Nuestra Iglesia

“Recibir a Jesús para que haga de nosotros unidad y no división”

“Jesús está presente en el sacramento de la Eucaristía para ser nuestro alimento, para ser asimilado y convertirse en nosotros en esa fuerza renovadora que nos devuelve la energía y el deseo de retomar el camino después de cada pausa o caída”, dijo. “Esto requiere nuestro asentimiento, nuestra voluntad de dejarnos transformar, nuestra forma de pensar y actuar; de lo contrario las celebraciones eucarísticas en las que participamos se reducen a ritos vacíos y formales”.

El efecto comunitario, un signo efectivo de unidad

 «Porque aun siendo muchos, un solo pan y un solo cuerpo somos» (v. 17): el efecto comunitario de la Eucaristía es expresado con estas las palabras. Francisco explicó que se trata “de la comunión mutua de los que participan en la Eucaristía, hasta el punto de convertirse en un solo cuerpo, como lo es el pan que se parte y se distribuye”. “Somos comunidad, alimentada por el cuerpo y la sangre de Cristo”, resaltó.

El Señor sabe bien que nuestra fuerza humana por sí sola no es suficiente para esto. Sabe, por otro lado, que entre sus discípulos siempre existirá la tentación de la rivalidad, la envidia, los prejuicios, la división… Por eso también nos ha dejado el Sacramento de su presencia real, concreta y permanente, para que, permaneciendo unidos a Él, podamos recibir siempre el don del amor fraterno. «Permaneced en mi amor» (Juan 15, 9), decía a sus amigos; y esto es posible gracias a la Eucaristía”.

“La unión con Cristo y la comunión entre los que se alimentan de Él, es el doble fruto de la Eucaristía. Es la Iglesia la que hace la Eucaristía, pero es más fundamental que la Eucaristía haga a la Iglesia, y le permita ser su misión, incluso antes de cumplirla”.

“Este es el misterio de la comunión, de la Eucaristía: recibir a Jesús para que nos transforme desde dentro y recibir a Jesús para que haga de nosotros unidad y no división”, concluyó.

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