Observamos, con dolor y consternación, cómo en nuestro tiempo caen tantos “árboles”, algunos añosos; árboles que se suponía estaban plantados allí “para siempre”, inclusive esa era la intención de quienes los plantaron. Nos referimos -con todo respeto y sin pretender juzgar, ya que nosotros también somos parte del mismo bosque – especialmente a matrimonios o parejas, a consagrados…, es decir, a todo aquel amor que necesita estar plantado “para siempre”. No aludimos a las naturales “crisis” por las que pasa todo árbol (…), sino a aquello que lo hace “caer” estrepitosamente.
Inmediatamente nos preguntamos – como solemos hacer los mayores, mirando, con cierta ingenuidad, todo tiempo pasado como mejor- si nuestros padres y abuelos, que perseveraban tantos años en su vida matrimonial, tenían más amor, sabían amar mejor o era algo de eso, pero con una buena mezcla de mayor “aguante” y un “clima” social y “ritmo de vida” que los ayudaba a mantenerse en ese camino… Una respuesta imposible de dar, considerando los casos en particular, lo cierto es que mientras mejor sepamos distinguir los distintos “elementos” que hacen que la “mezcla” resulte “resistente” a los embates del tiempo, mejor vamos a entender qué nos pasa y cuál es el posible, no digamos “remedio”, sino aspecto a cuidar, es decir, nos vamos a “hacer cargo” de nuestro tiempo sin añorar lo que, posiblemente, al menos de ese modo, sólo existe en nuestra imaginación.
Sigamos con la simbología del árbol, lo cual no nos va a dar “precisión”, ya que es prácticamente imposible en cuestiones que dependen de la libertad de cada uno y de todos los posibles “condicionamientos” de la libertad de los demás, pero sí nos puede “orientar”. Aunque más no sea, nos permitirá ver mejor el “panorama”.
Encontramos, fundamentalmente, tres elementos en el árbol que nos ayudan a entender su estabilidad: la raíz, el tipo de tierra sobre el que está plantado y el clima exterior.
Comencemos con el clima: no es difícil entender que se trata del «ambiente social” o, también, de las distintas vicisitudes de la vida, especialmente las fuertes o pequeñas tormentas que se desarrollan en la rutina de la cotidianidad, el ritmo de vida, los problemas económicos, lo común que se han vuelto las separaciones….etc. Todo esto influye, no de manera decisiva, pero sí como “condicionamientos” (nos parece adecuado emplear esta palabra para designar lo que puede mejorar o superar, de alguna manera, nuestra voluntad, aunque, muchas veces, no sin ayuda).
Continuando con los elementos del árbol, podemos afirmar que lo que sostiene, en realidad, es decir, la raíz, es el amor ya que sólo el amor puede alimentar, mantener vivo y sostener todo el árbol… El amor es algo “vivo”, y por tanto, necesita ser alimentado, debe madurar con el tiempo, puede enfermarse y hasta morir (aunque no tan fácilmente cuando es amor de verdad). Mientras más profundo sea ese amor, es decir, no sea sólo un sentimiento, sino una libre decisión de la voluntad, más firme estará el árbol; mientras más “bendecido” por Dios, más frutos dará; mientras más tiempo lleve compartiéndose, más lazos y más raíces echará… Existen vínculos no basados en el amor…pero ese es otro tema para otra ocasión.
Pero ese amor es amor “humano” y, por tanto, necesitó previamente “aprender a amar”; y aquí ubicamos el tercer elemento a tener en cuenta: la tierra en la que está plantado ese árbol, es decir, todo lo recibido interior y anteriormente, especialmente a través de la familia en su forma de amar y cuidar; “condicionamiento” que es más poderoso y decisivo que el “exterior”, ya que limita la “calidad” de la raíz y su posible o no “profundidad”. No sólo somos lo que “decidimos” ser, sino también lo que “recibimos”, especialmente en nuestros primeros años de vida.
Escribimos todo esto, de manera muy sucinta, para que nos demos cuenta de que, lamentablemente, lo que sucede no es fruto de la “casualidad” o de factores meramente externos o desgaste del tiempo o ritmos de vida… etc., sino que tiene “también” causas más profundas que cada uno tiene que discernir, de tal manera que el que “cree estar de pie cuide de no caer” y el que cayó o está en ese proceso, conociendo realmente el porqué de su caída, pueda levantarse y buscar sanar… no vaya a suceder que caigan tan en descrédito los árboles (¡como si ellos tuviesen la culpa!) que ya nadie los quiera sembrar…; después de todo, no deja de ser algo muy natural y simple su crecimiento…
el que “cree estar de pie cuide de no caer” y el que cayó o está en ese proceso, conociendo realmente el porqué de su caída, pueda levantarse y buscar sanar… no vaya a suceder que caigan tan en descrédito los árboles (¡como si ellos tuviesen la culpa!) que ya nadie los quiera sembrar…
Es lo que está sucediendo. Las caídas son estrepitosas, porque no estamos sabiendo dar buen testimonio. Porque no estamos formando para la vida. Porque romantizamos todo con relatos. Porque damos visibilidad a conveniencia y escondemos problemas bajo la alfombra.
Nadie los quiere sembrar. Nadie quiere sufrir. Nadie conoce la raíz (o al revés)