
Este 9 de julio, la Iglesia Catedral San Rafael Arcángel fue escenario de una emotiva celebración del Te Deum por el Día de la Independencia. Con una homilía cargada de profundidad evangélica y mirada crítica pero constructiva sobre el presente del país, Mons. Marcelo Mazittelli, Administrador Apostólico de la Diócesis de San Rafael, invitó a todos los presentes —autoridades civiles, religiosas y de las fuerzas de seguridad— a “seguir haciendo historia bajo su amparo”, en referencia a Dios como guía y fundamento de la vida nacional.
El mensaje del obispo resonó fuerte en el 209° aniversario de la Independencia argentina: “Nos descubrimos interpelados para preguntarnos de qué manera somos testigos de la paz que brotó de la Cruz y cuánto somos instrumentos de la misericordia de Dios para con los humildes y desvalidos”. Con esa clave, la homilía fue un llamado a revisar la historia no como un archivo estático, sino como fuente de identidad y camino de esperanza.

Una mirada creyente sobre la historia nacional
Mons. Mazittelli abrió su mensaje recordando que “el día de la Independencia nació invocando a Dios”, y citó textualmente el Acta de 1816 para destacar que los fundamentos de nuestra Nación tuvieron raíz trascendente. En sintonía con ello, propuso mirar nuestra historia “desde nuestra fe bajo la luz de la Palabra de Dios”.
Apoyándose en el profeta Isaías y en el canto de María, explicó que la esperanza cristiana no es evasiva, sino profundamente comprometida: “Así queda señalado el camino de la Iglesia, comunidad de los discípulos del Señor: anunciar como testigo el amor que nos buscó y encontró… llamados a dar la vida por los demás”.

El pasado como maestro y advertencia
En una revisión sincera de los procesos históricos, el prelado sanrafaelino no dudó en afirmar que el camino independentista fue también una ruta “con glorias y sombras”, atravesado por guerras, traiciones y luchas intestinas. Y trajo a colación la frase de San Martín a Godoy Cruz para reforzar la importancia de la soberanía plena: “Y de toda dominación extranjera”.
En ese sentido, advirtió que ciertas corrientes ideológicas actuales, junto con poderes que trascienden las naciones, “han llevado incluso a atentar con el derecho fundamental a la vida”, y planteó una pregunta directa: “Nos hace interrogar si lo somos hoy”, refiriéndose al carácter verdaderamente independiente de la Argentina actual.

Paz, política y desafío moral
Citó al Papa Francisco para denunciar con claridad la espiral de violencia, descalificación y degradación de los discursos políticos: “Donde el insulto, la descalificación del adversario se hicieron lenguaje político banalizado y decadente”. E instó a asumir la historia como maestra, para
“no quedar atrapados en una lucha de poder que destruye… sordos a las necesidades reales de un pueblo que quiere paz, que quiere justicia, vivir con dignidad”.
El llamado a la paz fue constante y profundo: “La paz es un don de Dios pero es una tarea para el hombre”. Mons. Mazittelli convocó a buscar consensos desde el respeto a la pluralidad, recordando que “no hay camino para la paz, la paz es el camino”, como enseña Francisco.

Unidad en la diversidad
Finalmente, el Te Deum concluyó con una exhortación clara a la unidad nacional: “Somos parte de una Nación conformada en la pluralidad, con la que no podemos rezar o pensar lo mismo, pero sí podemos compartir y luchar por el mismo sueño: una Patria libre, en paz, fraterna”.
Invocando a la Virgen María en este año jubilar, deseó que ella “mueva nuestros corazones… para que seamos profetas de fraternidad construyendo una cultura de encuentro”.

