
Recordado por su austeridad y cercanía con los pobres, el Papa Francisco marcó su pontificado con el sello latinoamericano, reflejando las actitudes y gestos que cultivó en Argentina. Su constante presencia en el Santuario de San Cayetano y su cercanía con los peregrinos que cada 7 de agosto honran al santo del pan y del trabajo son un claro ejemplo.
Durante sus años como Arzobispo de Buenos Aires, el Cardenal Jorge Bergoglio era un asiduo en ese santuario, ubicado en Cuzco 150, en el barrio porteño de Liniers, puerta de entrada a la Ciudad de Buenos Aires y paso diario obligado de una multitud de trabajadores.
Aunque el Santuario fue fundado en 1875, San Cayetano tomó mucho impulso durante la crisis económica de 1929, de la mano del párroco de entonces, P. Domingo Falgioni, quien difundió su devoción como patrono del pan y el trabajo. La imagen de San Cayetano con el niño Jesús en brazos, y una espiga de trigo en su mano, comenzó a invocarse como protección y ayuda en tiempos de necesidad.
Hasta allí se acercaba el Cardenal Bergoglio cada 7 de agosto para celebrar la Misa y compartir la fiesta de este emblemático santo, uno de los que mayor devoción genera en los argentinos, quienes le confían sus preocupaciones, angustias y plegarias.
El santo de los trabajadores, de los humildes, de los pobres, quienes permanecieron en la agenda y en el corazón de Francisco durante sus 12 años al frente de la Iglesia Católica.
Salir al encuentro de los más necesitados
En 2013, ya elegido Papa, envió desde Roma un mensaje a los devotos de San Cayetano que fue transmitido a las 00:00 horas del 7 de agosto en una pantalla instalada frente al templo.
«Como todos los años, después de recorrer la fila hablo con ustedes. Tal vez la fila la recorrí con el corazón. Estoy un poquito lejos. No puedo compartir con ustedes este momento tan lindo, en el que ustedes están caminando hacia la imagen de San Cayetano», señaló.
Destacando el lema de ese año, “Con Jesús y San Cayetano vayamos al encuentro de los más necesitados”, el Papa subrayó la importancia de tender la mano, mirar con cariño y compartir el dolor, las ansiedades y los problemas de quienes más lo necesitan.
“Lo importante no es mirarlos de lejos, o ayudarlos desde lejos. ¡No, no! Es ir al encuentro. ¡Eso es lo cristiano! Eso es lo que nos enseña Jesús: Ir al encuentro de los más necesitados. Como Jesús que iba siempre al encuentro de la gente. Él iba a encontrarlos. Salir al encuentro de los más necesitados”, insistió.
“Ojalá Jesús te vaya marcando camino para encontrarte con quien necesita más. Tu corazón, cuando te encuentres con aquél que más necesita, ¡se va a empezar a agrandar, agrandar, agrandar!”, aseguró.
El Papa que lloraba con los pobres
En 2016, Francisco también recordó a sus queridos peregrinos de San Cayetano, con una carta dirigida al entonces presidente de la Conferencia Episcopal Argentina, Mons. José María Arancedo.
En sus palabras, hizo llegar su saludo y bendición a todos los que acudieron a distintos templos del país dedicados al santo “para pedir pan y trabajo o para agradecer el hecho de que no les falte”.
En su carta se mostraba “conmovido” al recordar los 7 de agosto en Buenos Aires, y la fila de personas desde el Santuario hasta el Estadio de Vélez (1 kilómetro, aproximadamente).
“Saludar, escuchar, acompañar la fe de ese pueblo sencillo… y tantas veces, ante la angustia de hombres y mujeres que quieren y buscan trabajo y no encuentran …, sólo atinaba a un apretón de manos, una caricia, mirar esos ojos humedecidos de dolor, y llorar dentro. Llorar sí, porque es duro cruzar tu vida con un padre de familia que quiere trabajar y no tiene posibilidad de lograrlo”, reconocía el Papa argentino.
En aquella carta, se refería alarmado a los niveles de desocupación, que según el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos, en el segundo trimestre de aquel año alcanzó el 9,3%, y pidió a San Cayetano “esa dignidad que nos confiere el trabajo; poder llevar el pan a casa”.
Un peregrino más
El fallecimiento del Papa Francisco fue un golpe duro para la comunidad de San Cayetano, que lo consideraba un peregrino más, que llegaba sin previo aviso porque era “su casa”, señaló el rector del santuario, P. Lucas Arguimbau al portal En Camino.
Los primeros días después de su muerte, la comunidad se sostuvo entre oraciones, silencios y lágrimas para despedir al “Papa de los pobres”.
El sacerdote aseguró que una virtud del santuario es el de ser “hospital de campaña”, donde todos encuentran consuelo y misericordia, características que le atribuye al sello que dejó el Papa Francisco en la comunidad: “Acá puede venir cualquiera y nadie se va sin ser perdonado”, aseguró.
Una de las enseñanzas de Francisco, destacó el P. Arguimbau, fue el saber que la misericordia “no es un premio para los buenos, sino una medicina para todos nosotros que necesitamos seguir caminando”. Esta, aseguró, “es una marca muy fuerte y ojalá que nunca la perdamos”.