Nuestra Iglesia

“La eutanasia es un crimen contra la vida. Incurable no significa ‘in-cuidable’”

La carta publicada hoy afirma que incurable “no es nunca sinónimo de ‘in-cuidable’: quien sufre una enfermedad en fase terminal, así como quien nace con una predicción de supervivencia limitada, tiene derecho a ser acogido, cuidado, rodeado de afecto”.  

El escrito resalta que la Iglesia “es contraria al ensañamiento terapéutico, pero reitera como ‘enseñanza definitiva’ que la eutanasia es un crimen contra la vida humana, y que toda cooperación formal o material inmediata a tal acto es un pecado grave y que ninguna autoridad puede legítimamente imponerlo ni permitirlo”.

La Carta de la Congregación para la Doctrina de la Fe “sobre el cuidado de las personas en las fases críticas y terminales de la vida”, reafirma la posición ya expresada varias veces por la Iglesia sobre el tema, se ha hecho necesario debido a la multiplicación de noticias y al avance de la legislación que en un número cada vez mayor de países autoriza la eutanasia y el suicidio asistido de personas gravemente enfermas, pero también que están solas o tienen problemas psicológicos.

El propósito de la carta es proporcionar indicaciones concretas para actualizar el mensaje del Buen Samaritano. También cuando “la curación es imposible o improbable, el acompañamiento médico y de enfermería, psicológico y espiritual, es un deber ineludible, porque lo contrario constituiría un abandono inhumano del enfermo”.

Incurable, pero jamás ‘in-cuidable’

“Curar si es posible, cuidar siempre”. Estas palabras de Juan Pablo II explican que incurable nunca es sinónimo de “in-cuidable”. La curación hasta el final, “estar con el enfermo, acompañarlo escuchándolo, haciéndolo sentirse amado y querido, es lo que puede evitar la soledad, el miedo al sufrimiento y a la muerte, y el desánimo que conlleva: elementos que hoy en día se encuentran entre las principales causas de solicitud de eutanasia o de suicidio asistido”. Al mismo tiempo, se subraya que “son frecuentes los abusos denunciados por los mismos médicos sobre la supresión de la vida de personas que jamás habrían deseado para sí la aplicación de la eutanasia”. 

Todo el documento se centra en el sentido del dolor y el sufrimiento a la luz del Evangelio y el sacrificio de Jesús: “el dolor es existencialmente soportable sólo donde existe la esperanza ” y la esperanza que Cristo transmite a la persona que sufre es “la de su presencia, de su real cercanía”. Los cuidados paliativos no son suficientes “si no existe alguien que ‘está’ junto al enfermo y le da testimonio de su valor único e irrepetible”.

Cuidados en edad prenatal y pediátrica

Desde su concepción, los niños que sufren malformaciones o patologías de cualquier tipo “son pequeños pacientes que la medicina hoy es capaz de asistir y acompañar de manera respetuosa de la vida”. La Carta explica que “en el caso de las llamadas patologías prenatales ‘incompatibles con la vida’ – es decir que seguramente lo llevaran a la muerte dentro de un breve lapso– y en ausencia de tratamientos capaces de mejorar las condiciones de salud de estos niños, de ninguna manera son abandonados en el plano asistencial, sino que son acompañados hasta la consecución de la muerte natural” sin suspender la nutrición y la hidratación. Son palabras que también pueden referirse a varias noticias recientes. 

Se condena el uso “a veces obsesivo del diagnóstico prenatal” y el afirmarse de una cultura hostil a la discapacidad que a menudo conduce a la elección del aborto, que “nunca es lícito”.

Objeción de conciencia

Por último, la carta pide posiciones claras y unificadas sobre estos temas por parte de las iglesias locales, invitando a las instituciones sanitarias católicas a dar testimonio, absteniéndose de comportamientos “de evidente ilicitud moral”. Las leyes que aprueban la eutanasia “no crean ninguna obligación de conciencia y establecen una grave y precisa obligación de oponerse a ellas mediante la objeción de conciencia”. 

El médico “no es nunca un mero ejecutor de la voluntad del paciente y siempre conserva el derecho y el deber de sustraerse a la voluntad discordante con el bien moral visto desde la propia conciencia”. Por otra parte, se recuerda que “no existe un derecho a disponer arbitrariamente de la propia vida, por lo que ningún agente sanitario puede erigirse en tutor ejecutivo de un derecho inexistente”. 

Es importante que los médicos y los trabajadores de la salud “se formen en el acompañamiento cristiano de los moribundos, como han demostrado los recientes acontecimientos dramáticos relacionados con la epidemia de Covid-19”. En cuanto al acompañamiento espiritual y sacramental de quien pide la eutanasia, “es necesaria una cercanía que invite siempre a la conversión, pero no es admisible ningún gesto exterior que pueda ser interpretado como una aprobación de la acción eutanásica, como estar presentes en el instante de su realización. Esta presencia sólo puede interpretarse como complicidad”.

 

La carta completa se puede leer en la página oficial del vaticano.

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