Películas

La guerra de Maverick

En tiempos difíciles para las salas de cine, ‘Top Gun: Maverick’, dirigida por Joseph Kosinski y protagonizada por Tom Cruise, se ha colado ya entre las diez películas más taquilleras de la historia. La razón principal es obvia: sus escenas de combate aéreo, que hacen dar brincos en el asiento hasta a los menos aficionados al género. Pero la película, aunque sin más pretensión que divertir, tiene mucha miga, y capta como pocas uno de los grandes temas de nuestro tiempo. La guerra de Maverick, en el fondo, es nuestra guerra.

(Publicado originalmente por  MARIO CRESPO en https://revistacentinela.es/)

Dice Jaime Cervera en La Gaceta, y con razón, que el cine americano anda falto de creatividad, enredado en una espiral interminable de secuelas y franquicias. Una categoría especialmente aburrida de esos productos son las legacy sequels, homenajes cinematográficos, normalmente a una película de los 80, que se limitan a proporcionar a los fans una dosis de nostalgia autorreferencial y chistes privados, sin aportar nada nuevo a la historia ni a los personajes. Por suerte, Top Gun: Maverick no es un simple homenaje a la ya clásica producción de 1986, de la que hablé hace un año en Centinela.

Top Gun: Maverick es mucho más. Además de proporcionar muchos minutos gozosos de persecuciones aéreas —superiores incluso a los de la original—, actualiza la historia, desarrolla (¡y cómo!) el personaje principal; plantea conflictos humanos creíbles; y, sobre todo, cambia el tema central. Si la primera era un canto a la valentía y una máquina de fabricar reclutas para la aviación naval, la secuela habla de la persistencia de un viejo oficio. De la lucha del hombre contra la máquina, del piloto humano contra el dron.

Como suele ocurrir, Enrique García-Máiquez ha dado en la diana con su análisis de la película publicado en The Objective: la clave es la nostalgia. Pero no una simple nostalgia estética. «La melancolía sentimental», explica, está bien para los viejos coches, las motos vintage, los aviones de hélice y esas cosas que, a mí, de la edad de Cruise, pero con dolor de huesos y sin resuello, también me gustan mucho. La nostalgia por los ‘dioses fuertes’, en cambio, no es una cuestión de gustos, sino de primera necesidad». La nostalgia, efectivamente, es un arma tan poderosa que debe ser bien dosificada. Alguien que idolatra todo lo pasado, hasta los detalles más ridículos, acaba por convertirse en una caricatura. Alguien que no echa de menos nada del pasado, que cree que todo el tiempo pasado fue peor, es un tipo peligroso.

«NO ES EL AVIÓN, ES EL PILOTO»

En su reivindicación del viejo oficio frente a la técnica, Top Gun: Maverick tiene algo que ver con Space Cowboy (2000), en la que cuatro pilotos militares jubiladísimos (Clint Easwood, que también la dirige; Tommy Lee Jones, Donald Sutherland James Garner) son enviados al espacio para reparar un satélite soviético, una reliquia tecnológica que los jóvenes no saben operar. Pero la solución es diferente, quizás porque Cruise se siente mucho más joven que Eastwood. Si en aquella película los ancianos sacan las castañas del fuego a los jóvenes, en esta Cruise se integra plenamente en el equipo juvenil, como uno más de los cachorros.

Desde otra perspectiva, la apología de los viejos pilotos frente a los drones («no es el avión, es el piloto») es, por analogía, la de una manera de hacer cine que parece en decadencia. Top Gun: Maverick parece auténtica porque, aunque no renuncia a las técnicas digitales como herramienta secundaria, es esencialmente analógica. Y eso la diferencia claramente de los productos de moda, sobre todo en el género de superhéroes, que están más cerca del cine de animación que de las películas del viejo Hollywood. Según defiende Kosinski, «no puedes fingir las fuerzas G, no se puede fingir la vibración, no se puede fingir lo que se siente al estar dentro de un avión de combate. Así que queríamos capturar cada parte de eso, y la manera de hacerlo fue rodándolo de verdad».

Por algo Top Gun: Maverick, pese a su espectacular despliegue de medios técnicos, tiene un sabor más cercano al de las viejas películas de aviación de Howard Hawks —La escuadrilla del amanecer o El bombardero heroico, por ejemplo— que a los últimos estrenos de Marvel. Y por eso su éxito en taquilla es la reivindicación de un cine que puede que estar condenado a desaparecer, pero no parece que vaya a hacerlo de momento.