Compartimos la homilia completa:
Homilía Te Deum – Iglesia Catedral de San Rafael – 9 de julio de 2025
Queridos hermanos, nos reunimos en oración conmemorando el día de la Independencia, hito de nuestra historia que nació invocando a Dios: “Nos los representantes de las Provincias Unidas en Sud América, reunidos en Congreso General, invocando al Eterno que preside al universo, en el nombre y por la autoridad de los pueblos que representamos, protestando al cielo”. Como cristianos que compartimos la pertenencia a la Patria con creyentes de otros credos y no creyentes, personas de buena voluntad, queremos elevar nuestra alabanza, agradecimiento y súplica al Señor de la historia.
Hoy en el 209° aniversario de ese hecho trascendental que es la independencia proclamada por los pueblos que constituirían la República Argentina, somos interpelados a dar una respuesta en nuestro presente, como aquellos fundadores de la Patria lo hicieron en su tiempo. Decía el beato Fray Mamerto Esquiú en un sermón que “se empequeñece igualmente, y aun desaparece todo patriotismo, y con ella verdadera ciencia política, cuando se considera a la sociedad civil por el solo lado que se presenta a nuestra corta vista, prescindiendo del resto de su vida, de su pasado y del porvenir que la espera…Para conocer y hablar exactamente de un pueblo, es necesario, señores, considerarlo, no en los hechos particulares, sino en el conjunto de ellos, en su marcha general. Sin esta observación general de un pueblo, nunca podrá saberse de dónde viene y a dónde va; qué leyes presiden su desarrollo y cuáles son sus necesidades vitales”. Necesitamos interpretar nuestra historia para responder quienes somos y a dónde vamos, y lo queremos hacer desde nuestra fe bajo la luz de la Palabra de Dios.
Ella nos revela que Dios se hace presente en la historia de su pueblo convirtiéndola en historia de salvación. El profeta Isaías proclama el anuncio del mensajero de la paz, de esta manera el Señor siembra esperanza en el pueblo que es consolado en medio de su dolor. Esa promesa se cumple con Cristo Jesús en el misterio de la Cruz en donde vence a la violencia, al odio, a la muerte con su entrega revelando su obediencia filial a Dios Padre y su amor por todos, nosotros, amándonos hasta el extremo. En Él todo es reconciliado. El silencio elocuente de la Cruz es la respuesta de quien no solo vino a traer la paz sino de quien es la paz.
En el Evangelio contemplamos el canto de María que expresa la esperanza de todo un pueblo que peregrinaba en las promesas del Señor, proclamando las maravillas de Dios en su vida. La llena del Espíritu Santo canta la alegría por la fidelidad de Dios que rescata a los que sufren, a los hambrientos, enaltece a los pobres. Así queda señalado el camino de la Iglesia, comunidad de los discípulos del Señor: anunciar como testigo el amor que nos buscó y encontró, llamados a dar la vida por los demás en los sentimientos de Cristo Jesús que supo abrazar las vidas partidas de los más pobres, vulnerables, de los olvidados en la sociedad, pero no de Dios.
Al elevar hoy nuestra acción de gracias en este aniversario nos descubrimos interpelados para preguntarnos de qué manera somos testigos de la paz que brotó de la Cruz y cuanto somos instrumentos de la misericordia de Dios para con los humildes y desvalidos, dignificando a los que viven con la esperanza agotada, los invisibilizados en nuestro tiempo víctimas de una lacerante indiferencia y de una crueldad impostada, reducidos a estadísticas como efectos colaterales de un sistema.
La paz como don y la justicia que reconoce la dignidad de toda persona humana se hacen tarea que exige un compromiso que no sería posible sin un sueño compartido que sepa buscar consensos desde distintos pensamientos valorando lo bueno que hay en el otro, buscando así el bien común.
