El 23 de septiembre se estrena en los cines españoles El grito silencioso, una película de tribunales y conspiraciones de pasillos que cuenta dos historias entrelazadas: cómo se despenalizó el aborto en todo Estados Unidos (la verdad del caso Roe vs Wade) y cómo el doctor abortista Bernard Nathanson colaboró en ello, hasta que la incorporación de la tecnología de ultrasonidos le convenció de la plena humanidad del feto.
Es en realidad una película de Historia. Tiene mucha historia que contar y una clara voluntad didáctica, encauzada por la voz en off de Nathanson, que va comentando los hechos históricos. Son muchos datos que poner en imágenes y muchos personajes implicados a los que dar voz y rostro.
Nos recuerda a Lincoln, la película de Spielberg de 2012 que explicaba cómo se abolió la esclavitud en EEUU, por apenas dos votos, y además comprados. Pactos, presiones, señalamientos, argumentaciones…
Pero en Lincoln había más facciones y maniobras, mientras que en el caso del aborto en 1973 parece triunfar otra variedad de banalidad del mal, de mediocridad, miedo por la imagen, mala conciencia o mero negocio. Esas son las cosas que mueven a jueces y abogados en El Grito Silencioso.
Otra diferencia es que Spielberg contaba con 65 millones de dólares para hacer su película, y todos hoy entienden que la esclavitud es barbarie. En contraste, Nick Loeb -actor protagonista y codirector, que además ha puesto dinero– ha contado con una décima parte de ese presupuesto, y muchos hoy siguen negándose a ver la barbarie del aborto.
La gran novedad en 2022 es que hace unos meses el Tribunal Supremo de EEUU revisó el caso Roe vs Wade que despenalizó el aborto y era un auténtico absurdo judicial, y devolvió a cada estado la capacidad de legislar sobre el tema. Ahora, los abortistas deben convencer de sus tesis a cada estado para que legalice su macabra industria.
El Dr. Nathanson y los límites de la visión
El hilo conductor de la película es el doctor Nathanson, al que Loeb, meritoriamente, consigue dotar de vida. No son solo sus características gafas, sino sus gestos y su tono de voz. Porque a Nathanson lo conocemos, lo hemos visto en su icónico documental El Grito Silencioso, de 1984, en que usaba ultrasonidos para explicar cómo es un aborto. Es un documental que sigue usándose en escuelas y debates.
Y la película de Loeb toma de él los colores beige, los filtros de tonalidades, las cortinas y paredes color pastel sucio... hay como un velo sepia desgastado sobre las imágenes, como si viéramos a través de esas gafas gordas y anticuadas de Nathanson, su ceguera moral, que parece denunciar a aquella época de camisas hippies de flores, como algo descolorido, anticuado y decadente.
La industria abortista criticó algunos datos del documental de Nathanson de 1984, pero los abortistas nunca han lanzado su propio documental médico alternativo, nunca nos ha enseñado su versión visual de cómo es un aborto. Y han pasado casi cuatro décadas.
Kathryn Moseley, veterana neonatóloga provida de Michigan, lo señalaba este mismo año en un semanario católico: ¿Por qué en Internet, el mundo de las infinitas imágenes, se pueden ver todo tipo de operaciones reales pero no abortos?, planteaba. «Si me van a hacer una operación de cadera, puedo ir a YouTube o Google y ver una animación abierta de cómo es la cirugía real que va a tener lugar. Pero no puedes encontrar el aborto en ningún sitio. No lo puedes encontrar en Google. No puedes ver cómo a tu bebé por nacer lo van a desgarrar, le van a quitar miembro a miembro, te lo van a arrancar del útero y luego sus partes desmembradas las van a juntar de nuevo, y si falta alguna, volverán a buscar para quitarla», señalaba en el Detroit Catholic.
El cine es imagen, es mostrar. Y el aborto siempre busca no ser visto. Llega a través de mentiras, que El Grito Silencioso de Loeb documenta bien. Pero, ¿cuánto mostrar del aborto? Ver al feto a través de los ultrasonidos cambió a Nathanson, tras miles y miles de abortos realizados a ciegas. En esta película vemos sólo un feto abortado, brevemente, y limpio de sangre.
Alveda King, sobrina de Martin Luther King, ha colaborado en la película, que recuerda el origen racista y eugenésico de la patronal abortista Planned Parenthood y las charlas de su fundadora Margaret Sanger a las mujeres del Ku Klux Klan.
Corbatas elegantes y cócteles de playa
Es una película de gente que habla: médicos que hablan de corbatas elegantes que pinchan mientras hurgan en una mujer que abre las piernas, médicos que hablan de «tejido sanguinolento» pero que admiten que «sí, claro, tiene forma humana».
