
«Al resonar en nuestros corazones la invitación ‘No se olviden de rezar por mí’, tantas veces pronunciada por el Papa Francisco, queremos rezar por él tambi esta tarde». Con estas palabras el Cardenal Giovanni Battista Re, Decano del Colegio Cardenalicio, ha introducido esta tarde, 22 de abril, martes de la Octava de Pascua, en la Plaza de San Pedro, el Rosario por el eterno descanso del Papa Francisco, que partió a la Casa del Padre ayer por la mañana, lunes de Pascua, en su piso de la Casa Santa Marta.
La muerte no es una puerta que se cierra
«En la fe en Cristo resucitado, a quien celebramos en este santo día de Pascua -subrayó el cardenal de 91 años, que presidirá la celebración de los funerales del Papa el sábado 26 de abril-, sabemos que la muerte no es una puerta que se cierra, sino la entrada en la Jerusalén celestial, donde el lamento se cambia en danza, y el cilicio en vestido de alegría, en la inmensidad del amor de Dios». Por ello, el cardenal invitó a «dar gracias al Señor por los dones que ha concedido a toda la Iglesia a través del ministerio apostólico del Papa Francisco, peregrino de esperanza que no defrauda».
Como ocurrió ayer, el día de la subida al Cielo del Pontífice, y antes entre febrero y marzo, durante su larga hospitalización en el Policlínico Gemelli de Roma a causa de una neumonía bilateral, muchos fieles se reunieron también esta tarde en oración en el espacio delimitado por la columnata de Bernini. Al final de una jornada más que primaveral, muchos de ellos portaban un ejemplar de la edición extraordinaria de «L’Osservatore Romano» del 21 de abril, dedicado al fallecimiento del Papa.
Unido a tantos «hermanos y hermanas esparcidos por el mundo», aseguró´el cardenal, que no dejaron de ofrecer sus oraciones, formando «todo el rebaño de Cristo, el buen Pastor, que reza por el Papa Francisco contemplando los misterios gloriosos de nuestro Salvador». A continuación, el cardenal mayor encomendó al difunto Pontífice «al Padre Misericordioso, en comunión con María, Madre de la Iglesia, Reina del Cielo, y por intercesión del apóstol Pedro».
Ante la imagen de María Mater Ecclesiae colocada en el parvis de la Basílica de San Pedro y adornada con un ramo de flores blancas y rosas, el Cardenal Re dirigió la oración mariana para encomendar al difunto 266 Sucesor de Pedro a la intercesión de la Virgen María. Había una gran emoción en la plaza, después de una intensa jornada que había visto a creyentes de distintas partes del mundo peregrinar a la Basílica Vaticana y permanecer atónitos, consternados ante la noticia de la muerte del Obispo de Roma. La brisa del atardecer agitaba suavemente las cuentas del rosario y las llamas de las antorchas que portaban los fieles.
Tras meditar los Misterios Gloriosos, el celebrante invocó a Dios «grande en amor», dándole gracias «por los dones concedidos a la Iglesia a través del ministerio apostólico del Papa Francisco» y al propio difunto Pontífice, testigo del Señor y de su «ternura para con los pequeños y los pobres, misericordia para con los pecadores y benevolencia para con todos». Finalmente, mientras el cielo de Roma se oscurecía, la asamblea entonó la Salve Regina y saludó con aplausos la bendición del Cardenal Re.