Francisco Sánchez Solano Jiménez -por su nombre de pila- vivió entre los siglos XVI y XVII. Nació en 1549 en Montilla, Andalucía (España), en un hogar cristiano. Su primera formación académica la hizo con los jesuitas, pero ingresó en la Orden Franciscana. Al joven Francisco le atraía el espíritu de pobreza instaurado por el Santo de Asís.
En 1570 hizo su profesión religiosa. Al poco tiempo fue enviado al convento sevillano de Nuestra Señora de Loreto, donde estudió Filosofía y Teología, y tuvo la posibilidad de desarrollar sus cualidades para la música y el canto. Francisco sabía tocar el rabel -instrumento de cuerda frotada considerado antecesor del violín-, así como la guitarra. Fue ordenado sacerdote en 1576.
En 1581, le fue encomendado al novel sacerdote el vicariato del convento cordobés de la Arruzafa, donde ocupó el cargo de maestro de novicios. Años más tarde, fue enviado a América en calidad de misionero. Recorrió las tierras de Sudamérica a lo largo de 20 años evangelizando sus pueblos. Emprendió un histórico viaje a pie desde Lima (Perú) hasta Tucumán (Argentina), que lo obligó a cruzar la cordillera de los Andes y atravesar la meseta del Collao (Bolivia) y la pampa Argentina, pasando por el Chaco paraguayo.
Taumaturgo
Como misionero tuvo que enfrentar muchos peligros. Se cuenta que, por ejemplo, mientras predicaba en La Rioja (Argentina), llegó un grupo de nativos dispuestos a atacar a la población. San Francisco Solano salió con un crucifijo en la mano y se dirigió a los atacantes en su propia lengua, logrando detenerlos. Tras su intervención, los propios saqueadores abrazaron la fe cristiana.
En otra ocasión, un hombre lleno de llagas en las piernas se le acercó. El pobre caminaba con mucha dificultad, ayudado por unas muletas. Se dice que el santo se acercó, lo acogió y besó sus llagas, y al instante el enfermo quedó curado..
Los superiores de la Orden lo convocaron a que regrese a Lima, y aunque a él no le atraía la vida citadina -lejos de los hijos espirituales que había adoptado-, obedeció al llamado. Tras arribar a la capital del Virreinato del Perú, le fueron encomendadas altas responsabilidades y cargos importantes, lo que no impidió que continuara viviendo en espíritu de desprendimiento y pobreza. En su celda Francisco sólo tenía un camastro, una manta, su cruz, una silla y una mesa; y sobre esta un candil, la Biblia y unos cuantos libros.
“Estad siempre alegres en el Señor” (Flp 4,4)
Francisco poseía un espíritu alegre, y transmitía esa alegría a quien quisiera escucharlo cuando cantaba o tocaba el rabel. Cierto día, salió de visita a uno de los otros conventos limeños, en el que -se decía- los religiosos parecían excesivamente serios y apocados.
El santo, después de recordarles a aquellos hombres la alegría interior y exterior de la que hablaba San Francisco de Asís, se puso a cantar y a danzar tan jocosamente que todos terminaron involucrados. La alegría de seguir al Señor tocó los corazones de los religiosos aquel día.
Poco después el santo fue enviado a Trujillo (ciudad del norte del Perú), donde se dedicó a cuidar de los enfermos. En el trajín del servicio amable se hizo muy amigo de una anciana que padecía lepra. Aquella mujer se convirtió en su hija predilecta. Se dice que Francisco la acompañó afectuosamente, manteniéndose siempre cerca y orando mucho para asegurarle la entrada al cielo.
“Lo que oís al oído, proclamadlo desde las azoteas” (Mt 10,27)
Cuando llegó el tiempo de retornar a Lima, Francisco ya se había convertido en un ‘apóstol de plazas’. Era muy bueno para hablar en público, sin reparos excesivos ni exageraciones. La Plaza Mayor de Lima se convertiría pronto en el punto de encuentro de quienes esperaban con ansias su predicación.
Y como era de espíritu apostólico inquieto, después de cada predicación realizaba un recorrido por las calles de la ciudad, visitando talleres, casas, hospicios, corralones habitados por gente muy humilde, las barracas llenas de esclavos, conventos y monasterios. A cada sitio llevaba el gozo que se experimenta cuando Cristo enciende el corazón de caridad y misericordia.
Golpeado por una penosa enfermedad, San Francisco Solano partió a la Casa del Padre el 14 de julio de 1610, día de San Buenaventura, santo al que profesaba gran devoción.
La Iglesia universal celebra su fiesta el 14 de julio; mientras que la Orden Franciscana lo hace el día 24 del mismo mes.