Mayte fue bautizada de pequeña e hizo la Primera Comunión, sin embargo, durante muchos años estuvo alejada de Dios y de la fe. Una enfermedad degenerativa y, posteriormente, participar en un Retiro de Emaús le cambiaron para siempre la vida. Hoy llega, incluso, a dar gracias por el sufrimiento y reza cada día el Rosario en un grupo de oración.
«Fui a un colegio de monjas y siempre había ido de la mano de la fe, pero hubo un momento en el que me aparté del Señor. Dejé de tenerlo en el centro de mi vida», comenta. A Mayte, en el año 2000, le diagnosticaron esclerosis múltiple, una enfermedad que resulta incurable para los médicos. Hoy relata su testimonio para El Rosario de las 11 pm.
La fuerza de cada día
«Llegó la enfermedad y estaba más o menos bien. Al principio me dio un brote, pero luego remitió y recuperé la movilidad. Pero, al año de nacer mi hija, en 2011, me dio un segundo brote que me afectó por completo. Cambié la medicación y tuve que pasar a terapias más importantes. Ahora voy en silla de ruedas«, explica Mayte.
Poco después de nacer su hija, Mayte sufre un segundo brote que le afecta a la movilidad.
Un día Mayte iba a aceptar una de esas invitaciones que, hasta entonces, siempre había rechazado. «En 2018 me invitaron a un Retiro de Emaús y llamé a un amigo sacerdote para preguntarle que qué debía hacer. Me animó a ir, yo no entendía nada, pero si lo decía él, pues tendría que hacerlo. Ese fin de semana Dios dispuso todo para que pudiera ir», relata.
Y, en esa convivencia, su vida cambiaría para siempre. «Mi encontronazo con el Señor fue brutal. Salí de allí sabiendo que tenía que retomar mi relación con Él, que no podía seguir de esa manera. Salí diciendo que me quería confirmar, que no quería apartar más a Dios de mi vida. Que no solo lo necesitaba cuando iban mal las cosas, que Él me daba la fuerza para levantarme cada día», explica Mayte.
Una escuela de vida
Como si la vida fuera un puzzle, Mayte parecía que había encontrado las piezas que faltaban. «Me encontré de frente con ese hombre al que necesitaba. Descubrí que toda mi vida había sido dirigida por Él. Que todo encajaba, empecé a comprender todo lo que no entendía, por ejemplo, que yo no quería ser madre. En ese retiro fui consciente de que lo quería en mi casa y en mi familia», comenta.
Pero, Mayte iba a descubrir, también, que su enfermedad era una gran oportunidad. «A día de hoy puedo decir al mundo entero que tengo que dar gracias por mi enfermedad. Soy una privilegiada. Como dice la oración de los enfermos: ‘somos los que más cerca de Él estamos’. Somos los que mejor sabemos el sufrimiento que Dios ha tenido. Aunque, lo nuestro no es nada comparado con lo que Él ha sufrido por nosotros», relata.
Con la llegada del Covid, Mayte iba a vivir otro momento complicado en su vida.
A esta madre de familia, la esclerosis le había traído grandes descubrimientos. «Mi enfermedad me ha hecho darme cuenta de mi falta de humildad, de mi soberbia. Me ha hecho ver que yo estaba aferrada a una serie de cosas que no eran las correctas, que tenía que ser más humilde, que todos necesitamos de todos. A mí me encanta ayudar a todo el mundo, pero no me gustaba que me tuvieran que ayudar a mí», confiesa.
La medicina del alma
Con la llegada del Covid, la enfermedad volvía a aparecer en la vida de Mayte. «A los dos días de estar Fernando, mi pareja, ingresado en el hospital, me comunican que está sedado y en estado crítico. Yo, en ese momento, no podía hacer nada, solo encomendárselo al Señor. Lo único que le dije a la doctora fue que rezaría por ella, para que supiera cómo atenderle, y por él, para que el Señor hiciera lo que considerara», comenta.
Con Dios ya como compañero, Mayte pudo vivir esos momentos de una forma distinta. «Se lo ofrecí al Señor y le dije que Él era el dueño. Llamé a la parroquia para que le dieran la unción de los enfermos, para mí era tan importante la medicina física como la del alma. Gracias a Dios nos lo devolvió y, a los 15 días, lo teníamos en casa», señala.
A sus 52 años, Mayte se considera una auténtica privilegiada por la vida que ha tenido. «Esta enfermedad tiene mucho de fatiga, me duele la rodilla… pero Él hace que me levante con alegría, y dándole gloria a Dios de ser una privilegiada. Los cristianos somos unos privilegiados por tener el don de la fe. Yo sé que Dios me ama, que soy la niña de sus ojos y que me quiere con locura», concluye.