El ministerio de San Artémide se desarrolló en Argentina, país sudamericano que lo acogió como a uno de sus hijos. El Papa Francisco, en tiempos en los que era el Padre Bergoglio, tuvo la oportunidad de saber de él y pedirle que, una vez que estuviera en presencia De Dios, intercediera por una gracia especial, la que Dios después concedió.
Inmigrante
Artémide Zatti nació en Boretto (Italia), en 1880, en el seno de una familia campesina. A los nueve años ya trabajaba en la pequeña granja familiar. Sin embargo, esta era muy pobre y todos los esfuerzos de la familia parecían insuficientes para obtener los recursos necesarios para vivir. Por esta razón, los Zatti decidieron emigrar a Argentina e iniciar allí una nueva vida.
Ya establecido en Sudamérica, Artémide empezó a frecuentar una parroquia salesiana. En ella brotó la inquietud vocacional al sentirse atraído por el estilo de vida y la espiritualidad de la congregación que fundó San Juan Bosco. Años más tarde, sería aceptado como aspirante y, cuando cumplió veinte años, ingresó a la casa de la Orden en Bernal.
Una promesa hecha a la Virgen
Como salesiano coadjutor, se le confió a Artémide el cuidado de un joven sacerdote enfermo de tuberculosis. Lamentablemente contrajo la enfermedad, en ese entonces considerada casi siempre mortal. Estando aún internado en el hospital de la misión salesiana en Viedma, el Hermano Zatti prometió a María Auxiliadora que si se curaba, dedicaría su vida al cuidado de los enfermos.
Pronto, Artémide empezó a sentirse mejor hasta que los síntomas desaparecieron. Recuperado, se puso a disposición del hospital y se le encargó la farmacia. Su capacidad de servicio y la habilidad para organizarse le permitieron asumir cada vez más responsabilidades.
Finalmente terminó de encargado de toda la institución sanitaria. Artémide estaba seguro de que la Virgen María había tomado su palabra empeñada muy en serio. Dios lo llamaba a cuidar de los enfermos.
Artémide prosiguió por el camino que Dios le trazaba: compartía su tiempo entre el duro trabajo en el hospital y las obligaciones en la comunidad salesiana. De día se dejaba ver en bicicleta, de camino a visitar a los enfermos de la ciudad; por las noches estudiaba duro para obtener el diploma de enfermero.
Hermano coadjutor y enfermero
Don Zatti era un ejemplo de buen trato, muy hábil para “contagiar” la alegría de vivir y servir. Solía decir al cuerpo médico del hospital -enfermeras, médicos, administrativos- cosas que ayudaban a conectar las responsabilidades con su dimensión espiritual: «Prepare un lecho para el Señor», o «¿Tienes sopa caliente y vestidos para un Jesús de 10 años?».
Esa forma de referirse a los enfermos encendía los corazones de los trabajadores del hospital, y era una prueba de cómo su alma noble entendía el dolor, siempre con Cristo en el centro. Porque para el santo en cada hombre que sufre está Cristo sufriendo de nuevo con él.
Así, con su alegría y bondad, se ganó el cariño de todos. Por eso, la gente decía: “Es un ángel que se hizo enfermero”.
Estando cerca de los setenta años, sufrió un accidente: el salesiano cayó por una escalera. Entonces, por seguridad, se le aplicó un conjunto de exámenes que concluyeron en un hallazgo inesperado: Don Zatti padecía un cáncer hepático. Aún en esas condiciones, apenas le fue posible, retornó a sus labores y logró continuar con su labor por un año más.
Finalmente, ya muy debilitado, falleció el 15 de marzo de 1951. El Papa San Juan Pablo II lo beatificó en el año 2002 y el Papa Francisco lo canonizó recientemente, el 9 de octubre de este año (2022). En la misma ceremonia fue declarado santo el obispo italiano Juan Bautista Scalabrini, fundador de los Misioneros de San Carlos (Scalabrinianos).
La “amistad” con el Papa Francisco
El 18 de mayo de 1986, el entonces P. Jorge Mario Bergoglio escribió una carta al sacerdote salesiano Bruno Cayetano para comentarle sobre la experiencia que había tenido con Don Zatti “con quien me hice muy amigo”.
En la misiva, el ahora Papa Francisco relataba cómo los jesuitas argentinos, y en general toda la Compañía de Jesús, tenían pocas vocaciones para coadjutores. Y, cómo, en ese contexto, había oído hablar de la vida de Artemide Zatti, algo que lo condujo a leer una biografía.
“Me llamó la atención su figura de coadjutor tan plena. De ahí, sin más, sentí que debía pedirle al Señor, por intercesión de ese gran coadjutor, nos enviara vocaciones de coadjutores. Hice novenas y pedí a los novicios que las hicieran”, contaba el P. Bergoglio en aquella carta.
Esas oraciones, a la larga, dieron frutos en las numerosas vocaciones a coadjutores que empezaron a ser recibidas por los jesuitas.
El Padre Bergoglio concluía la misiva con estas palabras: “Estoy convencido de su intercesión (la de Don Zatti) en este asunto, puesto que por el número es un caso raro en la Compañía. Como reconocimiento, en la 2da. y 3ra. edición del Devocionario del Sagrado Corazón hemos puesto la Novena para pedir por la Canonización de Don Zatti”.