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“Que el báculo de la Diócesis de San Rafael lo lleve Jesús”

En la misa de las 11 h, Monseñor Fray Carlos María Domínguez comenzó su misión en la diócesis del sur mendocino. La misa fue concelebrada por Mons. Eduardo Maria Taussig, obispo emérito; por el Ilmo. Mons. Francisco Alarcón, el Ilmo. Mons. Eusebio Blanco, Pbro. Horacio Valdivia, Pbro. Víctor Torres, Pbro. Oscar Terán, pbro. Damian Correa y el pbro. Luis Gutierrez.

También estuvieron presentes el Pbro. Javier Zabala, párroco del Santuario de la Inmaculada Concepción; Pbro. David Gómez, Presidente de la Comisión de Justicia Arquidiocesana; Pbro. Miguel Tejeda, Canciller de la Arquidiócesis de San Juan. La Hna. Adriana, Vice Canciller de la Arquidiócesis de la vecina provincia. También quisieron compartir este momento tan especial para Mons. Dominguez  algunos laicos de la Curia de San Juan.

“Al comenzar mi misión como Administrador Apostólico de San Rafael, quiera hacer mías las palabras de San Pablo a los Corintios y que reflejan, en este momento, los sentimientos de mi corazón: “Investidos misericordiosamente del ministerio apostólico, no somos más que servidores de ustedes por amor a Jesús. Llevamos este tesoro en recipientes de barro para que se vea bien que este poder viene de Dios” (2Cor 4, 1. 5. 7)“, dijo en la homilía. “Soy consciente del inmensurable don puesto en mis manos, de la grave responsabilidad que implica y de mi fragilidad que me estremece”, agregó.

Refiriéndose al lema de su ministerio episcopal, el cual es una frase del Apóstol San Pablo a los Romanos: “Alegres en la esperanza” (Rm 12, 12), Monseñor expresó:

“Quiero ser profeta, testigo y servidor alegre de la esperanza que viene de Dios y que no defrauda (cfr. Rm 5, 5). Quiero ser un hombre de esperanza y ser motivo de esperanza para el Pueblo de Dios que camina en San Rafael. El mundo necesita de esa esperanza. Y sabemos que esa esperanza es Cristo. Lo sabemos, y por eso predicamos la esperanza que brota de la cruz”.

El Administrador Apostolico contó que en las pocas horas que lleva en San Rafael se ha sentido muy bien recibido y acogido. “Quiero agradecer de corazón los gestos de cariño y el compromiso de acompañar mi ministerio con la oración de tantos y tantos que me lo han expresado. Quiero expresar también y especialmente mi agradecimiento a nuestro obispo emérito Mons. Eduardo María por recibirme como hermano y acompañarme con sus consejos y orientaciones en estos primeros pasos que estoy dando en San Rafael. Y agradecerle, en nombre de todos, estos 17 años de pastoreo, servicio y entrega a esta Iglesia particular”.

“No vengo con un programa de gobierno preestablecido. Quiero darme y pedirles tiempo para que nos vayamos conociendo y caminar juntos y que juntos discernamos lo que Dios le pide a nuestra Iglesia y abracemos con fe su voluntad. Descubrir la voluntad de Dios y abrazarla trae paz”.

“Soy consciente de la extraordinariedad del momento que vive nuestra diócesis. Se han abierto varias heridas que quiero ayudar a sanar, respetando el dolor y animando a vivir la centralidad del Evangelio de Jesús. Porque sólo desde el Evangelio podremos construir o reconstruir aquello que se ha roto o deteriorado”, expresó Monseñor Dominguez.

