El encargado de pronunciar la homilía fue el padre Raniero Cantalamessa, Predicador de la Casa Pontificia, quien citando las palabras de San Gregorio Magno, «la Escritura crece con quienes la leen» (cum legentibus crescit), recordó que hoy todos los cristianos leemos el relato de la Pasión con una pregunta en el corazón, «más aún, con un grito», que se eleva por toda la tierra y que por lo tanto, «debemos tratar de captar la respuesta que la palabra de Dios le da».
El fraile subrayó que uno de esos efectos que emanan del sacrificio de Jesús, es que su cruz «ha cambiado el sentido del dolor y del sufrimiento humano… de todo sufrimiento, físico y moral. Ya no es un castigo, ni una maldición. Ha sido redimida en raíz desde que el Hijo de Dios la ha tomado sobre sí».
Asimismo, el padre Raniero hizo hincapié en que Jesús murió por todos y no solo por los que tienen fe, con lo cual el plan de Salvación de Dios fue pensado para toda la humanidad, sin excluir a nadie.
La pandemia nos ha despertado del delirio de la omnipotencia
En alusión al actual contexto de sufrimiento e incertidumbre que viven millones de personas en todo el mundo, recluidas en sus hogares cumpliendo con la cuarentena para evitar que se siga extendiendo el coronavirus, el Predicador de la Casa Pontificia lanza una pregunta: ¿Cuál es la luz que todo esto arroja sobre la situación dramática que está viviendo la humanidad?
Ha bastado el más pequeño e informe elemento de la naturaleza, un virus –continuó diciendo Cantalamessa– para recordarnos que somos mortales, que la potencia militar y la tecnología no bastan para salvarnos. «El hombre en la prosperidad no comprende —dice un salmo de la Biblia—, es como los animales que perecen (Sal 49,21). ¡Qué gran verdad!».
Igualmente, en su homilía, el padre Raniero puntualizó que en medio de esta pandemia, «¡Dios es aliado nuestro, no del virus!»… «Tengo proyectos de paz, no de aflicción», nos dice Él mismo en la Biblia (Jer 29,11).
El que lloró un día por la muerte de Lázaro llora hoy por el flagelo que ha caído sobre la humanidad. Sí, Dios «sufre», como cada padre y cada madre. Un día, nos avergonzaremos de todas las acusaciones que hicimos contra Él en la vida. Dios participa en nuestro dolor para vencerlo. «Dios —escribe san Agustín—, siendo supremamente bueno, no permitiría jamás que cualquier mal existiera en sus obras, si no fuera lo suficientemente poderoso y bueno, para sacar del mal mismo el bien».
Al concluir, el Padre Raniero, recurriendo a la exhortación del Santo Padre Francisco, recordó que no debemos desaprovechar esta ocasión. No hagamos que tanto dolor, tantos muertos, tanto compromiso heroico por parte de los agentes sanitarios haya sido en vano. Esta es la «recesión» que más debemos temer.
«Es el momento de realizar algo de esta profecía de Isaías cuyo cumplimiento espera desde siempre la humanidad. Digamos basta a la trágica carrera de armamentos. Gritadlo con todas vuestras fuerzas, jóvenes, porque es sobre todo vuestro destino lo que está en juego. Destinemos los ilimitados recursos empleados para las armas para los fines cuya necesidad y urgencia vemos en estas situaciones: la salud, la higiene, la alimentación, la lucha contra la pobreza, el cuidado de lo creado. Dejemos a la generación que venga, un mundo más pobre de cosas y de dinero, si es necesario, pero más rico en humanidad».-