Santoral

Hoy celebramos a San Pablo el Ermitaño, quien encontró a Cristo en el desierto y la soledad

Cada 15 de enero recordamos a San Pablo el Ermitaño, también conocido como ‘Pablo de Tebas’ o ‘Pablo el Egipcio’. El apelativo -“ermitaño”- se origina en su estilo de vida: se entregó a Dios apartándose del mundo para vivir en una “ermita”, un pequeño lugar aislado -como una cueva o una cabaña muy precaria-, que dispuso a manera de habitación.

En 250 estalló una gran persecución contra los cristianos y el joven Pablo tuvo que esconderse. En un primer momento su cuñado le brindó protección, pero luego, en una acción deshonesta, lo denunció ante las autoridades con el propósito de quedarse con sus bienes. Pablo, entonces, huyó al desierto.

Al principio la soledad lo atormentaba. Poco a poco, sin embargo, empezó a darse cuenta de que esta podía ser aprovechada como un medio para encontrarse con Dios. El desierto se convirtió así en el “lugar” donde Dios podía hablarle y él escuchar su voz y experimentar su amor.

De esta manera, se propuso usar aquellas circunstancias para ayudar a quienes permanecían en el mundo: lo haría con penitencias y oraciones por la conversión de los pecadores. No era una “huida” precipitada por algún temor, sino una forma de redimir aquello que se había alejado de Dios.

Muchas historias se cuentan sobre Pablo el Ermitaño. Refiere San Jerónimo, por ejemplo, que se alimentaba solo de los frutos de una palmera, y que cuando esta no tenía dátiles, un cuervo le llevaba medio pan.

Amigo de San Antonio Abad, padre del monacato

San Antonio Abad, padre del monacato, oyó en sueños que había otro ermitaño más antiguo que él y emprendió un viaje para encontrarlo. Cuando llegó a la cueva donde se encontraba San Pablo, este tapó la entrada con una piedra pensando que era una fiera.

San Antonio tuvo que suplicarle que retirase la roca para poder saludarlo. San Pablo finalmente salió, y los dos santos, sin haberse visto antes, se saludaron llamándose cada uno por su nombre. Luego se arrodillaron y dieron gracias a Dios. Aquel día, un cuervo les llevó un pan entero y cada uno tomó la mitad.

La muerte junto a Cristo es una victoria

Al día siguiente, San Pablo profetizó sobre su propia muerte. Le dijo a San Antonio que veía el momento de su partida cada vez más cerca, y le pidió que fuera de regreso a su monasterio para traerle el manto que el obispo San Atanasio le había regalado, porque quería ser amortajado con aquella vestimenta.

San Antonio, sorprendido por el vaticinio, fue por el manto. Al regresar, se dio con que Pablo ya había muerto. Sin embargo, alcanzó a contemplar cómo el alma del santo se elevaba al cielo, rodeado de ángeles y a la vista de los Apóstoles.

En la cueva yacía el cadáver del ermitaño, de rodillas, con los ojos mirando al cielo y los brazos en cruz. Pablo había muerto en oración. La tradición señala que llegaron dos leones del desierto que cavaron un hoyo en el que San Antonio puso su cuerpo.

Fuente
Aciprensa
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