El Acta declarativa de la Independencia fue punto de llegada y a la vez punto de partida de un proceso para ir conformando la República. Un camino con glorias y sombras que atravesó el desgarro de una guerra civil de sesenta y dos años con alrededor de sesenta mil muertes, testimonios de compromiso patriótico y de viles traiciones, violencia conspirativa y fidelidades con la causa. El Acta fue enmendada diez días después del 9 de julio garantizando que no quede ninguna posibilidad de ponerse bajo otro dominio como pretendían algunos, posibilidad advertida por José de San Martín por lo que instruyó a Godoy Cruz representante de Cuyo para que se agregara “y de toda dominación extranjera”. Las ideologías totalitarias que pretenden imponerse que han llevado incluso a atentar con el derecho fundamental a la vida, y los poderes que trascienden las naciones, nos hace interrogar si lo somos hoy.
Las luchas de aquel tiempo atraviesan nuestra historia acrecentando enfrentamientos que no supieron y que aún hoy no saben buscar caminos de diálogo, frustrando la paz anhelada. Una historia que cíclicamente se precipita en crisis cayendo en una espiral de degradación robando la esperanza al pueblo. Francisco señalaba que “abrir y trazar un camino de paz es un desafío muy complejo, en cuanto los intereses que están en juego en las relaciones entre personas, comunidades y naciones son múltiples y contradictorios. En primer lugar, es necesario apelar a la conciencia moral y a la voluntad personal y política. La paz, en efecto, brota de las profundidades del corazón humano y la voluntad política siempre necesita revitalización, para abrir nuevos procesos que reconcilien y unan a las personas y las comunidades”[1].
Si la historia no la asumimos como maestra para nuestro presente discerniendo sus aciertos y errores no podremos ser constructores de la paz que necesitamos atrapados en una lucha de poder que destruye, apagando la posibilidad de un futuro, ahogados en una lucha de poder arraigada en narcisismos, en egos que conduce a la autodestrucción, sordos a las necesidades reales de un pueblo que quiere paz, que quiere justicia, vivir con dignidad, rechazando toda forma de violencia que hoy estigmatiza a nuestra Nación, donde el insulto, la descalificación del adversario se hicieron lenguaje político banalizado y decadente.
Hombres y mujeres notables en la ciencia, en el arte, en la política, en el deporte, héroes militares, en las letras, y también en el compromiso sencillo de tantos que forjaron Patria nos interpelan a dejar de celebrar individualidades geniales, para decidirnos a construir en unidad.
La paz es un don de Dios pero es una tarea para el hombre. “La Iglesia proclama el evangelio de la paz (Ef 6, 15) y está abierta a la colaboración con todas las autoridades nacionales … para cuidar este bien universal tan grande (EG 239). Francisco nos decía que “no hay camino para la paz, la paz es el camino”. Como discípulos del Señor estamos llamados y enviados a ser los bienaventurados que trabajan por la paz convocando a un diálogo que haga posible el encuentro para un proyecto común. “Es hora de saber cómo diseñar, en una cultura que privilegie el diálogo como forma de encuentro, la búsqueda de consensos y acuerdos, pero sin separarla de la preocupación por una sociedad justa, memoriosa y sin exclusiones (GE 239)”.
Queridos hermanos, nos reunimos representantes de distintos ámbitos de nuestra sociedad, sanrafaelina, civiles, religiosos y de las fuerza de seguridad en este templo donde el corazón se dispone al encuentro con el Señor y los hermanos. Lo hacemos para dar gracias a Dios y renovar un compromiso de seguir haciendo historia bajo su amparo. Como lo he señalado somos parte de una Nación conformada en la pluralidad, con la que no podemos rezar o pensar lo mismo, pero si podemos compartir y luchar por el mismo sueño, una Patria libre, en paz, fraterna expresada en una justicia social signo del Reino de Dios presente en la historia.
Que María, nuestra Madre, mueva nuestros corazones en este año jubilar que celebramos la esperanza que no defrauda para que seamos profetas de fraternidad construyendo una cultura de encuentro en esta querida y bendita Patria que va creciendo entre lágrimas, sangre y grandezas.
Queridos hermanos, que en este día en que cantamos nuestra libertad, la Paz sea con ustedes.
[1] Francisco, Mensaje 53 Jornada mundial de la paz. 1° de enero de 2020.