Según creencia general de los cristianos, la Virgen María es la mediadora entre los hombres y Cristo, a través de ella bajan a la tierra los bienes celestiales, y suben al cielo las peticiones de la tierra. Ya durante su vida terrena, María comenzó a ejercer su poder intercesor como en las bodas de Caná, o en Pentecostés. Ahora desde el cielo, lo sigue ejercitando con ilimitada plenitud. A ello se debe la tan arraigada devoción a María y el constante peregrinar de los cristianos a los grandes santuarios marianos del mundo.
Madre es la que siempre nos pone en el primer lugar en sus prioridades. Madre es la que sale a pelear la vida por nosotros, madre es la que nutre, la que siempre puede y si no puede consuela, acompaña, está siempre cerca.
En este mundo confuso en el que vivimos podemos no querer un Dios, pero nadie quiere quedarse sin una madre. Quizás por eso nuestro buen Dios, habiendo caminado con nosotros sobre esta tierra, conociendo nuestras limitaciones y debilidades, nos deja nada más y nada menos que a su propia madre como madre nuestra. De esta forma nunca seremos huérfanos, de esta forma nadie quedará nunca huérfano; todos en todo tiempo y lugar tendremos a quien recurrir con confianza tierna.
Si hay algo que no nos atrevemos a decir o pedir a Dios, es a María a quien se lo pedimos. Si hay algo que no sabemos en qué va a terminar, es a María a quien se lo confiamos. Si hay heridas que sentimos que Dios no nos cura, es María quien pone las vendas y las cambia todas las veces que sea necesario hasta que nos dejemos curar por Jesús.
Solo Ella es quien puede torcer hasta los planes de Dios cuando pide por nosotros, como en las bodas de Cana, donde pide a su hijo por los que se quedaron sin vino, sin fiesta, sin alegría. “Hagan todo lo que Él les diga” dirá luego ella, imagino con un guiño cómplice ante la respuesta de Jesús “mujer mi hora no ha llegado todavía”…
Es así, sin vueltas, María media entre nosotros y Dios, entre nosotros y su Hijo Jesucristo y no solo porque seamos caprichosos y complicados; fundamentalmente media porque es nuestra madre y como madre nos conoce y lo sabe todo.
Amar a la Virgen es simplemente eso, dejarse reconocer hijo ante aquella que por ser nuestra madre nunca va a dejar de pedir por nosotros.
En esta memoria tan especial de la Iglesia que celebramos hoy pronunciemos con especial afecto las palabras del salve para enfrentar la vida confiados en un amor que no defrauda:
“Dios te salve reina y madre de misericordia,
vida, dulzura y esperanza nuestra”