir la institución de la familia, el deseo explicito de no querer tener hijos remplazándolos por mascotas a las que tratan como tales, nos invitan a volver a la Sagrada Familia como portadora de luz y sentido.

La alegría anunciada por el ángel a los pastores se hizo reposo y adoración en aquella noche de paz, pero la prueba no tardó en llegar, el dolor se hizo presente en María y José al tener que padecer el exilio. Nada se nos dice de los sentimientos anidados en el corazón de José y de María, pero sí su respuesta: la confianza en Dios, el cuidado entre sí y la fidelidad en lo cotidiano vivido en el asombro.

María y José confían en Dios que sigue escribiendo la historia de salvación. Dejar la tierra, el desamparo, la incertidumbre de un mañana desconocido, la posibilidad del rechazo no dejan de ser realidades que implican un exilio. Recordemos a los exiliados de nuestro tiempo que huyendo de guerras, violencia, hambruna, recorren desiertos, atraviesan mares que se convierten en tumbas, que sufren el rechazo cuando llegan a una tierra que anhelaban en la esperanza, riesgos asumidos para darle una oportunidad a sus hijos. Como familias vivimos momentos difíciles, situaciones que llevan a un abismo de dolor, donde brotan preguntas sin respuesta, y allí mismo en medio del no ver, como María y José, tenemos el desafío de elegir confiar porque Dios está, no abandona.

María y José cuidan la vida. Los brazos de María portan a Jesús, el Salvador que nació en la fragilidad de un niño, él es protegido en el amor de su madre y de José que lo custodia con amor de padre. También José cuida de María, revelándonos que los miembros de una familia están llamados a cuidarse siendo los unos para los otros ofrendas de amor, porque la vida cobra sentido cuando es para los demás. Los padres, los hijos, los hermanos, los abuelos son un don los unos para los otros que debe ser cuidado, sobre todo en su vulnerabilidad. Cada uno es misterio al que me debo para ayudarlo a crecer y alcanzar su plenitud, dejándonos también ayudar.

La Sagrada Familia es fiel en lo cotidiano. Una vez más, en el silencio del reposo José escucha y obedece, así la Sagrada Familia vuelve a Israel, a Nazaret, allí el misterio de Dios se desarrollará en lo cotidiano, tiempo en el que Jesús vivió obediencia a María y José, “creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia delante de Dios y de los hombres” (Lc. 2, 52). El silencio de Nazaret se hace para nosotros escuela fe, ya que como dice el Papa Leon, “en la familia, la fe se transmite junto con la vida, de generación en generación: se comparte como el pan de la mesa y los afectos del corazón. Esto la convierte en un lugar privilegiado para encontrar a Jesús, que nos ama y siempre quiere nuestro bien” (Homilía Jubileo de la familia. 1°.06.2025).

Queridos hermanos, que celebrar a la Sagrada Familia sea ocasión para agradecer al Señor por el don de cada familia, expresar también la gratitud entre los esposos, los padres y los hijos, los hijos para con los padres, a los abuelos por saberse cuidados y amados, que sea día de perdón que recrea vida en las historias heridos por el dolor, que sea día de renovada esperanza comprometiéndonos con la misión de la familia “llamada a compartir la oración cotidiana, alimentada por la lectura de la Palabra de Dios y la comunión eucarística para hacer crecer el amor y convertirse cada vez más en templo donde habita el Espíritu” (Amoris Laetitia 29).

Demos gracias al Señor por todas las gracias recibidas en este año jubilar, demos gracias a Dios por el don de la familia que anuncia la ternura de Dios y sigamos peregrinando como Iglesia diocesana misionera y samaritana en la esperanza que no defrauda.

Cantemos juntos con María las maravillas que hace en nosotros, en nuestra comunidad, en nuestras familias.

 ¡Demos gracias al Señor, porque es eterno su amor!

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