DREHER CONTRA DREHER

Hay otra lectura posible: la geopolítica. De 1986 a 2022, de la era Reagan a la era Biden, del final de la Guerra Fría a la invasión de Ucrania, el ejército estadounidense ha cambiado bastante. En The American ConservativeRod Dreher, conservador antibelicista, la despachó primero como «un anuncio entretenido», pero peligroso. Una glorificación en celuloide de un ejército atrapado desde hace dos décadas en guerras interminables e impopulares. Al fin y al cabo, argumentaba, la operación principal de la película es un caso claro de intervencionismo, de tropas americanas arreglando el mundo muy lejos de sus fronteras. Un patrón que hace un par de décadas solía identificarse con las administraciones republicanas, pero que desde el realineamiento ideológico que supuso el trumpismo ha pasado a ser patrimonio del Partido Demócrata.

Sin embargo, solo dos días después, Dreher publicó un nuevo artículo, titulado «Por qué estaba equivocado acerca de Top Gun: Maverick», motivado por la carta de un lector, piloto de guerra. Su corresponsal dice que, «con su foco en la lucha del piloto contra la máquina […] subraya el valor y la virtud de los humanos. Esta película es un manifiesto contra la forma tecnocrática de entender la guerra». La operación, dice, es un mero macguffin para desarrollar un tema mucho más hondo.

Yo estoy mucho más de acuerdo con el segundo artículo de Dreher. Un indicio de que lo político no pinta tanto en esta historia es el hecho de que el enemigo sea irreconocible. Varios medios, después de un sesudo ejercicio, han llegado a la conclusión de que no puede ser ningún país real: si juntamos la geografía —un país con costa y montañas abruptas y nevadas—, y los datos armamentísticos que nos proporciona el guion —todavía no posee armas nucleares, pero está en proceso avanzado de conseguirlas, y tiene cazas de quinta generación—, el estado rival solo puede ser imaginario. Una Borduria del siglo XXI, digamos. Eso sí, hablando de geopolítica, una anécdota curiosa: en China causó un gran revuelo que la mítica cazadora de Maverick siga luciendo un parche con la bandera de Taiwán, que había desaparecido en los primeros trailers. Una prueba de que la nostalgia también puede expresarse en forma de valentía.

LA VENTANA DE PENNY

Si los productores no cayeron a la tentación de adecuar la mítica cazadora a las presiones políticas, tampoco cedieron a la moda woke, que hoy satura tantos estrenos. En el reparto, claro, hay diversidad, como la hay en las Fuerzas Armadas estadounidenses, pero en ningún momento transmite la sensación de cuotas. No hay una voluntad deliberada de ser políticamente incorrecto, ni mucho menos de ofender a alguien, sino que sobrevuela la refrescante sensación, verdadera o no, de que a los guionistas el asunto les trae al fresco. Sorprendentemente, el tono general no parece haber cambiado tanto desde la película original.

Pero quien sí ha cambiado desde 1986 hasta 2022, aunque no se refleje apenas en el físico de actor, es Pete «Maverick» Mitchel. Y la película, más que sobre aviones, trata sobre él. Sobre el crecimiento y la maduración de un personaje, algo descolocado vital, profesional y hasta cronológicamente (es divertidísima la escena, tan ochentera, en la que salta por la ventana de la casa de Penny para esconderse de la hija de esta).

Y en su conducta hay, también, no poca nostalgia de otros tiempos y otros códigos morales. Lo hay en su deseo de volver con su amor de siempre —no desvelaremos si lo logra—, y en su comportamiento hacia el teniente Bradley «Rooster» Bradshaw, hijo de su amigo Goose; y en su vínculo de respeto y lealtad hacia «Iceman» Kazansky. En su forma, en suma, de entender el amor, la amistad y la milicia.

MAVERICK ES UN CENTINELA

En fin, les recomiendo encarecidamente que vean la película en una sala de cine, sin esperar a que se estrene en plataforma, porque las escenas de combate no serán lo mismo en pantalla pequeña. La última hora y cuarto de metraje es de lo mejor que se ha rodado en mucho tiempo en el cine de acción. Hay más emoción y cine de verdad en dos minutos de combate en los F-18 que en dos horas de Haneke. Puro «rock and roll en el cielo», como prometía la original.

Si simplemente quieren divertirse, Kosinski y Cruise les prestan el mejor juguete, un blockbuster difícil de igualar, una historia perfectamente contada. Si son de los que prefieren romperse la cabeza y husmear en el cine de entretenimiento en busca de tendencias, también les dará juego, pese a su aparente simplicidad, porque no se limita a seguir el camino marcado.

La guerra de Maverick no es contra el misterioso país enemigo. Su guerra es nuestra guerra, la de todos aquellos que pensamos que hay cosas dignas de conservar o de restaurar. Maverick, en el fondo, es un centinela.

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