Paz, unidad, comunión y reconciliación

“Tenemos una necesidad grande de paz, unidad, comunión y reconciliación”- dijo Monseñor”- “Por eso, me permito sugerirles algunas actitudes que, creo, nos harán mucho bien”, expresó y agregó:

“Leemos en la Carta a los Efesios: “Porque Cristo es nuestra paz: Él ha unido a los dos pueblos en uno solo, derribando el muro de la enemistad que los separaba. Así creó con los dos pueblos un solo Hombre nuevo en su propia persona, restableciendo la paz, y los reconcilió con Dios en un solo Cuerpo, por medio de la cruz, destruyendo la enemistad en su persona”. (Ef 2, 14-16). Esto nos dice algo importantísimo: la unidad que buscamos y necesitamos ya está dada. No la tenemos que inventar sino redescubrirla y acogerla. La unidad, antes que una conquista humana es un don divino; antes que ser obra de los hombres, es don de Dios. Cristo ya nos la ha conseguido. En lo que se refiere por parte de Dios, la unidad ya está hecha. Pero, en lo que se refiere a nuestra parte, esa unidad aún está por hacerse. 

La unidad de Dios se hace operante entre nosotros por obra del Espíritu Santo. Por eso necesitamos todos ser otra vez ungidos por el Don de lo Alto y disponer nuestro corazón para recibir el don de la unidad y de la reconciliación. Sólo así podremos renacer como hombres nuevos. Porque mientras vivamos en la condición de “hombre viejo”; es decir, en el egoísmo de nuestros propios intereses personales, el prójimo, especialmente cuando es distinto a uno mismo en sus criterios, valores, etc., se nos presentará como rival y como un obstáculo a eliminar. En cambio, cuando el corazón se convierte y se abre a la acción del Espíritu Santo, el prójimo comienza a aparecer bajo una luz nueva: ya no es el otro, el distinto, el rival, sino el hermano amado por Dios, uno por quien Cristo ha muerto, uno que sufre por sus límites. Ese será el verdadero signo de la unción del Espíritu en nosotros. Y así sabremos que hemos pasado de la muerte a la vida, porque amamos a los hermanos (cfr. 1Jn 3, 14). 

Pero ¿cómo hacer para poner en práctica este mensaje de unidad y de amor? Pensemos en el Himno de la Caridad de San Pablo. Cada frase tiene un significado siempre actual en la reconstitución de las relaciones fraternas: “El amor es paciente, es servicial; el amor no es envidioso, no hace alarde, no se envanece, no procede con bajeza, no busca su propio interés, no se irrita, no tiene en cuenta el mal recibido, no se alegra de la injusticia sino que se regocija con la verdad. El amor todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta” (1Cor 13, 4-7). No es necesario esperar reciprocidad para empezar a vivir la unidad. El que ama siempre tiene la iniciativa. En el fondo no es más que imitar a Jesucristo: Él destruyó en sí mismo la enemistad. No destruyó al enemigo sino la enemistad. No debemos destruir la enemistad en los otros sino en nosotros mismos. Debemos entregar al Señor nuestras heridas y permitirle que las sane”.

Que el báculo de la Diócesis de San Rafael lo lleve Jesús

Ya finalizando su homilía, Mons. Fr. Carlos María Dominguez exhortó a volver al Evangelio. “Me animo a hacer un fuerte llamado a todos para desterrar de nuestras vidas y actitudes todo lo que esté lejos o fuera del Evangelio; a no desparramarnos y perdernos en las periferias y a centrarnos en lo esencial”.

Ante la comunidad, el Administrador Apostólico expresó su compromiso con el sur mendocino. “Me comprometo a ser instrumento para que Dios pueda hacer su obra en todos nosotros. Quiero ayudarlos, animarlos, consolarlos; estar cerca de ustedes y alentarlos, con alegría, a la esperanza que viene de Dios y que no nos va a defraudar”.

“Pongo mi ministerio pastoral y a toda la diócesis, como lo hice ayer, a los pies de nuestra Madre de Lourdes. Que San Rafael no nos abandone y nos acompañe en nuestro camino y que sea medicina de Dios para nuestro pueblo. Que aprendamos de San José la fidelidad creativa y silenciosa a los designios de Dios. Que el báculo de la Diócesis de San Rafael lo lleve Jesús. Que así sea”.

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