José, por designio divino, ocupa un lugar central en la fe católica, ya que Dios le concedió el privilegio y la bendición incomparables de estar al lado de la Virgen María, y de criar junto a ella al Hijo de Dios. En su divino designio, Dios Padre le encomendó el ‘trabajo’ más importante: la misión de ser cabeza de la Sagrada Familia.
Habitualmente, la Solemnidad de San José se celebra el día 19; sin embargo, este año, 2023, ha sido trasladada para hoy, 20 del presente, por haber coincidido con el IV Domingo de Cuaresma.
Patrono
En virtud de la elevada responsabilidad que recibió, cumplida a cabalidad, San José ha recibido innumerables patronazgos. El más importante de ellos es el que ejerce sobre toda la Iglesia: el Papa Beato Pío IX proclamó a San José como “Patrono de la Iglesia Católica” mediante el decreto Quemadmodum Deus, el 8 de diciembre de 1870. Y es que él fue el custodio de la semilla misma de la Iglesia, el hogar de Nazareth.
A este patronazgo se suman los incontables que posee sobre comunidades religiosas, instituciones, tanto eclesiales como civiles, e incluso sobre naciones enteras -como en el caso de Perú-. Además, muchas ciudades alrededor del globo llevan su nombre.
En la diócesis de San Rafael, San José es co-patrono para todo el sur de Mendoza.
Por otro lado, quien fuera Padre de Jesús en la tierra es también el ‘santo patrono de la buena muerte’, un patronazgo quizás menos conocido, pero que vale la pena tener presente.
Una misión
Quiso Dios que el amor del corazón de José de Nazareth se volcara sobre María al punto de elegirla como esposa. Ese amor que Dios inspiró se fue perfeccionando poco a poco a lo largo de la vida adulta del santo, incluso en momentos muy difíciles, llenos de incertidumbre, en los que tuvo que aferrarse a la Providencia.
Dice la Escritura que el ángel le habló en sueños a José, Varón Justo: «José, hijo de David, no temas recibir a María, tu esposa, pues lo que en ella ha sido concebido es obra del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados» (Mt. 1, 20-21).
Así, el humilde carpintero se vio impulsado a abrirse paso a través de un mar de dudas, acogiéndose con confianza a la gracia divina. José, una vez de la mano del que todo lo puede, no miró más atrás.
Ser la sombra del Padre
La misión confiada a San José fue inmensa, capaz de desbordar cualquier cálculo humano. Frente a ella, él respondió con obediencia, valor y sencillez; no hizo aspavientos, ni buscó reconocimientos. Muy por el contrario, confió en Dios y puso manos a la obra -¡Vaya que le costó! ¡Hubo esfuerzo sin duda!-.
Al mismo tiempo, lo suyo no fue ocupar un lugar protagónico: su puesto recuerda lo contemplativo, razón por la cual se le conoce como el “Santo del Silencio”. Con todo, siempre llamará la atención el contraste entre lo que le fue requerido y lo ‘poco’ que aparece en el relato bíblico; por ejemplo, no se conoce palabra alguna que haya salido de su boca -sabemos que los Evangelios no recogen nada-.
Eso sí, quedan de manera prístina sus obras, su fe y su amor -las que influenciaron en Jesús y forjaron su carácter, las que cimentaron su santo matrimonio-.
Esposo y custodio
Junto a Santa María, San José sufrió las vicisitudes que rodearon el nacimiento del Mesías.
Basta recordar que la acompañó embarazada, a poco de dar a luz, con la angustia de que no los quisieran recibir en Belén en aquella noche fría en la que nacería el Salvador.
Basta contemplar el misterio por el que el Hijo de Dios, encomendado a sus cuidados, vino al mundo en un establo y, a los pocos días, fue llevado fuera del país rumbo a Egipto.
Fue José quien tuvo que organizar la huida -como si hubiese cometido un delito-, luchando por pensar solo en su objetivo: poner a Jesús a buen recaudo, lejos de la mano asesina de Herodes. ¡Qué gozo debe haber sentido al ver cómo la Providencia coronaba su esfuerzo manteniendo a su familia a salvo!
Paternidad real y ejercida
Como José era carpintero, no pudo darle lujos a Jesús y tuvo que hacerlo convivir con la pobreza. Por supuesto, eso no fue límite alguno para entregar su amor: José le dedicó todo el tiempo que pudo para atender a su hijo y enseñarle su profesión.
De seguro, las atenciones del santo carpintero fueron más que suficientes para que el Señor conociera el cariño y la guía de un padre. José no se guardaría nada para sí y entregaría todo por su hijo. Supo comprender a Jesús cuando su misión lo apremiaba, como aquella vez que se extravió y lo encontró enseñando en el templo. ¡Hasta en eso José fue desprendido y generoso!
El hogar de Nazareth era, pues, un auténtico cenáculo de amor, vivido en perfecta presencia divina. José pasó allí sus mejores años, en contacto directo con la fuente de todo amor posible. ¡Dios conviviendo con él bajo el mismo techo! ¡Cuántas veces su mirada debe haberse cruzado con la de Jesús! ¡Cuántas veces debe haberse quedado contemplando la grandeza de Dios presente en Jesús niño, o adolescente, o mientras se hacía hombre pleno! ¡Cuántas veces deben haber hablado de padre a hijo y compartido experiencias!
Y es que Dios, en su humildad infinita, quiso dejarse educar mansamente por el santo carpintero, mientras éste se dejaba también educar por su propio hijo a través de sus palabras y sus gestos.
¡Asísteme en la hora de la muerte!
Hay mucho de maravilloso y ejemplar en San José para cualquier padre que quiera amar como Dios manda. Sin embargo, por ahora, valdrá la pena resaltar un último aspecto: San José ha sido llamado ‘patrono de la buena muerte’.
La razón es profunda y no deja de estar envuelta por el misterio; el carpintero de Nazaret tuvo la dicha de morir acompañado y consolado por Jesús, Dios hecho hombre, y María, su esposa y Madre de Dios.
San José, motivo de veneración
La Iglesia Católica tiene a San José como ‘santo patrono’ y protector desde siempre. Esa misión especial fue explicitada oficialmente por el Papa Pío IX en 1847.
Ya Santa Teresa de Ávila había profundizado y difundido la devoción al Santo Custodio a consecuencia del milagro de la recuperación de su salud, obtenido por su intercesión. Teresa solía decir: «Otros santos parecen que tienen especial poder para solucionar ciertos problemas. Pero a San José le ha concedido Dios un gran poder para ayudar en todo».
En otro momento la santa continúa: “Durante 40 años, cada año en la fiesta de San José le he pedido alguna gracia o favor especial, y no me ha fallado ni una sola vez. Yo les digo a los que me escuchan que hagan el ensayo de rezar con fe a este gran santo, y verán que grandes frutos van a conseguir».
La varita de San José
Una tradición popular cuenta que doce jóvenes pretendieron casarse con María y se presentaron ante ella cada uno con un bastón de madera en la mano, a la usanza de la época. De pronto, cuando la Virgen debía escoger entre todos ellos, el bastón de José -uno de los pretendientes- floreció milagrosamente.
Los ojos de María, en ese momento, se fijaron en él. Se dice que esta es la razón por la que al santo se le suele representar con una ‘vara florecida’ en las manos.