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Frío que hiere el alma: albergue y dignidad para quienes duermen en la calle en Mendoza

Ante dos muertes recientes por hipotermia en la vía pública, reflexionamos con serenidad sobre los límites de la caridad, la responsabilidad del Estado y el llamado al corazón de cada ciudadano.

La madrugada del 22 de junio, Mendoza se sacudió con la noticia de que dos personas en situación de calle habían fallecido por las bajas temperaturas. La conmoción no tardó en traducirse en preguntas, señalamientos y exigencias. Muchas voces en redes sociales y medios de comunicación reclamaron que los templos católicos “abrieran sus puertas” para dar refugio. Sin embargo, esta reacción, aunque comprensible en su impulso solidario, requiere una reflexión más profunda.

Por qué los templos no pueden ser refugios improvisados

Los templos parroquiales, en su mayoría edificios antiguos sin calefacción central ni aislamiento térmico, no están preparados para funcionar como refugios nocturnos. Más aún, carecen de sanitarios adecuados, duchas, colchones ignífugos y personal capacitado para atender emergencias médicas, casos de adicción o conflictos. Convertirlos en albergues improvisados, sin las reformas estructurales ni los protocolos exigidos por la ley, podría derivar en nuevas tragedias.

La obligación del Estado y el marco legal

La ley nacional 26.061 de Protección Integral de los Derechos de Niñas, Niños y Adolescentes y la Constitución de Mendoza, en su artículo 57, establecen que es obligación del Estado garantizar condiciones de vida dignas. Esto incluye la vivienda, la salud mental, la asistencia frente a las adicciones y el derecho al acompañamiento social. Es decir, la política pública no puede tercerizarse ni improvisarse.

El llamado de la Iglesia a una caridad con justicia

La Doctrina Social de la Iglesia, por su parte, ha sido clara y constante. El Catecismo enseña que «Dios bendice a los que ayudan a los pobres y reprueba a los que se desentienden de ellos» (n. 2443). San Juan Pablo II, en su encíclica Centesimus Annus, n.º 34, advierte que «la caridad no exime de la justicia, sino que la presupone y la completa». Y el Papa Francisco, en Fratelli Tutti (n. 186), recuerda: «Nadie puede exigirnos que actuemos individualmente, como si la sociedad no tuviera medios para organizarse de modo que garantice el bien común».

Una demanda que supera las posibilidades comunitarias

Hoy en el Gran Mendoza hay al menos 700 personas en situación de calle o habitando en refugios precarios, según estimaciones de concejales locales, una cifra muy superior a las 80 reconocidas oficialmente. Ninguna comunidad parroquial, por más comprometida que esté, puede cubrir semejante demanda estructural sin apoyo estatal.

 

La acción silenciosa de la Iglesia mendocina

Esto no significa que la Iglesia esté ausente. Todo lo contrario. Organizaciones como «La Noche de la Caridad» en San Rafael llevan a cabo un trabajo silencioso y constante: recorren las calles con comida caliente, ropa de abrigo y escucha fraterna. Desde mayo, gracias a la colaboración con el Club Pedal y la Cruz Roja, ofrecen además un servicio semanal de duchas y atención médica.

El “Refugio del Cristo Desamparado» brinda contención y asistencia a personas en situación de calle. Este espacio, sostenido por voluntarios y con el apoyo de la comunidad, ofrece un plato de comida caliente, abrigo y acompañamiento a quienes más lo necesitan, especialmente durante los meses de frío extremo.

Ubicado en la calle Alsina y Castelli de ciudad, el refugio representa un gesto concreto de caridad cristiana, pero también una muestra del compromiso social de muchos sanrafaelinos que entienden que el dolor del otro no puede ser ignorado.

Cáritas, parroquias y movimientos eclesiales sostienen merenderos, bolsones alimentarios, roperos comunitarios y acompañamientos personales, articulando muchas veces con servicios sociales estatales. Todo esto se hace sin financiamiento público, con el esfuerzo de voluntarios que también padecen el ajuste.

En el refugio Cristo Desamparado. (Archivo/Diario Uno)

Urgencias concretas para el Estado

Ante esta realidad, es urgente que los gobiernos provinciales y municipales adopten medidas inmediatas: ampliar y acondicionar paradores nocturnos, habilitar espacios públicos calefaccionados, reforzar los equipos de salud mental y adicciones y establecer dispositivos de atención integral que funcionen también durante el día.

El compromiso ciudadano: compasión activa

A la vez, la sociedad civil tiene un rol ineludible. La compasión no se terceriza. Cada ciudadano puede involucrarse: donando frazadas, ropa térmica, alimentos o tiempo como voluntario. Antes de indignarse en redes sociales, es valioso preguntar qué está haciendo el municipio propio, la iglesia más cercana y de qué manera se puede colaborar.

El testimonio permanente de la Iglesia

La Iglesia seguirá ofreciendo lo que tiene: estructuras de solidaridad, acompañamiento espiritual, redes humanas y oración. Porque el Evangelio no permite mirar para otro lado: «Tuve frío, y me abrigaste» (Mt 25,36). Pero al mismo tiempo, recuerda que la dignidad de cada ser humano se garantiza con políticas públicas justas, no sólo con actos individuales de caridad.

Que no nos gane la frialdad de la costumbre. Que el corazón se nos caliente antes que las estadísticas vuelvan a enfriarnos. Porque el frío del invierno se combate con frazadas; el de la indiferencia, con compromiso.

 

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