Y de activistas organizados que toman cócteles en la playa del Caribe mientras se jactan de cómo mienten descaradamente a la prensa con cifras absurdas que ningún periodista se molesta en contrastar, algo que los lobbies abortistas siguen haciendo. Hace pocos días se viralizó un vídeo de 2016 en que la activista proaborto en México Marta Lamas admitía sus mentiras: «Decíamos ‘mueren cien mil mujeres de abortos clandestinos’. Resulta que morían cien mil personas en todo el país, hombres y mujeres de todas las enfermedades. Inflábamos las cifras”. Siguen en eso el ‘manual’ de Nathanson y su guía, el periodista abortista Lawrence Lader.
El otro ingrediente que Larry Lader siempre exigía -y la película lo muestra con claridad- es el anticatolicismo, como confesó el Nathanson arrepentido en su libro de 1983 The abortion papers, cuando dice que buscaban «usar el anticatolicismo como instrumento político, y para manipular a los propios católicos dividiéndolos y enfrentándolos. Cuanto más vigor aplicaba la Iglesia en su oposición, más atraía la línea anticatólica a la prensa progresista y el establishment político en el noreste». (Esto lo publicó Nathanson 14 años ANTES de bautizarse, en 1997).
Hay un reto en tratar de entender a Nathanson y mostrarlo como fue. No era un psicópata, aunque mató a miles de bebés sin remordimiento durante años. Aún siendo estudiante pagó el aborto de su novia, y más adelante abortó a su propio hijo. Estaba convencido de que «ayudaba» a muchas mujeres y sentía compasión por ellas. No estaba convencido del «aborto en cualquier momento, por cualquier causa». Tenía contradicciones. Ganaba mucho dinero, pero siempre dijo que no lo hacía por dinero.
Hay una escena en la película en la que Nathanson se enfrenta con Dios y le acusa de que pasen cosas malas que el abortista tiene que «arreglar» con abortos. Es muy absurda la argumentación, pero ilustra el caos mental del personaje, y de muchos otros en temas de aborto y teología.
Hay otra escena en la que presume de ser «el rey del aborto» muy orgulloso: esa refleja mejor la banalidad del mal, mezclada con soberbia, de muchos doctores abortistas. Y hace pensar la escena -basada en una declaración en sus libros- en la que los abortistas cantan una canción grosera: «Hay un gran negocio / en el aborto / con un giro de muñeca…»
En la película veremos la conversión de Nathanson, dejando claro que llegó muchos años después de alcanzar su postura provida. Nathanson se hizo provida por la ciencia, por los ultrasonidos.
Muchas cosas que explicar
La película mejora y gana ritmo pasado el primer tercio, cuando se convierte plenamente en una historia de tribunales y se apoya en buenos actores en el papel de los jueces, como Jon Voigt (3 veces nominado al Oscar y un Premio de la Academia por Coming Home [El regreso] en 1978), John Schneider, Robert Davi y Steve Guttemberg. Jamie Kennedy (uno de los protagonistas de las películas de terror-humor Scream) consigue que odiemos al Larry Lader que nos interpreta, aunque el Lader real parece aún más odioso en las escenas de metraje real que nos muestran al final -y no hay que perderse.
Nick Loeb explicó que muchos de los actores que participaron tienen firmes convicciones provida. Otros, no. Al menos uno de los actores de la película se convenció de la verdad de la causa provida durante el rodaje, dijo Loeb (aunque sin desvelar de quién se trata).
Historias de mujeres jóvenes
La película no arremete contra las jóvenes abogadas que llevaron el caso, aunque dejan bien claro que mintieron a la joven Norma McCorvey (la «Roe» del juicio) en cosas muy graves. Aparecen como el rostro joven, femenino, que la industria del aborto y el feminismo de Betty Friedan necesitaban mostrar: una pantalla para un poder más grande.
La historia de Norma McCorvey, que lo inició todo, se cuenta muy brevemente. Con apenas un par de escenas, la actriz consigue transmitir la compleja realidad de aquella muchacha: su confusión, su vulgaridad chabacana, su personalidad fuerte y su fragilidad herida.
Los elementos de fe en la historia son pocos. Se nos muestra al padre James T. McHugh ayudando a fundar el movimiento provida, pero su personaje no entra en la trama central. En cuanto a Nathanson, era judío no creyente, y el mismo Nick Loeb que lo interpreta es de padre judío.
Hay que recordar también que Loeb fue novio una temporada de la guapa y rica actriz colombiana Sofía Vergara: generaron unos embriones con su genética, los congelaron, y llevan años peleando en los tribunales por ellos. Ella, aunque se declara católica, quiere destruirlos. Él quiere darlos en adopción. Ambos admiten que no deberían haber producido ni congelado estos embriones.
Para entender lo que pasó
Esta película es de visionado obligado para activistas provida y para personas interesadas en el choque entre tribunales y verdadera justicia, así como para cualquiera con inquietudes en bioética y ética médica.
No tiene escenas de sexo. Hay muchas escenas de mujeres en posición ginecológica en espera, parte de la «productividad en cadena» abortista. Y cubos de materia sanguinolenta. Pero sólo una escena de feto, con poca sangre. Podrían verla chicos y chicas a partir de 11 años, pero es más eficaz para estudiantes de 16 años o más.