Monseñor Oscar Ojea, presidente de la CEA y obispo de San Isidro fue el primer expositor. En su presentación explicó que la intención es que la gente pueda leer la encíclica, “que tengan un acceso directo a ella, no a través de interpretaciones prefabricadas y parciales».
«En nuestro país se leen muchos comentarios sobre el pensamiento y existen diversas lecturas sobre gestos del Papa, pero generalmente no se lee”, lamentó, y recordó:
«En esta lectura de la encíclica los católicos escuchamos la voz del Espíritu Santo que nos invita a ser dóciles a su inspiración para mirar y actuar desde la fe, movidos por este texto del Magisterio Ordinario de la Iglesia en esta coyuntura tan difícil que estamos viviendo”.
El prelado consideró que no se puede leer la Encíclica «pensando que se dirige exclusivamente a nuestro país como algunos medios insinúan habitualmente, sino que el Papa está pensando en una salida luminosa de esta crisis mundial abarcando en su mirada a todo el mundo globalizado”.
“La salida de la pandemia corre el riesgo de agravar este cisma entre el individuo y la comunidad. La encíclica es una invitación a soñar juntos una humanidad iniciando procesos de cambios que toquen lo más profundo de nuestra cultura y que cambie estilos de vida, modos de mirar y de pensar y hábitos de consumo muy arraigados en nuestro modo de vivir”.
Una bellísima encíclica de la fraternidad humana
El vicepresidente 1° y Arzobispo de Buenos Aires, Cardenal Mario Aurelio Poli reflexionó: “Una primera lectura de esta bellísima Encíclica del Papa nos ha acercado a este tema que ya en sus catequesis y también en su magisterio asomó muchas veces, que es el de la fraternidad humana”.
“Los capítulos 3 y 4, el Papa los titula: ‘Pensar y gestar un mundo abierto’, porque se necesita una apertura a este nuevo principio que pretende regir las relaciones humanas, el principio de la fraternidad universal. Él dice, al comienzo del capítulo 3, que la vida subsiste donde hay vínculo, comunión, fraternidad y expresa una vida más fuerte que la muerte. Y con uno de los subtítulos de este capítulo, ‘El más allá’, llama a los corazones que se dejan complementar, que están abiertos a lo cultural, a lo social, y es aquí donde introduce el sentido más profundo de la fraternidad universal que es el valor único del amor, del amor cristiano”.
“Hay un aspecto de la apertura universal del amor que no es geográfico, sino existencial: Es la capacidad cotidiana de ampliar mi círculo, de llegar a aquellos que espontáneamente no siento parte de mi mundo de intereses, aunque estén cerca de mí”, continuó el cardenal Poli. “Por otra parte, cada hermano y hermana que sufre abandonado y abandonada por la sociedad es un forastero existencial, aunque haya nacido en el mismo país. Puede ser un ciudadano con todos los papeles, pero lo hace sentir como un extranjero en su propia tierra”, detalló.
Colombo: El Papa nos llama a dejar de ser espectadores
El vicepresidente 2° y Arzobispo de Mendoza, Monseñor Marcelo Colombo, consideró que esta encíclica, “nos va a dar la oportunidad de encontrarle nuevas riquezas y posibilidades porque el abanico de problemáticas que aborda es muy importante”.
Además, propuso una lectura atenta del capítulo 2, en la que el Papa se refiere al buen samaritano “como ícono, quizás como paradigma de la actuación del hombre nuevo en este tiempo difícil en el que nos toca vivir”.
“Dice el Papa que en esta sociedad globalizada hay un estilo elegante de mirar para otro lado, que se practica bajo el ropaje de lo políticamente correcto, que mira al que sufre sin tocarlo, o incluso un discurso de palabras lindas pero que no son expresión de una solidaridad real”, reflexionó Colombo.
“Somos corresponsables, como parte de la sociedad, de protagonizar nuevos procesos y transformaciones sociales. En esa línea estamos llamados a incluir, a integrar y a evitar que algunas personas queden de lado. El Papa nos está llamando a la inercia de dejar de ser espectadores. El samaritano subraya la apertura del amor: no hay razas, no hay distinciones, no hay situaciones sociales. Hay un hombre caído y otro que se hace cargo”.
Con esta reflexión, el Santo Padre invita a pensar “lo que significa existir en la vida social, lo que significa la fraternidad en la vida espiritual, y también el buscar con todo el corazón y con toda el alma, trabajar por la inalienable dignidad de las personas”.
Monseñor Malfa: “Las religiones aportan la apertura a la trascendencia”
Por su parte Monseñor Malfa, secretario general de CEA y Obispo de Chascomús se refirió al capítulo de la encíclica que se centra en las “religiones al servicio de la fraternidad en el mundo” y subrayó: “Las religiones aportan la apertura a la trascendencia y los creyentes sabemos que ‘hacer presente a Dios es un bien para nuestras sociedades’. Sin Dios el hombre y la mujer pierden su dignidad y se transforman en un producto de una evolución ciega que se puede manipular”.
“El Papa recuerda una vez más la necesidad de reconocer el derecho humano fundamental de la libertad religiosa para los creyentes de todas las religiones, derecho que garantizan expresamente los Tratados Internacionales de Derechos Humanos”.
Además, destacó que el Papa “recuerda a los líderes religiosos su misión de ser auténticos ‘dialogantes y mediadores’ para construir la paz” y “señala que para muchos cristianos el camino de la fraternidad también tiene una Madre llamada María que en la cruz recibe esta maternidad universal y que María ‘con el poder del resucitado, quiere parir un mundo nuevo, donde todos seamos hermanos, donde haya lugar para cada descartado de nuestras sociedades, donde resplandezcan la justicia y la paz’”.