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[EDITORIAL] Los nuevos huérfanos

Corretean por las calles de todos los barrios. Entran en una casa y en otra, se juntan de distintas familias, a pesar de la Pandemia. Se divierten como niños, pero como niños huérfanos, sin adultos que los observen, que los eduquen, que los corrijan, que les pongan límites, horarios.

Van o no van a la escuela, según su humor de cada día, sin que nadie los contradiga. Hacen o no sus tareas, sin que nadie les enseñe un orden de responsabilidades. Pasan mucho tiempo en juegos virtuales, demasiado, muchísimo. Su psiquis se va enfermando, pero como no les produce mucosidad, nadie los atiende, nadie lo advierte y mucho menos los ayudan. Pertenecen a todas las “clases sociales”, están por todas partes.

Si entran en un templo, corren como si estuvieran en una plaza; nadie les habló de lo que significa un lugar sagrado, ni vieron a sus mayores respetarlo. Si van a cualquier lugar público, gritan y tropiezan con todos; nadie les enseñó a respetar a los mayores, a callar cuando otro habla, a hablar con respeto cuando desean manifestar sus opiniones.

Sus mayores son los que ponen la música fuerte aunque moleste y tiran la basura en cualquier parte, sin ningún respeto. Los niños lo ven, los niños lo imitan.

Es peor que si fueran huérfanos por muerte o ausencia de sus padres. Son huérfanos por la traición de sus mayores. Porque ellos, los que debían educarlos, no quieren hacerlo. Les molesta, los cansa. Han abandonado el buen ejercicio de la autoridad, por la que esos niños podrían encauzar bien sus potencias y lograr convivir pacíficamente con los demás. Han traicionado su misión de educadores, y tal vez porque antes los traicionaron a ellos y no saben cómo hacerlo. Tal vez, como tantas veces se escucha, porque han perdido “la autoridad moral” por sus propias defecciones.

“-No sé qué hacer con mi hijo, no me obedece-“, dice una madre. Pregunto: “-¿cuántos años tiene su hijo?”-, “-cuatro-”, responde. El problema no es el niño, claramente. Hay que dejar de buscar excusas y comenzar a buscar ayuda.

¿Puede alguien que ha vivido mal, educar bien? ¿Tiene autoridad para enseñar el bien, quien ha hecho el mal? Claro que tiene autoridad, pero le falta humildad. Humildad para reconocer que fue malo. Y también amor y responsabilidad para buscar que su hijo sea mejor que él.

Se puede rescatar a los nuevos huérfanos, pero solo si se quiere. De lo contrario la próxima generación será aún peor. Y será más difícil recuperarla. Nunca imposible. Con cada niño que nace, nace una nueva y distinta esperanza.

Y si los padres no quieren o están tan enfermos que ya no pueden, ¿quién podrá? Tal vez los abuelos, algún tío, los docentes, la comunidad parroquial. Todos podemos intentar algo y lograr lo que se pueda. Nadie ha de decir que no le toca, porque los nuevos huérfanos esperan ayuda, aunque no lo sepan ni lo agradezcan.

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